Por Pancho Marchiaro
Remo Bianchedi, uno de los más grandes artistas de su generación, emprendió viaje a un atelier más luminoso. Siempre habitó donde quiso, imponiendo su presencia con decisión y actitud chamánica. Su nueva condición inmaterial concentrará su legado en obras que constituyen una galaxia reflexiva, tan intrigante como contundente.
Hace poco nos entrevistamos en su casa serrana y su condición de salud no impidió que sintiera su abrazo con firmeza y autoridad, con calidez y furia. Al inicio de su carrera tenía la absoluta convicción que sus dibujos cambiarían el mundo. “Entonces el arte era una opción contra el materialismo. Ahora la desesperación por el dinero ha creado una sociedad de miedo y, como resultado, las personas están asustadas. Yo no tengo miedo porque mis dibujos no cambiaron el mundo pero me cambiaron a mi. Una vez más entendí que el arte no cambia. Es el mundo lo que cambia y, gracias al arte, sabemos del hombre».
Su período activista supuso perder “su juventud militando” y como corolario dejó una de sus frases más controversiales “Si no pinto, mato”. Hace poco revisó el caso y lo consideró una idea neurótica aunque esa potencia lo obligó a emigrar. Todo el caudal que incorporó en Europa le permitió consolidar un cuerpo de obra conceptual y formalmente fuerte.
Intransigente, se apartaba de los centros para ver la escena completa. Así eligió dejar atrás al mundo, “al menos -a ese mundo-”, señalaba, estirando la pronunciación y el significado del adjetivo determinativo para que su interlocutor lo rellene con un sentido político, artístico… ideológico.
Tomó distancia de las ciudades, de los mercados, y del ruido para volverse un mentalista del arte. “Yo no me fui del sistema, simplemente inventé otro”.
Sus obras hablan por sí mismas, así de bien las crió, y nunca le temieron a la figura humana, o a los textos, para transmitir sensaciones y emociones surgidas del pensamiento del artista, pero independientes y valiosas en sí mismas. Bianchedi consideraba que su trabajo lo hacía feliz pero se equivocaba, nos hacía felices a todos, nos cambiaba-.
Remo Bianchedi nació en Buenos Aires, en 1950. Desde muy joven fue un artista destacado y, aún adolescente eligió vivir en la selva amazónica primero, y en Jujuy después porque “quería vivir en el paisaje.” Perseguido por el gobierno militar emigró a Kassel, Alemania gracias a una beca del Fondo Nacional de las Artes. Allí trabó relación con una de sus principales influencias, Joseph Beuys.
Con el regreso de la democracia volvió al país y unos años más tarde se instaló en Cruz Chica. Con motivo de la crisis del 2001 impulsó la Fundación Nautilus para contener proyectos artísticos de personas con dificultades.
Publicó varios libros porque la escritura, el pensamiento y la pintura constituían una trinidad indisolubles, entre los que se destacan Max y la bestia, 2000; El Sr. Lafuente y sus solteras, 2005; Vidas Célibes, 2010; En Rimbaud Tilcara, 2012 y Rosa Morandi, 2014. Protagonizó una gran cantidad de exposiciones que le hicieron merecedor de premios y adquisiciones por parte de numerosas instituciones y colecciones.