Este 21 de junio se produce el solsticio de invierno en el hemisferio sur, el momento astronómico en que el Sol alcanza su punto más bajo en el cielo al mediodía, marcando así la noche más larga y el día más corto del año. Si bien en el calendario gregoriano se trata apenas de una fecha más, para numerosos pueblos originarios este evento representa el verdadero inicio del año.
En los Andes centrales, comunidades quechuas y aimaras celebran el Inti Raymi o Willkakuti, una ceremonia ancestral que honra el regreso del sol y la renovación del ciclo agrícola. En el sur del continente, los pueblos mapuche y tehuelche conmemoran el We Tripantu, o “nueva salida del sol”, que marca el comienzo de un nuevo ciclo en el calendario lunar y solar mapuche.
Estas celebraciones no responden únicamente a una cosmovisión espiritual, sino que constituyen expresiones culturales profundamente vinculadas al territorio y al clima. En contextos rurales y comunitarios, el invierno es más que una estación: es un tiempo de introspección, resguardo y transmisión de saberes. Las prácticas vinculadas a este momento del año —como la recolección y conservación de alimentos, la preparación de tejidos o los encuentros comunitarios en torno al fuego— reflejan una lógica de vida sustentada en la observación de los ciclos naturales y en la cooperación.
“Nosotros lo llamamos Wiñoy Tripantu, We Tripantu o Wiñol Tripantu, y tiene que ver con la renovación de un nuevo ciclo, no el impuesto en el calendario gregoriano, tan diferente a lo natural. Las comunidades son autónomas y cada una tiene su celebración especial propia de su región”, explicó el lonko Walter David Cañumil Sayuheque, de la comunidad Kona Niyeu (Río Negro), en una entrevista publicada por el Registro Federal de Cultura del Ministerio de Cultura de la Nación.
La persistencia de estos rituales no solo expresa la continuidad de una tradición milenaria, sino que interpela la forma en que se construyen las nociones de tiempo, inicio y celebración en las sociedades modernas. Frente a un modelo occidental que establece el 1 de enero como el inicio del año, el calendario indígena propone otra forma de habitar el tiempo: una que reconoce la noche más larga como el umbral hacia la renovación, y al sol como fuente de vida en comunión con la tierra.
En distintas regiones del país y el mundo, comunidades realizan durante estos días ceremonias, ofrendas, fogatas, cantos y agradecimientos al sol, al agua y a la tierra. En algunos casos, estos rituales se abren también a la participación de personas no indígenas, como forma de difundir y valorar estos conocimientos.
El solsticio de invierno, entonces, no es solo un fenómeno astronómico: es también un acto cultural, político y espiritual que sigue vigente. Escuchar a quienes han habitado y cuidado estos territorios desde tiempos ancestrales puede ofrecer claves para atravesar no solo el invierno climático, sino también otras formas de oscuridad: la desconexión, el olvido y la indiferencia.