No fue un año más para el Festival Internacional de Cine Independiente de Cosquín (FICIC), que el sábado culminó su decimotercera edición con una premiación donde los directores y directoras cordobesas tuvieron un gran protagonismo. El contexto político y económico del país, que puso absurdamente al cine bajo la mira de un ajuste terminal –el Gobierno cerró el instituto nacional de cine que sostiene la producción del séptimo arte (y también a los festivales del género) sin dar ninguna certeza sobre su futuro-, determinó que el FICIC se viviera como un verdadero oasis en medio del desierto libertario, donde público y realizadores pudieron constatar otras formas de vinculación posibles entre la profesión, su pasión y los lazos sociales y afectivos que sostienen la vida colectiva. En efecto, el triunfo del FICIC trascendió la realización del festival con impecable profesionalidad en este contexto adverso, así como también la programación que nuevamente estuvo a la altura de un encuentro que ya se reconoce a nivel regional por su calidad. A ojo de quien escribe, el logro más importante de FICIC fue demostrar, una vez más, que la fraternidad y la solidaridad pueden ser valores más importantes que el rédito económico o el éxito profesional, en un mundo donde la competencia entre pares se ha convertido en una especie de deidad suprema, que obliga a adorarla en el altar de la religión mercado. Quienes pasaron por Cosquín en estos días pudieron ver que sobreviven otras formas de existencia posibles, donde la crueldad y la guerra no están naturalizadas ni son la norma absoluta: tanto en las películas del FICIC como en la dinámica del propio festival, el mundo se volvió mucho más amable, plural, complejo y digno de ser vivido.
Lo que no quita lucidez a la hora de pensarlo, como se pudo constatar en una programación amplia y diversa, que exploró las potencialidades actuales del séptimo arte. “Yo creo que el conflicto es parte de toda experiencia humana, pero hay formas y formas de establecer el conflicto y hay algo que se llama racionalidad, que proviene de la tradición occidental llamada logos, lo que implica aprender no sólo a argumentar y discutir, que es muy importante antes de gritar, sino que también hay que estar dispuesto a que lo que uno argumenta sea constatable y que la realidad pueda desmentir lo que uno cree aunque lo haya fundamentado bien”, dijo el crítico y director artístico del FICIC, Roger Koza, en la ceremonia de cierre, donde precisó: “Quiero decir que un festival de cine debe de alguna forma contribuir a la búsqueda de la verdad. Y que todas las películas han sido pensadas para establecer una circulación de signos, perspectivas, que lleve a que cada uno pueda pensar por qué piensa lo que piensa, por qué se enoja con lo que se enoja, por qué se indigna con lo que se indigna y por qué le es indiferente una cantidad de cosas que no deberían serlo. Entonces esto es lo que está detrás del festival (…) puesto que para mí el cine, como dijo alguna vez el querido amigo Pedro Costa, antes que una cuestión estética es entender, como Chaplin lo entendía, que el cine existe para decir que hay algo que no está bien (…), que existe para poder pensar mejor y poder sentir mejor y que la vida de los otros no sean unas vidas de enemigos”.
Minutos después, se dieron a conocer las películas ganadoras de la 13 edición del FICIC, donde la ucraniana “La palisiada” (2024), de Philip Sotnychenko, se llevó el galardón mayor de la Competencia Internacional de Largometrajes. El jurado integrado por el cordobés Mariano Luque, el porteño Julián D’Angiolillo –cuya obra fue revisada en el festival- y la escritora Eugenia Almeida consideró que se trata de “un filme desbordante que aprovecha una época histórica de un país y una sociedad para crear una mirada compleja, con una puesta en escena muy particular que expresa virtuosismo sin desentenderse del riesgo y con una cámara personaje que desarticula las convenciones cinematográficas”. A la vez, el jurado le otorgó una mención especial a “Las cosas indefinidas” (2024), de la cineasta local María Aparicio, que también se llevó el premio “Paola Suarez” de la Asociación de Productores Audiovisuales de Córdoba (APAC) a la Mejor película cordobesa en la Competencia de Largometrajes.
Por su parte, el cortometraje argentino “Un movimiento extraño” (2024), de Francisco Lezama, que viene de ganar el Oso de Oro del Festival de Cine de Berlín, se llevó el premio homónimo de la Competencia Internacional de Cortometrajes de Cosquín, donde “For Here am i sitting a tin can for above the world” (Francia, 2024), de Gala Hernández López, mereció una mención especial del jurado, y la cordobesa “La amante de la luz” (2024), de Lucía Torres Minolo, otra mención del premio que otorga Apac. El cine local descolló además en la Competencia Nacional Cortos de Escuela con “La Chispa” (2024), del estudiante Andrés Tagmanini (Facultad de Artes de la UNC), que ganó tanto el galardón mayor de la sección como también el Premio del Público Confitería La Europea. Por cierto, “La balandra” (2024), de Matías Lima (Universidad Torcuato Di Tella), mereció una mención especial del jurado y “Sofía” (2023), de Olivia Nuss (Enerc Centro) el Premio Rafma Edgardo “Pipo” Bechara en la misma competencia nacional.
Vale destacar, por último, el protagonismo del cine cordobés este año en FICIC, que estrenó un inusual número de películas locales entre cortos y largos: “El escuerzo”, de Augusto Sinay, “Cuando todo arde”, de María Belén Poncio, “La cumbre”, de Leandro Naranjo y Santiago Zapata, “El verano más largo del mundo”, de Alejandra Lipoma y Romina Vlachoff, “Las ausencias”, de Juan José Gorasurreta, “¿Qué salvarías si todo se prendiera fuego?”, de Giuliana Canal, e “Imágenes para Nina y el árbol”, de Ana Comes, tuvieron su primer contacto con el público local en el encuentro, que nuevamente supo albergar a sus hijos, que se multiplican pese a la crisis que sacude al cine argentino.