Pasadas las 21, Emmanuel Horvilleur salió al escenario de Club Paraguay con el carisma encendido y un look total black en ropa y accesorios, contrastado por unas botas blancas tipo Chelsea —fieles a su impronta elegante y urbana— y una cadena plateada que colgaba sobre su pecho. Durante dos horas, el artista ofreció un show intenso, versátil y profundamente conectado con el público cordobés, en una noche que combinó funk, romance, baile y una buena dosis de nostalgia.
Desde el inicio se sintió esa furia creativa y contagiosa del Emma de Illya Kuryaki and the Valderramas: esa energía desbordante, sin mesquinar nada. Charla tras charla, elogio tras elogio, Horvilleur mostró un vínculo genuino con Córdoba, una ciudad que —según confesó— lo recibe con la misma calidez desde 1992:
“Siempre fue un lugar donde me siento como si hubiera nacido acá”, dijo en uno de sus momentos más emotivos.
El repertorio fue una montaña rusa de emociones. Canciones de su carrera solista como “Amor loco” (reversionada junto a la cordobesa Zoe Gotusso), “1000 días” o “Yo soy la disco” convivieron con clásicos de IKV como “Abarajame”, “Jugo” y “Fabrico cuero”. Incluso se dio el gusto de improvisar “Japón” —aunque, según dijo, no la tenían ensayada— y de colar una divertida versión de “La Macarena” en medio del setlist.
Con su sensualidad habitual —presente tanto en su voz como en sus movimientos—, Horvilleur invitó a vivir una noche vibrante. “Pídanme lo que quieran y lo toco”, lanzó hacia el último tramo del show, y el público respondió con entusiasmo. Entre las más aclamadas, no faltaron “Radios” y “Soy tu nena”, con la que bromeó sobre el imaginario Barbie antes de tocar sus primeros acordes.
La conexión con la audiencia fue total. En más de una ocasión se acercó al público desde el borde del escenario, entregó su púa como regalo y hasta notó la presencia de un niño de 8 años entre el público, a quien le dedicó un improvisado “Chocochocolala”. “¿Quieren seguir? ¿No quieren chequear el celu?”, preguntó con picardía a mitad del show. Y la respuesta fue unánime: nadie quería que terminara.
Hubo lugar también para la ternura y el agradecimiento. “Gracias por hacerme la vida mejor, por bancar una entrada en estos tiempos. Mucha gente hizo un esfuerzo para estar hoy acá”, expresó con emoción antes de recordar su primer show con los Kuryaki en La Falda, abriendo paso a un set explosivo de hits del dúo.
El ambiente fue familiar, con gente que lo sigue desde los tiempos de Cemento, pero también con nuevas generaciones. Un abanico de edades y estilos se dio cita en un Club Paraguay lleno de “mucha onda”, con looks a tono con el artista, que nunca defrauda con su impronta estética.
Personalmente, la experiencia fue una suerte de revival: canté, bailé y grité como cuando con 16 años iba a ver a IKV, y era de las primeras en entrar al estadio para disfrutar desde la valla. Cambian los y las acompañantes de recital, cambian las épocas y las rutinas, pero la emoción de verlo a Emma sigue intacta. Incluso se siente enriquecida, porque el vínculo entre artista y público no solo se mantiene: se hace más fuerte. Horvilleur sigue siendo ese artista completo que no solo ofrece buena música, sino también respeto, cariño y una entrega absoluta. Córdoba, una vez más, le devolvió ese amor con creces.
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