Las actuaciones memorables, las distinciones dentro y fuera del país y las formas que adopta Julio Chávez como un Proteo del escenario, lo ubican en lo más alto del plantel de intérpretes del cine y el teatro argentino. El actor de 68 años nacido en Buenos Aires, uno de los más reconocidos del medio, inauguró temporada teatral en la ciudad de Córdoba con su pieza “Lo Sagrado” que se presenta en el Teatro Real.
Con un tono serio e irónico, Julio Chávez atiende el teléfono y detiene su rutina matinal para dialogar con Hoy Día Córdoba sobre su nueva propuesta y el estilo que lo define en el quehacer artístico. Lejos de dejarse llevar por el diverso ecosistema medial pantallas, Chávez elige desayunar leyendo un libro para luego realizar sus entrenamientos vocales o físicos. El día de la llamada, Julio se prestaba a leer la Biblia. “No tengo una religión. No tengo en mi cabeza la existencia de Dios. Pero no digo que no exista., solo digo que no está presente en mí”, contesta al ser consultado si es creyente. Julio responde cada pregunta con parsimonia y una honda reflexión. Por ello justifica su lectura: “Leo la Biblia porque es una cuestión mitológica. Es fundamental. Además es relato, es cuento, es mito, fábula, leyenda, metáfora. Es muchas cosas”.
La preocupación por la narrativa lo encuentra en una triple faceta. En su nueva obra oficia de autor junto a Camila Mansilla -pareja artística con quien escribió “Después de nosotros”, “Un rato con él”, “Como quien mata un perro”, “Inés” y “Cuando la miro”-, protagonista y director. La nueva obra se titula “Lo Sagrado”, un nombre rimbombante que sacude las entrañas del existencialismo. Sin embargo, Chávez se encarga de bajarlo a tierra denominándolo un “cuentito”. La obra desembarcó en la ciudad el pasado viernes 7 de febrero para iniciar su despedida. Una experiencia “inédita”, según califica el propio Chávez, en relación a la plaza que será sede de al menos 13 funciones.
HDC: Durante esta época del año no hay tanto teatro en la ciudad de Córdoba sino que los espectáculos se trasladan a Carlos Paz y al tipo de obras que se proponen allí. En ese sentido, ¿“Lo Sagrado” es algo novedoso dentro de la cartelera escénica de Córdoba?
JC: “Lo sagrado” es una obra particular. Me parece que el Teatro Real es un marco muy apropiado para nuestro material. Entiendo que cada material necesita su dispositivo escénico que lo proteja y lo legitime. “Lo Sagrado» no es una obra para llevar a Carlos Paz, porque Carlos Paz no es un espacio legitimador de “Lo Sagrado”. Sería, casi te diría, como fuera de lugar. Uno diría, pero no hay ningún entendimiento de por qué contarlo en Carlos Paz, como bien decís vos. Las obras de teatro de Carlos Paz tienen otra dirección, otro asunto y otra convocatoria. Es provocativo llevar “Lo Sagrado” ahí. Además el Teatro Real es un muy hermoso espacio. Yo quiero muchísimo ese teatro. Es el primer teatro que pisé en Córdoba.
La sinopsis oficial expresa: “Rafael (Julio Chávez) es filósofo y escritor, vive desde años en un pequeño pueblo en la playa. Acaba de terminar un libro autobiográfico y sorpresivamente recibe la visita del hijo de su antigua pareja con el que convivió. El joven viene a pedirle que cumpla una promesa. Durante una noche de tormenta definirán los límites de lo que entiende cada uno por sagrado”.
JC: Es la costura del material que elegimos para hablar sobre lo que queríamos hablar con Camila Mansilla. El cuentito es un cuentito muy sencillo. Elegimos esta trama porque quisimos plantear el problema ético. Queríamos plantear eso tan sencillo que tiene que ver con cuál es el valor de la palabra, cuál es el valor de la promesa, de una obra de arte, de la vida, de la salud mental, de la juventud y cuál es el valor de la experiencia. Queríamos hablar sobre la promesa como un hecho que hacemos mucho. Prometemos y olvidamos con facilidad. Otro de los ejes que quisimos desarrollar es la privacidad. ¿Cuál es el valor de lo privado? Y como lo privado se vuelve público y cómo muchas veces lo público se vuelve casi pornográfico y que elementos tenemos los seres humanos para poder ponerle un freno a eso. Por otro lado también queríamos hablar sobre el arte y cuánta libertad tiene un artista de hablar sobre lo que quiere. Y quién y cómo y de qué manera pueden aparecer límites en temas. En el arte sobre lo que se puede hablar o no se puede hablar es algo que lo decide cada artista.
HDC: Con todas estas subtramas o temas que abordan, hay una cuestión, una mirada del mundo tuya, a la hora de escribir sobre pensar en la pérdida de valores ¿Crees que hay algo de eso?
JC: Nosotros no creemos que hay pérdida de valores, creemos que hay olvido. Creemos que hay anestesia, descuido e inconsciencia. Porque perder es algo que uno perdió y no es así. El tema tiene que ver con que esto no está perdido. Esto está bien localizado. Es solamente un trabajo humano el volverlo a iluminar. Entonces, yo creo que cuando decimos ‘upa los valores se han perdido’, lo damos por muertos como algo que se perdió y desapareció. Y yo creo que no es así. Yo creo que es algo que está vivo e inevitablemente presente en la experiencia humana, en la necesidad humana y en el problema humano. Porque es un problema. Los valores son un problema. No es solamente hablar de “los valores”. Los valores son problemas. Muchas veces para vivir mejor nos olvidamos de ciertos valores. Por ejemplo cuando hablamos de la importancia de alimentarse…si eso es verdaderamente un valor, es un valor para toda la humanidad. Y si verdaderamente es un valor y es un valor para vos, tenés que estar atento de todos los lugares donde eso no se cumple y no sucede porque nos interesa ocuparnos de nosotros.
HDC: Remarcaste que no era pérdida, sino que es una especie de olvido y anestesia. ¿A qué crees que responde esa anestesia?
JC: Creo que es parte del problema humano histórico. Porque si así no fuese, yo no estaría leyendo la Biblia ahora. Porque la Biblia no se hubiese escrito. Y la Biblia está repleta de que el hombre olvidó y la mujer olvidó. De hecho, Adán y Eva olvidaron la prohibición. Entonces el olvido es parte de la naturaleza humana, así como es parte de la naturaleza humana el valor. Y ahí vivimos, entre olvidar y recordar.
HDC: Esa dualidad…
JC: Esa dualidad es un problema que no creo que le pertenece a esta época. Lo que hacen las épocas es darle a ese matrimonio ciertas particularidades. Ciertas maneras en que ese diálogo se manifiesta en la contemporaneidad. Pero no creo que lo contemporáneo sea el dueño del espacio del olvido. Es algo histórico. El olvido en lo contemporáneo arma ciertas situaciones que parecería ser que antes no pasaba. No, no pasaba de esa manera, pasaba de otra manera. Pero sin lugar a dudas hoy tenemos la dicha de tener una cierta libertad donde las instituciones ya no nos dicen tan estrictamente qué está bien y qué está mal. Y entonces tenemos la dicha de cada cual hacer el ejercicio de eso. Esto trae aparejado la complicación que tiene esta liberación, de que cada cual señale cuáles son sus valores y que el otro esté obligado a respetarlo. Yo respeto que vos tengas tus valores, pero no respeto el valor que tenés. Yo respeto que tengas la libertad de decir lo que quieras, pero no respeto lo que decís. No tengo por qué hacerlo. Es un tema muy complicado para mí en esto que se llama contemporaneidad.
Arte: Un sinónimo de resistencia
HDC: Alguna vez dijiste que el teatro y el arte son una forma de resistencia. ¿Podés explicar eso?
JC: Es importante resistirse a lo que podría llegar a llamarse la naturaleza humana, que está articulada en un hecho social. La naturaleza humana de golpe aprende que existen ciertos modales, palabras y entonces uno aprende lógicamente porque sos un ser social y porque perteneces a una tribu. Estás atravesado por tu tribu, tu enseñanza, tus maestros, por tus padres, tu contemporaneidad, por todo eso. De manera que eso es lo que aparentemente es ser un ser humano. El arte nos da la posibilidad de poder articular la experiencia humana a través de otro lenguaje que se resiste a utilizar el lenguaje cotidiano o lo que se entiende por el lenguaje legitimado. En ese sentido, es muy, muy hermoso el ejemplo que dice Fernando Pessoa, un poeta autor a quien yo admiro profundamente, que dice: ‘El chiquito que todavía ni siquiera está terminado de formar no dice quiero llorar, sino dice tengo ganas de lágrimas’. Decir tengo ganas de lágrimas es resistirse a la forma académica aprobada. Y es una experiencia que se manifiesta a través de un lenguaje inesperado. Porque nadie dice tengo ganas de lágrimas, pero todos entendemos cuando dice tengo ganas de lágrimas a qué se está refiriendo. Entonces el arte es una posibilidad de hacer del color amarillo una experiencia diferente simplemente a lo que uno entiende que es amarillo. Y de golpe ese amarillo se transforma en una experiencia impensada. Es una manera personal de comunicarle al mundo como el mundo es para mí. Y ahí hay un trabajo que hacer. No es un trabajo fácil. Es el trabajo que un ser humano se toma para encontrar un lenguaje y resistirse a la tentación de comunicarlo de una manera que aparentemente todo el mundo entendería.
Vocación al oficio
Julio Chávez es dueño de una vasta trayectoria en cine, teatro y televisión. La piel camaleónica de un actor de su talla cambia de acuerdo al proyecto que se le presente. Desde un amedrentador exconvicto en “Un oso rojo” (2002), a un sindicalista pesado en la serie “El Tigre Verón” hasta la interpretación de Charlotte, una mujer trans que logró sobrevivir al régimen del nazismo y el comunismo durante la segunda guerra mundial en la pieza teatral “Yo soy mi propia mujer”. Galardones a nivel nacional como el Cóndor de Plata por su interpretación en “Un oso Rojo” o el Oso de Plata del Festival Internacional de Berlín por su papel en “El Otro” de Ariel Rotter prestigian a un actor que sacraliza su oficio. “No encuentro sentido a la palabra ocio”, se sincera sobre su constante movimiento.
Existen diferentes tipos de actores. Al momento de practicar un arte las recetas no son siempre las mismas. Un grupo prefiere mayor libertad creativa mientras otros se atienen a seguir un guion al pie de la letra. La improvisación y el prueba y error hasta lograr la mayor consistencia posible. Chávez se ubica en este último grupo. “Tengo muchísimas maneras de prepararme para trabajar. Yo no hago una obra de teatro si no repaso la letra antes de la función. Yo me entreno y paso la letra y hago mis ejercicios. No me presento a un programa sin haber estudiado el libreto. Tengo por supuesto mis leyes y mis valores ya que hablábamos de valores y también tengo mi obligatoriedad de cumplirlos y también mis déficits. Tengo mis días donde esos valores están en menos y no en más. Ahí me levanto y digo bueno ayer no fue un buen día de entrenamiento. A lo mejor en lugar de practicar una hora que era lo que yo iba a hacer, me hice el estúpido e hice 38 minutos”, narra Julio sobre los rituales que mantiene al momento de poner manos a a la obra.
Mientras explica su forma de trabajar desliza una reflexión sobre el control de sí mismo. “Hay algo que para mí es muy importante y es aprender a gobernarse. Aprender a gobernarse a esta altura creo que es aprender a ceder, aprender a ajustar donde hay que ajustar y permitirse también ciertas cosas. Es el riesgo de decir bueno, no va a pasar nada si te comes un caramelo. Es también saber que justo ese día que te comes el caramelo se te puede partir la muela. Voy entendiendo que gobernar es inevitablemente cometer errores. No ser perfecto, pero intentar ser el mejor gobernante posible, sabiendo que la tentación, la falta están latentes.
HDC: ¿Cómo es tu preparación para una obra?
JC: Llego dos horas y media antes al teatro. Me preparo, me aíslo. A veces hasta pienso que mis compañeros deben pensar que no soy muy sociable. Lo soy, pero no más de lo que yo me permito, ¿por qué? Porque voy a hacer una función y porque me quiero preparar para esa función. Como yo entiendo que hay que prepararse. Jamás obligaría a alguien a que se prepare como me preparo yo. Jamás. Pero yo establecí un compromiso y voy a tener que sentarme en una mesa conmigo mismo para darme explicaciones acerca de por qué, por qué rompí ese compromiso. Ahora, por supuesto, hay días que lo hago con ganas y hay días que no lo hago con ganas y hay días que mientras lo hago re puteo al universo. No me importa con qué humor lo hago, me importa que lo tengo que hacer. Yo me estoy formando de esa manera. Y a esta altura del partido digamos que no creo que dé marcha atrás.
HDC: Volviendo a las expresiones artísticas en los diferentes tipos de lenguaje. Has estado en cine, teatro y televisión, cada una con sus particularidades y con una versatilidad de personajes en interpretación. ¿Se puede decir que sos un farsante?
JC: Bueno, es un halago, porque de eso se trata. Yo creo que un farsante somos todos los seres humanos. Tengo la dicha de tener un oficio donde lo que generalmente se critica es una virtud en mi trabajo (risas). Lo que en la vida cotidiana es a veces señalado como una falta en mi oficio es una dicha si uno logra que eso suceda. Es la suerte que tengo. Es la posibilidad que me da mi oficio. También quiero señalar que yo también escribo y pinto, me dedico a las artes plásticas y y dirijo y así como son, son autorizaciones que me he dado de indagar, investigar, intentar desarrollar mi existencia en lenguajes que aparentemente no me pertenecen. Los pintores son pintores, los actores son actores. Yo me creo como ser humano autorizado de poder indagar en donde yo decida que quiero indagar y generalmente en los lugares donde he decidido indagar y ahora podemos mezclar el cine, el teatro, la televisión han sido lugares donde me he sentido con ganas de mantenerme ahí.
HDC: Tu persona queda plasmada con obras escritas, pinturas y participaciones en diferentes formatos. ¿Te interesa la idea de dejar un legado?
JC: No. Me da mucha tristeza la palabra legado. Porque si yo no voy a estar presente no quiero. Inclusive sentiría que me matan todo el tiempo. Yo creo que cuando uno dice ‘quiero que me recuerden’… tengo la impresión a veces que el recuerdo es una manera de volver a matarte. Si no has existido, no has vivido y finalmente no has muerto. Prefiero experimentar mi existencia como algo importante para mí. Estar existiendo y disfrutando o no disfrutando. Existir también es pasarla mal. Prefiero ir a fondo en esa experiencia y listo, se terminó.
Para ver:
“Lo sagrado” se exhibe de viernes a domingo, hasta el 3 de marzo, a las 21, en el Teatro Real (San Jerónimo 66). Las localidades anticipadas pueden adquirirse a través de la plataforma web autoentrada.com y en la boletería del teatro. El precio de las entradas comienza desde $29.000.