El contexto internacional actual, de la mano de bajas tasas de interés en EE.UU., tasas negativas en otras partes del mundo y programas de recompra de activos, ha provocado que los inversores deban someterse a mayores riesgos para conseguir rendimientos razonables.
Dos décadas atrás, para lograr el objetivo de obtener buenos retornos sólo era necesario comprar una clase de activo en particular: bonos. La confección de una cartera compuesta solamente por este tipo de títulos hacía posible la obtención de rendimientos superiores al 7% con una baja variabilidad en los retornos. Históricamente los bonos han permitido conseguir beneficios suficientemente buenos para aquellos inversores poco amantes del riesgo y la volatilidad; sin embargo, luego de una era de estímulos monetarios, esta premisa ha cambiado radicalmente.
La baja rentabilidad otorgada por los títulos de deuda en la actualidad lleva a los inversores que pretenden conseguir retornos superiores al 7% a exponerse a distintas clases de activos cada vez más riesgosos. Para poder lograrlo, en la actualidad se torna necesario no solo la presencia de los típicos bonos en cartera, sino también la incorporación de altas proporciones de acciones, inversiones de capital privado e inversiones en bienes raíces, instrumentos que por su naturaleza traen aparejados un aumento sustancial en la volatilidad de los retornos.
Para resumirlo de forma sencilla, aquellos inversionistas que hoy opten por carteras conservadoras deberán, en consecuencia, aceptar menores rendimientos, mientras que quienes no estén dispuestos a ceder en términos de rentabilidad, deberán necesariamente incorporar activos más riesgosos. Teniendo presente esta realidad, el inversionista que cuente con este tipo de cartera estará obligado a realizar una gestión mucho más activa sobre el portfolio, siguiendo de cerca los principales eventos que puedan afectar especialmente a cada tipo de activo.
Hoy en día, el foco de la atención puesto a la hora de las decisiones de inversión se concentra en los aspectos propios de la actual política monetaria y el potencial cambio de rumbo de los principales bancos centrales producto de la creciente preocupación con respecto a la inflación. Si bien Japón y Europa mantuvieron sin cambios sus políticas, durante la semana pasada Canadá anunció que finalizaría absolutamente su programa de compra de bonos, señalando que podría subir las tasas a partir de los dos primeros trimestres de 2022, al tiempo que Australia, por su parte, decidió abandonar su objetivo de rendimientos bajo de los bonos.
Como siempre, y sin perjuicio de lo anterior, la historia se centra en los EE.UU., y sobre este punto, espera que durante la semana en curso la FED apruebe planes para reducir el programa de compras de activos a un ritmo rápido. Si de los USD 120.000 millones actuales de compra mensual se redujeran en USD 15.000 millones por mes (10.000 en Treasuries y 5.000 MBS), el proceso de tapering finalizaría para la mitad del 2022 y probablemente en ese momento se comenzarían a subir las tasas de interés.
Lo acontecido en Canadá y Australia, las presiones inflacionarias y la expectativa de lo que pueda suceder esta semana con la FED, fueron algunos de los factores que provocaron que las tasas de interés de corto plazo sigan subiendo en el mundo. En ese contexto, la nota a 2 años del Tesoro de EEUU aumentó de 20 a 50 puntos básicos desde septiembre, mientras que la parte larga continua sin cambios, provocando lo que en la práctica se conoce como un aplanamiento de las curvas de rendimientos.
Esta presión sobre la curva de rendimientos se puede observar a través del índice MOVE (BofA) que mide la volatilidad de los bonos del Tesoro Norteamericano (Treasuries), la cual viene aumentando en los últimos dos meses debido principalmente a los hechos antes mencionados. Dado que todos los bonos (soberanos y corporativos) se negocian con diferenciales frente a los Treasuries, este índice es de principal importancia para todos los mercados de deuda en general.
Íntimamente relacionado al comportamiento del índice MOVE se encuentra el índice VIX, el cual nos brinda una buena referencia sobre la volatilidad esperada a corto plazo en los mercados de acciones norteamericanos.
Tal como se puede observar en el siguiente gráfico, en los últimos meses se dio lugar a una divergencia entre la evolución de estos dos índices. Podemos atribuir tal hecho a que, mientras los bonos de corto plazo vienen sufriendo en sus cotizaciones por las preocupaciones respecto a la inflación, la renta variable continúa generando ganancias de corto plazo. Este último aspecto también se vio impulsado por el crecimiento de sus resultados, en la medida que los balances del 3Q arrojaron muy buenos números con más del 80% de las empresas mostrando sorpresas positivas.
Ahora bien, terminando esta temporada de balances y ante las novedades en el plano monetario, es probable que esta divergencia entre los índices comience a cerrarse de la mano de un aumento en el índice VIX, provocando un nivel mayor de volatilidad en las acciones en los próximos meses.
En definitiva y a modo de conclusión podemos decir que existen hoy pocos incentivos a invertir en bonos, sobre todo en la parte larga de la curva, ante el inminente suceso de un nuevo tapering y las consecuencias que generaría un evento de esta índole sobre esta clase de activos. Con respecto a la renta variable, la expectativa es que se observe un incremento en las volatilidades pero consideramos que este evento monetario en particular no hará que las acciones ingresen en una fase de corrección de fin de ciclo.