La crisis social golpea con fuerza en los barrios más vulnerables de la ciudad de Córdoba, donde los comedores y merenderos comunitarios no logran cubrir la creciente demanda de alimentos. A pesar del acompañamiento municipal y provincial, los recursos son insuficientes y cientos de espacios de asistencia están colapsados por el aumento sostenido de personas que buscan un plato de comida.
Con el paso de los meses, la situación se ha agravado. Lo que antes eran lugares destinados a la alimentación infantil, hoy reciben a adultos mayores, familias enteras y trabajadores informales que ya no logran cubrir sus necesidades básicas. La falta de empleo, la inflación, el aumento del costo de vida y la interrupción de programas nacionales de asistencia alimentaria han llevado a una saturación de estos espacios comunitarios, muchos de los cuales operan en casas particulares o instalaciones precarias.
Según datos de la Fundación Banco de Alimentos Córdoba, actualmente se abastece a 564 organizaciones que asisten a unas 65.000 personas, de las cuales el 85% son niños. Sin embargo, hay al menos 86 espacios más en lista de espera para recibir ayuda. Las donaciones por parte de empresas han caído drásticamente: en abril se recuperaron 193.586 kilos de alimentos, frente a los 327.507 del mismo mes en 2024. “Ya no hay sobrantes”, expresó Eugenia Silva, directora ejecutiva de la Fundación.
Silva explicó que esta baja está vinculada a la optimización de los procesos logísticos de las empresas, lo que limita la disponibilidad de excedentes. El Banco de Alimentos cubre solo el 40% de lo que necesita un comedor para funcionar, y el resto debe conseguirse a través de campañas, ventas de alimentos caseros o aportes personales de quienes coordinan estos espacios.
La pobreza se multiplica y la asistencia se reduce
Comedores como “Los Bajitos”, en la zona noroeste, o el comedor “Evaluna y sus amigos”, en barrio Los Artesanos, han tenido que reducir los días de atención o las porciones por falta de insumos. Otros, directamente, dejaron de funcionar por no poder afrontar los costos de servicios como el gas y la luz, además de los alimentos. En barrios como Obispo Angelelli II, las ollas populares son la única opción para muchas familias que, día a día, buscan sustento entre vecinos solidarios que priorizan a los más vulnerables.
“Este año estoy colapsada de tanta gente que viene a pedir comida. No sé si voy a poder seguir”, confesó Cintia Cedrón, responsable del comedor Los Bajitos. Ella recibe cada vez más adultos mayores, cuyas jubilaciones no alcanzan ni para lo básico. Relata que en tres meses la asistencia creció de 120 a 180 porciones, y que muchas veces debe elegir a quién alimentar.
En Yapeyú, Beatriz Silvera, al frente de uno de los comedores de la organización La Poderosa, también ve cómo la demanda supera la capacidad del espacio. “Tenemos lista de espera de hasta 100 personas. No podemos recibir a todos. La situación es crítica, nunca la vi tan cruel”, aseguró. Para sostener el comedor, producen y venden pastelería.
La Mesa por la Emergencia Alimentaria
Ante este escenario, la Fundación Banco de Alimentos participa activamente en la Mesa por la Emergencia Alimentaria, junto a la Iglesia, la Provincia, organizaciones sociales y otros actores. Desde allí se promueve la recuperación de alimentos desde el agro, la industria y el comercio, para redirigirlos a los espacios de asistencia. Gracias a esa presión colectiva, la Legislatura provincial comenzó a tratar un proyecto para declarar la emergencia alimentaria en Córdoba.
Desde la Vicaría de los Pobres, el presbítero Melchor López advierte que no solo crece el hambre, sino también el consumo de drogas y el narcomenudeo en los barrios. “La gente se alimenta donde puede, la pobreza se agudiza. La ayuda de Nación se cortó y este año no hubo ninguna entrega desde Cáritas”, detalló.
Una realidad que no se puede negar
A pesar de la precariedad, la mayoría de estos espacios continúa en pie gracias al compromiso de las mujeres que los sostienen, muchas de ellas beneficiarias de planes como “Volver al Trabajo”, con ingresos mensuales que no superan los $78.000. Con o sin ayuda estatal, las ollas se encienden cada semana, mientras los vecinos hacen fila durante horas por un plato de comida.
Lizbeth Pinedo, del comedor Evaluna, lo resume sin rodeos: “El Estado debería dar una respuesta. Hacemos de todo y no alcanza. En Córdoba hay hambre, lo vemos todos los días. Ya no se puede negar”.
La situación demanda respuestas urgentes y un abordaje integral. Mientras tanto, los comedores resisten, pero advierten que solos no podrán sostener por mucho más tiempo una tarea que ya no da abasto.
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