En las elecciones presidenciales chilenas de 1970, un grupo de jóvenes economistas presentó a Jorge Alessandri un programa llamado El Ladrillo. Este acontecimiento primigenio del neoliberalismo chileno sirve para pensar la Argentina contemporánea. El documento diagnosticaba una economía cerrada, regulada e inflacionaria, proponiendo liberalizar precios, reducir el sector público, bajar aranceles, privatizar y descentralizar el sistema comercial, tributario y fiscal.
En consecuencia, El Ladrillo era un documento sumamente extenso (y pesado) que delineaba las normas a derogar e impulsar para instaurar un régimen de libertad de mercado. Sin embargo, el dirigente conservador Alessandri desestimó el programa por entenderlo como una «ilusión» de los promisorios Chicago Boys. Estos economistas tuvieron que esperar la experiencia del socialismo de Allende para convencer a la cúpula militar de adoptar sus ideas para combatir el comunismo y evitar su retorno.
El capítulo laboral de aquel extenso documento fue aplicado por José Piñera, hermano del posterior presidente. La Reforma Laboral (1979) eliminó la negociación colectiva a nivel nacional o regional y estableció la libertad de asociación a nivel de empresa, permitiendo que un conjunto de trabajadores pueda negociar con la patronal. Resaltamos el carácter de asociación debido a que la normativa lo expresaba en esos términos, despojado de lo obrero, como asociaciones de individuos reunidos al solo efecto de pautar sus condiciones plurindividuales. ¿El efecto? Una multiplicación de sindicatos empresariales atomizó el movimiento sindical chileno. Este avance del capital coincidió con una nueva hegemonía de los exportadores de materias primas, como litio y cobre, mientras los industriales se adaptaban o perecían. El resultado es evidente: una economía extractivista, profundamente desigual y con alta concentración de riqueza.
El futuro está en el pasado y el experimento libertario tuvo su épica ladrillista con la Ley Bases. A pesar de que se la presentó como una épica alberdiana, la súper normativa sturzeneggeriana contiene más diálogos con el proyecto chileno. Miles de leyes derogadas, nuevas libertades creadas. El bodoque normativo también tuvo su capítulo laboral. Sturzenegger señaló, en una entrevista reciente, que el presidente les dijo: “Solo hay reforma laboral posible si es positiva para el trabajador y el empleador”.
En esa línea, el gobierno aprobó una modificación que le permite a sindicatos y patronales salirse del convenio de actividad cuando lo deseen y convenir nuevas condiciones contractuales. Legalizar lo ilegal. Es interesante destacar la concepción del gobierno que plantea la relación trabajador-empleado como un vínculo entre iguales, cuando la larga historia del Derecho Laboral en Argentina ha demostrado la desigualdad de ese vínculo. Según Sturzenegger, si a un trabajador no le ofrecen buenas condiciones de trabajo, simplemente no acepta y busca otra cosa en el mercado. Es difícil de sostener tal ilusión en un país con los porcentajes de desempleo, subempleo y trabajo no registrado de los últimos años.
Sin embargo, en la misma entrevista, Sturzenegger se lamenta de que, al día de hoy, no se firmó ningún acuerdo por fuera del convenio. Ninguno. La negativa de las partes se entiende por una gimnasia desarrollada (e institucionalizada) en estos 40 años de democracia entre sindicatos y patronales. Con sus aciertos y errores, las convenciones colectivas actualizaron las condiciones de trabajo a lo largo de gobiernos de diferente signo político. Por lo tanto, las prácticas sociales no se modifican por solo efecto normativo. No obstante, esa ignorancia es defecto y virtud. Lo que la experiencia libertaria pretende es un cambio en las conductas de las personas y su posible éxito no se encuentra solo en sus datos macroeconómicos sino, también, en la gran producción de subjetividad de individuos inmersos en una perspectiva de libertad negativa berliniana.
Ese es el objeto de la batalla cultural gramsciana que viene librando, desde tiempo atrás, el fenómeno libertario y que este gobierno, es solo un capítulo de esa historia. La nación trasandina nos observa desde el espejo retrovisor aguardando la gran transformación argentina. Pero si los Chicago Boys tuvieron que esperar a una dictadura para imponer su programática a sangre y fuego, los libertarios argentinos tienen que lidiar con la democracia anti-aceleracionista. Por ello, a pesar de las normas creadas, continúa siendo vital la discusión pública y democrática que plantea límites a un gobierno que discursivamente se achica pero que simbólicamente, se agranda.
Gabriel Gerbaldo
DNI 39080622