Las abuelas de plaza de Mayo, fueron y son madres que buscaron y buscan a sus hijas e hijos desaparecidos durante la última dictadura cívico-militar argentina, y que pronto entendieron que su búsqueda también debía incluir a sus nietos y nietas, nacidos en cautiverio o secuestrados junto a sus padres. Así nacieron las Abuelas de Plaza de Mayo, un movimiento que hizo del amor, la verdad, y la memoria una causa universal.
El 24 de marzo de 1976 las Fuerzas Armadas se adueñaron del poder mediante un golpe de Estado e instauraron el autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”, un régimen que desapareció a 30.000 personas de todas las edades y condiciones sociales. Centenares de bebés fueron secuestrados junto a sus padres o nacieron en cautiverio durante el embarazo forzado de sus madres detenidas.
En centros clandestinos como la ESMA, La Perla, Campo de Mayo o el Pozo de Banfield funcionaron maternidades secretas, incluso con listas de matrimonios “en espera” de un nacimiento. Se estima que unos 500 hijos de desaparecidos fueron apropiados como “botín de guerra” por las fuerzas represivas. Algunos fueron entregados a familias de militares o policías, otros abandonados en institutos bajo la sigla NN, y otros directamente vendidos. En todos los casos, se les arrebató su identidad, su historia y sus vínculos familiares.
Nada ni nadie detuvo a las Abuelas de Plaza de Mayo. Con valentía y tenacidad, recorrieron juzgados, orfanatos y oficinas públicas, revisaron adopciones y siguieron pistas anónimas en busca de sus hijos y nietos. Aquella tarea silenciosa y obstinada se transformó en una de las gestas más trascendentes de la historia de los derechos humanos.
Las Abuelas siguen buscando a sus nietos, hoy adultos, y también a sus bisnietos, víctimas del mismo crimen de apropiación. Como equipo trabajan no solo para restituir identidades, sino también para garantizar que jamás se repita una violación tan brutal de los derechos humanos y que todos los responsables sean juzgados.
El 22 de octubre de 1977 marcó el inicio formal de esa lucha, aquellas primeras doce mujeres, entre ellas María Isabel “Chicha” Chorobik de Mariani y Alicia “Licha” de De la Cuadra, luego acompañadas por Estela de Carlotto, comenzaron un recorrido que cambiaría para siempre la historia de los derechos humanos en la Argentina. En homenaje a esa fecha, el Congreso de la Nación instituyó en 2004, mediante la Ley Nº 26.001, el Día Nacional del Derecho a la Identidad, en reconocimiento a la labor incansable de las Abuelas.
Desde aquel entonces, las Abuelas lograron restituir la identidad de «140 nietos y nietas», aunque aún faltan encontrar casi 300 personas. Cada restitución no es solo una historia individual reparada, sino también un acto de justicia colectiva frente a un intento de borrar la memoria del país.
“El derecho a la identidad es el derecho a ser uno mismo, a saber quiénes somos y de dónde venimos”, repiten las Abuelas en cada aniversario. Su lucha logró que este principio se incorporara a la Convención sobre los Derechos del Niño y a la legislación argentina, transformando para siempre la mirada sobre la infancia y la memoria.
En una de sus frases más recordadas, Estela de Carlotto expresó: “Algo nuevo se está cimentando en esta sociedad”. Y lo está: porque cada nieto que recupera su identidad demuestra que la verdad no se borra, que la memoria se hereda, y que el amor, aun frente al horror, sigue siendo una forma de justicia.

En tiempos donde el negacionismo gana espacio en el discurso público, recordar el aniversario del nacimiento de las Abuelas de Plaza de Mayo se presta para reflexionar como no se trata de únicamente mirar hacia atrás, sino de defender hoy la verdad de esas memorias y esos relatos que nos contaron, en carne propia o del testimonio que leímos, sobre aquellos que fueron victimas del terror de aquella época. Hoy, cuando se escuchan voces que relativizan el terrorismo de Estado con frases como «no fueron 30 mil” o que justifican los crímenes de la dictadura bajo el argumento de una supuesta “guerra contra enemigos subversivos”, el peligro radica en naturalizar la mentira y, aun peor, intentar diluir la memoria colectiva.
Las Abuelas comenzaron su lucha en el silencio de un país paralizado por el miedo, exigiendo algo tan básico como saber dónde estaban sus hijos y nietos. Lo hicieron cuando hacerlo podía costarles la vida. Cuarenta y ocho años después, siguen buscando la identidad de quienes fueron arrebatados y criados bajo falsos nombres, pero también combaten una nuevas formas de impunidad: la del negacionismo y el olvido.
Recordar cada 22 de octubre el Día Nacional del Derecho a la Identidad no es un simple acto conmemorativo. En la Argentina, esta fecha representa un compromiso ético y político con la verdad, la memoria y la justicia. Recordarlo hoy, es afirmar que la identidad no es solo un derecho individual, sino un bien colectivo: cuando un nieto recupera su identidad, toda la sociedad recupera una parte de sí misma.
Defender el derecho a la identidad también implica reconocer que no se trata de un tema del pasado. Todavía hay cientos de personas que viven bajo nombres falsos, sin saber quiénes son realmente, y familias que esperan encontrarlos.
Mantener viva la memoria es la única manera de garantizar que esos crímenes no vuelvan a repetirse bajo ningún disfraz ideológico. Por eso, este 22 de octubre no se trata solo de mirar hacia atrás, sino de mirar hacia adelante con conciencia de un paso que existió, y nos marco como lo que somos hoy.
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