Cada 20 de noviembre, la Argentina recuerda un capítulo fundacional de su historia: la batalla de la Vuelta de Obligado, aquel enfrentamiento de 1845 en el que las fuerzas de la Confederación Argentina resistieron el avance de la flota anglo-francesa que pretendía imponer la libre navegación de los ríos interiores.
Fue un combate desigual, de derrota táctica, pero de victoria política: las potencias terminaron reconociendo la soberanía argentina. Esa gesta dio origen al Día de la Soberanía Nacional, formalizado como feriado nacional en 2010.
Este jueves, la efeméride vuelve a poner en primer plano un concepto que excede la conmemoración histórica: la soberanía como identidad, como territorio, como patrimonio común, pero también como capacidad de decisión en un mundo atravesado por presiones externas, intereses económicos globales y dependencias que se renuevan.
Una resistencia que marcó el rumbo de nuestro país
La batalla tuvo lugar en un recodo estratégico del Paraná, cerca de San Pedro, conocido como la Vuelta de Obligado. Allí, el general Lucio Norberto Mansilla, designado por Juan Manuel de Rosas, ideó una defensa ingeniosa: gruesas cadenas cruzadas sobre el río, apoyadas en pequeñas embarcaciones y complementadas por cuatro baterías costeras. Del otro lado, la fuerza invasora: 22 barcos de guerra, más de 90 mercantes y más de 400 cañones. La desigualdad era evidente.
Sin embargo, la resistencia argentina fue decisiva. A pesar de la derrota en el campo de batalla, el costo político y militar para las potencias europeas fue tan elevado que terminaron por reconocer la potestad argentina sobre sus ríos interiores. Fue un triunfo diplomático forjado con sangre, estrategia y convicción.
Esa firmeza fue valorada incluso por figuras históricas enfrentadas políticamente a Rosas. San Martín, desde su exilio, celebró la defensa del territorio; Alberdi reconoció en el Restaurador la voluntad de no ceder ni un palmo de soberanía. La historia, tantas veces atravesada por contradicciones, encontró allí un punto de consenso.
La soberanía: un concepto que todavía incomoda
La soberanía, en este siglo XXI globalizado, ya no se disputa con cadenas sobre los ríos. Se expresa en otros frentes: en la propiedad de los recursos naturales, en la protección del trabajo nacional y la capacidad efectiva del país para decidir su rumbo político, económico, energético, tecnológico y productivo sin condicionamientos que limiten su autonomía.
En un país donde la economía es cíclica, la deuda recurrente y los condicionamientos internacionales frecuentes, la pregunta se vuelve inevitable: ¿cómo se ejerce la soberanía? ¿Qué significa hoy defender de los intereses nacionales? ¿Es solo un legado histórico o un desafío vigente?
La efeméride invita a reflexionar sobre la dimensión contemporánea del término. Si la Vuelta de Obligado fue el símbolo de un país que se negó a aceptar imposiciones extranjeras, ¿cómo se traduce ese espíritu en la Argentina actual?
La lección de Obligado
Cada conmemoración trae consigo la posibilidad de releer la historia. El Día de la Soberanía Nacional no es un ritual vacío: es una advertencia, un espejo y un llamado de atención. La resistencia de 1845 enseña que incluso en inferioridad de condiciones es posible plantear límites claros y defenderlos con convicción.
Aquel 20 de noviembre dejó una marca que se presta a dialogar con el presente: la soberanía no se declama, se ejerce. Y no solo desde el poder político sino desde una sociedad que reconoce la importancia de su territorio, su cultura, sus recursos y su lugar en el mundo.
Hoy, como en 1845, la soberanía es una batalla abierta.De esta manera, la lección de la Vuelta de Obligado nos recuerda que incluso en contextos adversos es posible afirmar límites y defenderlos. El desafío contemporáneo consiste en trasladar esa convicción a un escenario donde las batallas ya no se libran en los ríos, sino en los mercados, en los tableros energéticos, en los centros de datos y en las mesas de negociación global.
Así es como la soberanía, al igual que en aquel entonces, exige decisiones concretas y un proyecto propio. Porque sin ello, lo único que se conmemora cada 20 de noviembre es la distancia entre lo que fuimos capaces de defender y lo que hoy cedemos sin restricciones en búsqueda de obtener divisas y saldar deuda.
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