Brasil ingresó ayer en la cuenta regresiva para las elecciones generales del 2 de octubre con el lanzamiento de las campañas electorales de sus doce candidatos, en actos con fuerte contenido simbólico en donde los principales postulantes, el presidente Jair Bolsonaro y el ex mandatario Luiz Inácio Lula da Silva, mostraron un alto voltaje de acusaciones.
Según el último sondeo de la consultora Ipec, el ultraderechista Bolsonaro (Partido Liberal) puede perder en primera vuelta por 52% a 35% ante Lula, del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), hecho por el cual el jefe del Estado ha adoptado un perfil más duro para intentar captar al electorado evangélico, también el más pobre del país, con una agenda religiosa.
Así, Bolsonaro abrió su campaña en Juiz de Fora, Minas Gerais, donde en 2018 fue acuchillado, lugar donde dijo que “he renacido”, mientras que Lula lo hizo en su cuna política y sindical, frente a una fábrica en Sao Bernardo do Campo, en Gran San Pablo.
Secundado por un pastor evangélico, Bolsonaro alentó en su acto la idea de una guerra entre el “bien contra el mal” y agitó el fantasma sobre el supuesto riesgo de cierre de iglesias y templos si triunfa Lula. A su vez, Michelle Bolsonaro, su esposa, rezó el padrenuestro luego de afirmar que es una “oración universal”.
El líder del PT, por su parte, intentó abrir su campaña en una fábrica de la zona sur de San Pablo, pero la Policía Federal determinó que no había seguridad suficiente. Por ello, mudó el acto frente a la planta de Volkswagen en Sao Bernardo do Campo, donde Lula se emocionó al regresar al mismo escenario donde inició su carrera. Lula prometió subir el mínimo no imponible del impuesto a las ganancias y calificó a Bolsonaro de “un verdadero demonio” por intentar manipular políticamente a los fieles evangelistas.