1983 y 2023, Señora de las cuatro décadas

Por Pedro D. Allende

1983 y 2023, Señora de las cuatro décadas

Así como se determinó estadísticamente, antes de la final catarí entre Argentina y Francia, que sólo el 40% de la población argentina había disfrutado en vivo de la segunda estrella lograda por nuestra selección de fútbol (con Maradona, en México) y el restante 60% venía mordiendo el polvo mundial tras mundial desde donde le tocó arrancar, podemos establecer intuitivamente que un porcentaje aún menor vivió la asunción de autoridades constitucionales argentinas, el 10 de diciembre de 1983.

Procurar conexiones entre aquel período y el que nos toca transitar no resulta fatuo -como sí lo es, y se hizo hasta el absurdo, pretender comparaciones entre Diego y Bilardo, con Leo y Scaloni- y sirve para esclarecimientos diversos.

Tras la derrota en Malvinas, la Dictadura se había hundido en la descomposición más absoluta. Se disolvió de hecho la “Junta Militar”, núcleo sostén de la locura emprendida por Videla, Massera y Agosti en 1976. Retiradas la Armada (y particularmente la Aeronáutica) del gobierno de facto, el Ejército -aislado- ya no tenía fuerza siquiera para sostener la coyuntura. El sector represivo del Estado, que durante el siglo XX había asumido en la Argentina un rol de “garante de gobernabilidad” con inequívoca aceptación civil, destrozó sus chances de volver a intervenir políticamente hacia el futuro.

Un regreso a medias de los marinos, un presidente de facto sin actuación previa demasiado “comprometedora” (Bignone), civiles mechados en el gabinete, y, lo más importante, elecciones y entrega del gobierno en 1983, permitieron el tránsito en el caos. Los políticos disponibles salieron a la cancha. La mayoría habían tenido actuación en ciclos anteriores (incluso en etapas de facto). La Dictadura en retirada tuvo tiempo para destruir pruebas vitales, pero ya no pudo seguir escondiendo las torturas o desapariciones y, aunque pretendió una autoamnistía, sería inequívocamente juzgada en Tribunales. De a poco volvían exilados, se recuperaban hitos culturales prohibidos. Los medios de comunicación empezaban a descongelarse. Los cafés, las plazas, la calle se fueron inundando de política. Habían muerto Perón (1974) y Balbín (1981). Pero los grandes animadores seguirían siendo el justicialismo, que en su azarosa dinámica sólo atinó a poner “play” tras la pausa que significó la Dictadura (con la ex presidenta “Isabel” Perón en Madrid y ofreciendo la candidatura de Ítalo Luder, presidente en 1975 por una licencia de aquélla). El radicalismo hizo “renovación y cambio” con Alfonsín y su troupe, logrando la vanguardia. Los demás eran figuritas repetidas: Alende, Alsogaray, Manrique, Zamora, Estévez Boero, Ramos, Flores, Cerro, Martínez Raymonda. Entre todos arañaron el 8% de los votos (el bipartidismo se llevó el resto).

En Córdoba, la oferta política no brindó sorpresas. La UCR llevó como candidato a gobernador a “Pocho” Angeloz (la otra gran figura, el ex intendente capitalino Víctor Martínez, acompañó a Alfonsín) y a muchos intendentes o legisladores con pasado conocido. El candidato en Córdoba ciudad fue el ascendente Ramón Bautista Mestre, con experiencia en gestiones radicales previas. El PJ entronizó al “Ruso” Bercovich, electo intendente capitalino en 1961 sin poder asumir, último interventor de los tres que el gobierno peronista envió a Córdoba para que se “cocine en su propia salsa”, al decir del General. Las candidaturas en el interior mostraron a cuadros conocidos, aunque en la capital apareció, con su oratoria y su mítico “quincho”, el joven José Manuel de la Sota, secretario de Gobierno de la última gestión democrática local.

Cuarenta años después

La gran novedad de estas cuatro décadas fue la ausencia de protagonismo militar en la gobernabilidad. Las gestiones de facto ya no fueron opción. Las elecciones se sucedieron puntuales. El bipartidismo tuvo sus idas y vueltas en los 80 y 90; tras la grave crisis de 2001, las dos fuerzas se reconvierten en conglomerados. Uno remite al peronismo y otro a su cerril negación, pero también poseen un sustrato territorial imprescindible de señalar. El cambio constitucional en 1994, saliendo del colegio electoral para ir a un sistema de elección directa, y la transformación de la Municipalidad de Buenos Aires en una cuasi provincia que elige de modo directo a sus autoridades, desencadenan la franca pulseada entre dos órdenes políticos dominantes: “la Capital” (CABA) y “la Provincia” (Buenos Aires). Los primeros cruces fueron a puro golpe (De la Rúa luego del “voto bronca”; Ibarra tras Cromagnon). Después, los bandos utilizaron otras tácticas (alianzas, tecnología electoral, manipulación de la Justicia, etc.)

En ese contexto, las jurisdicciones locales que eran fuertes en 1983, 1989 o 1995 (y, entre éstas, Córdoba fue “primus inter pares”) fueron perdiendo volumen.

Hoy, como en 1983, entre los candidatos sobran apellidos conectados al pasado, bien circunscriptos a los poderes territoriales dominantes. Macri, Bullrich, Rodríguez Larreta, en segundas o terceras generaciones. Del mismo modo, se repiten en la otra orilla los Kirchner, Fernández, Massa o Cafiero, encarnando un oficialismo muy heterogéneo.

En el empequeñecido resto del país pasa algo similar. En Córdoba se sabe de Schiaretti, Llaryora, Passerini, De la Sota, Vigo, Fortuna, Llamosas; o Juez, De Loredo, Auad, Negri, Mestre, Rodríguez Machado, Dellarrossa: apellidos que se repiten por décadas (y a veces son las mismas personas… o casi).

En 1983, la enorme expectativa de una Argentina que, aunque golpeada, era más culta y enfocada que la actual, fue defraudada por políticos de anticuada mentalidad. En 2023, tras 40 años (nueve presidentes de la Nación, cuatro gobernadores de la Provincia) de manejo exclusivo por dirigencia profesional (y no hace falta contar cuán mal estamos), ¿seguirá ocurriendo lo mismo? Depende de estas señoras y estos señores cuya imagen ya empieza a multiplicarse en todo medio disponible, aunque aún no definen roles en campaña (ni hablar de propuestas).

Pero ojo: también dependerá de nosotros, los que votamos. No lo perdamos de vista.

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