Es la capital de la provincia, la cabecera de la región metropolitana y la primera ciudad del interior del país. Por su geografía y su historia, por su gente y sus instituciones, Córdoba debería ser una ciudad líder. Sin embargo, es una ciudad fallida. Durante este siglo, su postergación ha sido una constante.
Después de las intendencias radicales de Ramón Bautista Mestre y de Rubén Américo Martí (1983-1999), se han sucedido una serie de gestiones municipales que fracasaron, lamentablemente. Aquellos dos intendentes provenientes de la Unión Cívica Radical, establecieron una base y pusieron en marcha un proyecto de ciudad.
La Carta Orgánica Municipal sancionada en 1995, dio un formato institucional a aquel proyecto. Por aquellos años, se hicieron planteos vanguardistas. Grandes obras, servicios eficientes y eficaces, participación de los vecinos y descentralización de la gestión municipal, son ejemplos de los buenos tiempos.
Después vinieron intendentes de diversos orígenes partidarios. Para empezar, Unión por Córdoba, el frente electoral liderado por el Partido Justicialista, puso en el Palacio 6 de julio al peor intendente de la democracia recuperada en 1983: Germán Kammerath, el ahijado político de Carlos Menem.
Parece increíble, pero el mismo dirigente que había sido elegido Vicegobernador en diciembre de 1998, integrando la fórmula con José Manuel De la Sota, renunció a los pocos meses e inmediatamente fue elegido intendente. El fracaso de su gestión municipal fue reconocido por el mismísimo gobernador que lo había impuesto.
Así, Kammerath, aquel menemista tardío que hoy milita puertas adentro de Cambiemos, es el fundador de esta ciudad fallida. Luego vinieron Luis Juez, Daniel Giacomino y Ramón Javier Mestre. Llamativamente, tres de los cuatro intendentes que gobernaron durante este siglo, son actualmente dirigentes de Cambiemos.
Luis Juez fue el intendente con más votos en la historia de la ciudad. Pudo ser reelecto, pero fue por la gobernación. En su primer intento de volver a la intendencia (con Olga Riutort como vice), obtuvo el cuarto lugar, con menos del 16 por ciento de los votos. Este será, según ha dicho, su segundo intento.
Ramón Javier Mestre es el primer intendente reelegido después de 20 años (el último había sido Rubén Martí en 1995). Paradójicamente, también ha sido el menos votado. En 2011 obtuvo menos del 36 por ciento y en 2015 menos del 33 por ciento de los votos. Su objetivo político es ser candidato a la gobernación.
Sin liderazgo, no hay proyecto
Durante este siglo, gracias a los reiterados fracasos de las sucesivas gestiones municipales, la ciudad capital de los cordobeses, muy lejos de progresar, ha retrocedido e involucionado. Las obras de infraestructura han sido realizadas por otras jurisdicciones, los servicios de higiene y transporte siguen siendo ineficientes e ineficaces. Ni hablar del alumbrado o las calles.
Para mal de la ciudad, resulta muy difícil encontrar alguna obra o algún servicio que perpetúen el paso de la actual gestión municipal al frente del Palacio 6 de Julio. A pesar de sus intenciones o de sus ganas, porque no pudo o porque no supo, esa es la realidad que cualquier vecino puede comprobar a diario y en su barrio.
Las buenas gestiones tienen íconos. Las escuelas municipales o la recuperación del Río Suquía fueron los de la intendencia municipal de Mestre padre. Los CPC (Centros de Participación Comunal) o la revalorización de los espacios verdes, los de Rubén Martí. Están en la memoria colectiva. ¿Cuáles son los de la actual gestión?
El 12 de mayo, junto con las elecciones de Gobernador, Vice y legisladores provinciales, los cordobeses elegiremos intendente, vice y concejales municipales. El Intendente Mestre decidió pegar los comicios municipales a los provinciales, dificultando un debate específico sobre las problemáticas irresueltas de la ciudad.
A pesar de esa dificultad, los próximos comicios municipales son una oportunidad para debatir ese proyecto que Córdoba capital no ha tenido durante este siglo 21. Por el momento, son todas especulaciones, dimes y diretes de las internas partidarias. Pero, una vez definidos los candidatos, vendrá la campaña electoral.
Si Córdoba quiere dejar de ser una ciudad fallida, ese será el momento para debatir la capital que queremos tener y podemos ser. No se trata de planear eslóganes electoralistas. Las principales fuerzas políticas no deberían perderse en chicanas cruzadas ni reproches recíprocos, por respeto a los sufrientes vecinos.
La capital cordobesa debe ser una ciudad autónoma, metropolitana, descentralizada y participativa. Para eso, hace falta un liderazgo político y, sobre esa base, un plan a mediano y largo plazo, con consensos básicos sobre grandes temas, diseñado con la participación de los actores políticos y sociales.
La campaña es el momento de definir ese liderazgo. Hacen falta propuestas serias y responsables: cuáles son las obras y los servicios prioritarios, qué, cómo y cuándo se debe descentralizar la gestión para que los vecinos puedan participar más y controlar mejor. No estamos condenados al éxito, pero tampoco al fracaso.









