De creyentes y de ateos

De creyentes y de ateos

SR. DIRECTOR:

En algún momento de su larga presencia sobre la Tierra, el homo sapiens comenzó a crear entes ideales. Posiblemente algún tipo de organización de las comunidades, algunas normas de control social o de formas de regular la vida familiar. Entre todos esos entes necesito crear uno, que le permitiera explicar cosas que no entendía, al que se le pudiera pedir gracias, perdones, ofrecer sacrificios para rendirle culto y merecer su atención. Entonces crearon los dioses. Muchos o pocos, con variadas funciones y atributos, con cultos, rituales, personas dedicadas a su veneración y a la interpretación de sus señales o deseos.

Las civilizaciones se multiplicaron y cada una tuvo sus dioses, pero a veces fueron los mismos, cambiando de nombres.

En algún caso se narraron sus historias unidas a la vida de los humanos, y en otras no. Algunas veces fueron los poetas los que lo hicieron, y esas palabras, dichas o escritas, fueron aceptadas como dogmas, mantenidas y trasmitidas por generaciones.

Luego las civilizaciones fueron desapareciendo y, con ellas, sus dioses.

Se dio también que, por simplificar las cosas, aunar atributos, tener quién pedir bienes, felicidad o perdón, se pensó en un dios único que poseía todos los poderes, que siempre había estado y que era el creador de todas las cosas.

Todo fue escribiéndose por cientos de años, adoptado por las civilizaciones que fueron llegando en los últimos dos mil años –que son menos de aquellos en que rigieron los antiguos dioses-, y hoy las principales religiones en el mundo son monoteístas. Ese dios único no se nombra de la misma manera (alguno tiene tres personas en ese dios único), ha reemplazado definitivamente a todos los miles de los miles de años anteriores. 

A aquellos se los llama dioses paganos, receptores de idolatrías, falsos y mitológicos. Pero, si hasta nuestros días han llegado los modos antiquísimos de atributos, representación, adoración, voceros, sacrificios (ahora no cruentos, pero representativamente cruentos), ¿por qué denigrar las viejas creencias?

La jerarquía de los antiguos dioses debiera ser, entonces, igual a la de los modernos, y dignos del mismo respeto, aunque hayan sido des-diosisados”.

Todo lo anterior me permite deducir que el ateo no es ateo porque no cree en un dios, sino porque no cree en ningún dios, es decir en los miles de dioses que han sido y son. Los creyentes, por otro lado, son los que creen hoy en un dios generalmente reconocido.

Por lo tanto, la diferencia en la actualidad, entre ateos y creyentes, es mínima: mientras los ateos no creen en miles de dioses, los creyentes no creen en miles de dioses, menos uno.

Lo saludo cordialmente,

Carlos Peludero

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