Transición hacia una civilización biocentrada

Transición hacia una civilización biocentrada

Toda crisis hace pensar y proyectar nuevas ventanas de posibilidades. El coronavirus nos ha dado esta lección: la Tierra, la naturaleza, la vida en toda su diversidad, la interdependencia, la cooperación y la solidaridad deben ser centrales en la nueva civilización si queremos sobrevivir. Parto de la interpretación siguiente: que nosotros fuimos los primeros que atacamos a la naturaleza y a la Madre Tierra durante siglos, pero ahora la reacción de la Tierra herida y la naturaleza devastada se está volviendo en contra nuestra. Tierra-Gaia y naturaleza están vivas, y en tanto que vivas sienten y reaccionan a las agresiones. La multiplicación de señales que la Tierra nos ha enviado, empezando por el calentamiento global, la erosión de la biodiversidad del orden de 70.000-100.000 especies por año y otros eventos extremos, deben ser captados e interpretados. O cambiamos nuestra relación con la Tierra y la naturaleza en el sentido de sinergia, cuidado y respeto, o la Tierra puede no querernos más sobre su superficie. 

Casi todos los análisis del Covid-19 se centraron en la técnica, la medicina, la vacuna para salvar vidas, el aislamiento social y el uso de mascarillas para protegernos y no contaminar a los demás. Todo eso hay que hacerlo y es indispensable. Pero rara vez se habla de la naturaleza, aunque el virus vino de la naturaleza. Eso lo hemos olvidado. 

Para una nueva sociedad poscovid hay que asumir los datos del nuevo paradigma, que ya tiene un siglo de existencia pero que hasta ahora no ha logrado conquistar la conciencia colectiva ni la inteligencia académica, ni mucho menos la cabeza de los decision makers” políticos. Este paradigma es cosmológico. Parte del hecho de que todo se originó a partir del big bang ocurrido hace 13.700 millones de años. De su explosión salieron las estrellas rojas gigantes y con su explosión, las galaxias, las estrellas, los planetas, la Tierra y nosotros mismos. Todos estamos hechos de polvo cósmico. La Tierra, que tiene ya 4.300 millones de años y la vida unos 3.800 millones de años están vivas. La Tierra no solo tiene vida en ella, sino que está viva y produce todo tipo de vidas. 

El ser humano que apareció hace unos 10 millones de años es la porción de la Tierra que en un momento de alta complejidad comenzó a sentir, a pensar, a amar y a cuidar. Por eso hombre viene de humus, de tierra buena. Inicialmente mantenía una relación de coexistencia con la naturaleza, luego pasó a intervención en ella a través de la agricultura y en los últimos siglos ha llegado a la agresión sistemática mediante la tecnociencia. Esta agresión se ha llevado a cabo en todos los frentes hasta el punto de poner en peligro el equilibrio y ser incluso una amenaza de autodestrucción de la especie humana con armas nucleares, químicas y biológicas. Esta relación de agresión está detrás de la actual crisis de salud. 

Para evitar este posible armagedón ecológico, es urgente renovar con la Tierra viva el contrato natural violado: ella nos da todo lo que necesitamos y garantiza la sostenibilidad de los ecosistemas. Y nosotros le devolvemos cuidado, respeto a sus ciclos y le damos tiempo para que regenere lo que le quitamos. Este contrato natural ha sido roto por ese estrato de la humanidad que explota los bienes y servicios, deforesta, contamina las aguas y los mares. Es decisivo renovar el contrato natural y articularlo con el contrato social: una sociedad que asume colectivamente la preservación de toda vida, mantiene en pie sus bosques que garantizan el agua necesaria para todo tipo de vida, regenera lo que fue degradado y fortalece lo que ya está preservado.

Dado que la ONU ha reconocido los derechos de la naturaleza, la democracia tendrá que incorporar nuevos ciudadanos, como los bosques, montañas, ríos, paisajes. La democracia sería socio-ecológica. Solamente Bolivia y Ecuador han inaugurado el constitucionalismo ecológico al reconocer los derechos de la Pacha Mama y de los demás seres de la naturaleza. La punta de lanza de la reflexión ecológica se está concentrando actualmente en torno a la región. Tomando la región con la configuración que ha hecho la naturaleza: la biorregión se puede crear realmente un desarrollo sostenible que no sea meramente retórico sino real.

Las empresas serán preferentemente medianas y pequeñas, se dará preferencia a la agroecología, se evitará el transporte a regiones distantes, la cultura será un importante elemento de cohesión. Pensando en un futuro posible con la introducción del bioregionalismo, la Tierra sería como un mosaico hecho con distintas piezas de diferentes colores: las diferentes regiones y ecosistemas, diversos y únicos, pero todos componiendo un único mosaico. 

La transición se hará mediante procesos que van creciendo y articulándose a nivel nacional, regional y mundial, haciendo crecer la conciencia de nuestra responsabilidad colectiva de salvar la Casa Común y todo lo que le pertenece. La acumulación de nueva conciencia nos permitirá saltar a otro nivel donde seremos amigos de la vida, abrazaremos a cada ser porque todos tenemos el mismo código genético, los mismos 20 aminoácidos y las 4 bases nitrogenadas o fosfatadas. Es decir, todos somos parientes, unos de otros, con una fraternidad terrenal real. Será la civilización de la felicidad posible” y de la alegre celebración de la vida.

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