La novia del Plata

La novia del Plata

Los vecinos de Barracas dicen que la vieron, en las noches de luna llena, vestida con su traje de novia, paseándose por las orillas del Riachuelo, descalza, arrastrando la cola de su vestido por la arena. La novia del Plata”, bautizaron los lugareños, al fantasma de la niña que murió de amor.

Instalados en Buenos Aires, en la casa amarilla” de Barracas, Guillermo Brown, con pico y azada, limpia los matorrales de cardos y prepara la tierra para sembrar. Su mujer, Elizabeth Chitty, arma canteros a lo largo de las galerías y llena de flores el pequeño jardín.

Elisa era la primera de nueve hermanos. El porte distinguido y las labores de la aguja le venían de su madre, la pasión, por parte de padre, el almirante irlandés.

Francisco Drummont era un marinero escocés, hijo menor de una distinguida familia, cuyo padres y hermanos habían muerto en las guerras de su país. Desde el primer momento que puso los pies en la casa amarilla”, le arrebató el alma a Elisa Brown, porque olía a mar y a batalla, como su padre, el almirante.

Francisco y Elisa se prometieron amor para siempre”, como se prometen los enamorados de todos los tiempos

Todo ocurrió en un tiempo breve, veloz e intenso, entre reuniones y tertulias familiares, paseos por la alameda y besos fugaces.

Y como no hay amor, ni fantasma, ni leyenda que se precie sin tragedia, la niña vio partir a su marinero comandando el Independencia”, hacia la batalla. Ella lo esperaría para la boda prometida y comenzó a bordar el traje de novia el mismo día de la despedida.

¡Daremos batalla al enemigo hasta que no tengamos ninguna munición, y es preferible antes que rendir el pabellón, irse a pique! ¡Fuego a discreción, que el pueblo nos contempla!” arengaba el almirante. Eran tiempos de gloria. Ignoraba que el destino había dispuesto ponerlo de luto.

Dieciséis barcos brasileños y un despilfarro de municiones hicieron falta para varar al Independencia”, y una sola bala de cañón para herir de muerte a Francisco, que se defendió con bravura, en ese combate desigual de Monte Santiago.

El Almirante Brown alcanzó a verlo con vida. Francisco, agonizando, le pidió que le entregara a su Elisa el anillo que guardaba para la boda.

Dicen que dicen, en Barracas, que cuando la niña se enteró de la muerte de su amado, continuó bordando, imperturbable, su vestido de novia, en silenciosa demencia.

Y fue esa mañana de diciembre, el día fijado para la boda, que vistió su amoroso traje de novia blanca y caminó hacia la orilla del Riachuelo, hacia su húmeda muerte”, como la Ofelia” de Shakespeare.

Dicen que dicen en Barracas, que se recuerda al Almirante Guillermo Brown, El Viejo Bruno”, como lo bautizara Juan Manuel de Rosas, vestido con rigurosas ropas negras y con la tristeza en su mirada azul, parado en la puerta de la casa amarilla”.

La historia oficial dice que Elisa Brown, con apenas 17 años, no decidió su muerte. El Riachuelo, cementerio de barcos, marineros y capitanes, bien sabe que la novia del Plata” se ahogó de amor.

Reza el obituario de Elisa Brown: Dios quiera que puedan crecer las violetas en su tumba.

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