¿Cuánta agua tiene que pasar debajo del puente?

El jinete insomne | Por Patricia Coppola

¿Cuánta agua tiene que pasar debajo del puente?

¿Cuánta agua tuvo que pasar debajo del puente desde los tiempos en que la Santa Inquisición castigaba con muertes horrorosas, o prometía el peor de los infiernos para aquellos que se relacionaran con personas de su mismo sexo? En España, la Inquisición duró tres siglos y medio. La herejía de la diversidad, en todas sus formas, fue reducida a cenizas en las hogueras, para que de ellos no haya ni memoria.

¿Y cuánta agua tuvo que pasar debajo del puente en América, desde que a Vasco Núñez de Balboa se le ocurrió que la homosexualidad era contagiosa? Cinco siglos después de las afirmaciones del adelantado, Cotugno, el arzobispo de Montevideo, dijo lo mismo acerca del peligro de contagio de la homosexualidad, haciéndose eco de las proclamas del entonces papa Ratzinger, Benedicto XVI, quien repetía las antiguas maldiciones: el matrimonio homosexual contradice el plan de Dios y la ley natural”.

Adolf Hitler, por su parte, tomó drásticas medidas para salvar a la Alemania de principios del siglo XX del flagelo homosexual: los culpables del aberrante delito contra la naturaleza fueron obligados a portar un triángulo rosado: nunca se supo cuántos murieron en los campos de concentración. No estuvieron en las listas del Holocausto.

En el paraíso comunista”, por otra parte, con la llegada del estalinismo los actos homosexuales se transformaron en una traición a la utopía del Estado de los trabajadores, así que se los condenó a la pena de cinco años de trabajos forzados en prisión, en las estepas siberianas. Además, para el Comisario de Justicia, la homosexualidad tenía una clara relación con las antiguas clases dirigentes y con conspiraciones de la derecha zarista y de los nazis alemanes. A Siberia con todos ellos.

Y fue Richard Nixon, haciendo uso de sus conocimientos de historia y filosofía, quién afirmó que fue la homosexualidad la que destruyó a los griegos. Sócrates y Aristóteles eran gays, lo que resultó fatal para la civilización helena, concluyó Nixon.

Menos mal que los delfines, los flamencos, los albatros, los monos, las mariposas y muchos más de nuestros parientes”, a quienes se les da por relacionarse hembra con hembra y macho con macho, por un rato o para siempre, no son humanos: así se salvaron del manicomio, ya que hasta 1990 (como quien dice, hasta ayer a la mañana) la homosexualidad integró la lista de enfermedades mentales de la Organización Mundial de la Salud, esta misma OMS que hoy conduce la lucha contra la pandemia.

¿Cuánta agua bajo el puente tuvo que pasar hasta el 1 de abril del 2001, cuando en el Ayuntamiento de Ámsterdam se erigió una estatua del filósofo Spinoza, natural de la ciudad, con la inscripción «El propósito del Estado es la libertad»? Hace casi 20 años, la estatua de Spinoza recibió a más de un centenar de periodistas y unos 30 fotógrafos llegados de todos los rincones del planeta. Acudían a ser testigos, junto a todos los ciudadanos holandeses que encendieron la televisión esa noche, de cómo tres hombres le daban el «sí, quiero» a sus respectivas parejas, también hombres, convirtiéndose en los primeros en todo el mundo, en ser declarados marido y marido.

En el año 2010, en medio del debate que sostenían los legisladores argentinos para aprobar el matrimonio gay, el entonces cardenal Jorge Bergoglio, en una carta dirigida a los cuatro monasterios de Buenos Aires, alertó a los ingenuos: no se trata de una simple lucha política; es la pretensión destructiva al plan de Dios, una movida del padre de la mentira, que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios”. El ahora papa Francisco, en el documental Francesco”, realizado por el director ruso Evgeny Afineevsky, más aggiornado”, parece que, en tanto hijos de dios les otorgó a los gays el derecho a estar en familia y a que no les hagan la vida imposible. Es que a la iglesia católica siempre le preocupó la sexualidad humana. De papa en papa se ha ido estableciendo la rígida frontera entre lo que es pecado –casi todo- y lo poquito que deja de consuelo, ya que de algún modo hay que reproducirse.

¿Cuánta agua tendrá que pasar aún debajo del puente para que las personas no necesitemos de acuerdos parlamentarios, de venias papales o de actitudes tolerantes que haya que agradecer para ejercer el derecho a disfrutar de nuestra identidad de género y orientaciones sexuales?

Seamos optimistas, y pensemos que la Ley de Brujería, de 1735, por la que se prohibió la quema de brujas en manos de la Inquisición, tuvo que esperar solo cinco siglos.

Profesora Titular de la Facultad de Derecho, UNC

Salir de la versión móvil