Ese famoso 2020

Carta de nuestros lectores

Ese famoso 2020

Sr. Director:

Aunque el periodo duró nueves meses y medio, los doce meses del dos mil veinte quedan englobados en lo que se ha dado en llamar mundialmente como un año de mierda, sintetizado en una bandera con la imagen de un barbijo y el retrato de un virus redondo y cuernudito.

Año lleno de pérdidas, y quizás de algunas ganancias para el planeta, los países y las personas. Pero en esta reflexión solo hablaré de las pérdidas, que se anotan en la columna de la izquierda del Cuadro de Resultados.

El planeta y sus países perdieron demasiadas vidas, demasiada riqueza, demasiada alegría, demasiado contacto, de ese que no se reemplaza por las redes, y menos para los millones que no las tienen o no las saben o quieren usar.

Pero no para todos los países la pérdida promedio en sus economías significa lo mismo. Es posible que los países ricos o enriquecidos puedan seguir ricos a pesar de esa pérdida, y que sus habitantes puedan sobrevivir y recuperarse, recuperar sus empleos o hallar otros. La misma pérdida en países pobres o empobrecidos significa más miseria y menos posibilidades de recuperación.

No encuentra (o no quiere encontrar) la humanidad los mecanismos ni los organismos que puedan ayudar a equilibrar esos desastres.

Individualmente, todos perdimos un año. Los niños, los adolescentes, los jóvenes, los adultos y los viejos. Se perdieron los abrazos y los besos, las visitas a los nietos, los hijos, los abuelos. A los que están en hogares y hospitales. Las reuniones para celebrar cumpleaños, casamientos, acolloramientos, separaciones o para llorar muertos. No se pudieron hacer fiestas de Quince, de bautismos o comuniones, fines de curso o colaciones; juntarse para jugar a las bochas o al truco; encarar largos o cortos viajes, a lejanos o cercanos lugares, por tantas válidas razones.

Fue imposible compartir en vivo espectáculos, deportes, mirarse a los ojos o tomarse las manos. Nos privamos de vivir la ternura del amor añejo o la pasión del sexo joven.

Pero también en lo que a cada uno cabe, las posibilidades de recobrar algo de lo perdido no son equivalentes, y no podría haber organismo mundial que lo arreglara. Solo la solidaridad social e intergeneracional para comprender que un joven de 15 años ha perdido un año de los 75 que le quedan para vivir, y que un viejo de 80 ha perdido uno de los, con suerte, cinco o diez años que le restan.

Y si eso no se comprende y se sigue exacerbando la sensación de inmortales que todos tuvimos cuando jóvenes, los años que les quedan a los mayores se acortarán aún más.

Carlos Peludero

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