Telaraña

Costumbres en pandemia | Por Nicolás Jozami

Telaraña

No soy un aracnólogo, es decir un especialista en arañas. Lejos de eso. Pero me permito traer a colación un atributo de la arquitectura y hogar de estos animales, que por cierto es vox populi: la resistencia de sus telarañas. Llanamente entiendo que la fuerza de la seda reside en lo que se conoce como tenacidad”, el modo en que se comporta el armazón cuando es puesto a prueba. Al someterse a algún peso, cada hilo está preparado para romperse sin que ello afecte al conjunto; hay una flexibilidad singular, orgánica, que permite un estiramiento capaz de detener o soportar algo de grandes dimensiones sin que se destruya la telaraña. En esta cuarentena quiero rescatar lo que hemos hecho varios de nosotros, el colectivo de lectores y artistas, en momentos donde el impedimento para verse, encontrarse estaban ausentes. Me refiero a una telaraña hecha con hilos de palabras, con libros. La red que se fue armando como se podía entre todos aquellos que ansiosamente buscábamos pasarnos libros, compartir eso que habíamos leído, autores que generaron el modo de hacer llegar sus pedidos a quienes los esperaban.

Los taxis y los remises fueron la seda por la que caminó el peso de los volúmenes. Charlando -vía audios- con un amigo escritor, Sebastián Pons, le decía que habría que cartografiar la experiencia de estos meses de encierro, donde muchos hicimos lo que pudimos para conectarnos, para estar cerca a través de los libros, acompañándonos de esa manera. Menciono algunas de esas experiencias: en tres o cuatro mensajes cruzados, la poeta María Calviño me envía en un remis sus libros de poesía; mi espera estaba acompañada del WhatsApp Remis móvil 3280. Ya salió” seguido con el emoticón del auto. En otro caso, pidiéndole que esperara afuera para que el taxista encontrara el departamento, fueron unos libros a lo del escritor Cezary Novek, quien subió luego a sus redes una foto en abanico de las tapas, como un trofeo de celuloide en estos tiempos más digitales que nunca. Otra triangulación: el escritor Augusto Porporato viene desde su casa en auto, a alcanzarme su flamante novela policial, cuando aún no había salido en librerías; le digo, tras encontrarnos unos minutos, que debo ir a una librería céntrica, lugar donde trabaja mi amigo Alexis Comamala, a buscar unos libros, incluido el último de Marcelo Dughetti, Galgos de sol”, ya que no estaría en casa para aguardar el envío que podrían hacer por la tarde. Porporato, en una maniobra digna de Fangio, me acerca hasta la esquina de Deán Funes y Vélez Sarsfield. Me bajo.

Nobleza obliga, no había sentido tanto el encierro debido a mi ocupación docente, dando clases virtuales, posibilidad que mucha gente no tuvo, la de tener simplemente trabajo y poder cobrar el salario. Comamala me acercó el paquetito con los libros; conversamos cinco minutos, ya que Porporato daba una vuelta y volvía a buscarme para llevarme (acá el remisero era el autor de ¿Casualidad o mirabas por la ventana?”) antes de que partiera a las sierras. Ahí me di cuenta, en esos cinco minutos, que lo que podría decirle a mi amigo librero era algo ínfimo, baladí, casi sin sentido. No pudimos abrazarnos, no pudimos hacernos chistes, ni siquiera criticarnos por el no habernos visto antes. Fue fuerte y me costó un par de días entenderlo. El anecdotario es voluminoso y esta columna solo es para que no se pierda tan rápido toda esa telaraña que se tejió en las calles de muchas ciudades de la Argentina, libros de por medio.

Una cosa me llamó la atención: en los pocos taxis que me tomé para alcanzar un libro a alguien, (para dejárselo casi como una bomba a punto de explotar), el taxista no emitía palabra durante el trayecto, no conversaba. El silencio era amplio, espeso, tal vez sentiría o repetiría sin querer la presencia ausente del pasajero.

La resistencia de la telaraña tiene esa tenacidad” que permite a cada sector en peligro ser prescindible y repartir las fuerzas, para que la construcción resista y permanezca. La araña así puede atrapar insectos más grandes, alimentarse, moverse a ciegas por su casa con la comodidad de una arquitecta milagrosa. ¿Cuán fuerte es el deseo de hacerle llegar a alguien a través de un hilo de asfalto eso que nos gustó leer, escribir, de compartir?

Alguna vez dije algo que reitero: los corazones son más grandes en la distancia. Ojalá esta cartografía del deseo lector, del acompañamiento humano en estos tiempos, arme una telaraña que sea la antena y el faro persistente de una cultura y folklore que cobije en el inhóspito sabor de las ausencias. Los seres humanos somos bichos jodidos; por su lado, las arañas tienen sus venenos; pero díganme si esas construcciones flotantes y casi invisibles no valen toda la impresión que puede causarnos ese animalito. Vaya mi agradecimiento para quienes armaron, arman, mantienen viva esta telaraña de resistencia lectora.

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