¿Es posible la fraternidad universal?

Por Leonardo Boff

¿Es posible la fraternidad universal?

Hace dos años, en febrero de 2019, el papa Francisco, cuando visitó los Emiratos Árabes, firmó en Abu Dhabi con el Gran Imán Al Azhar Ahmad Al-Tayyeb un importante documento: Sobre la fraternidad humana, en pro de la paz y de la convivencia común”. Dando continuidad, la ONU estableció el día 4 de febrero como el Día de la Fraternidad Humana. Son esfuerzos que buscan, si no eliminar, al menos minimizar las profundas divisiones humanas. Ansiar una fraternidad universal parece un sueño distante, pero siempre anhelado.

El eje estructurador de las sociedades mundiales y de nuestro tipo de civilización es la voluntad de poder como dominación. No hay declaraciones sobre la unidad de la especie humana y de la fraternidad universal que consiga imponer límites a la voracidad del poder. Nuestra cultura moderna se ha apoderado de la muerte, ya que con la máquina de exterminio total creada puede eliminar la vida en la Tierra y a sí misma. ¿Cómo controlar el demonio del poder que nos habita? ¿Dónde encontrar el remedio?

Aquí san Francisco nos abre un camino: la humildad radical y la total sencillez. La humildad radical implica ponerse junto al humus”, en la tierra, donde todos nos encontramos y nos hacemos hermanos y hermanas porque todos venimos del mismo humus. El camino consiste en bajar del pedestal en el que nos colocamos como amos y señores de la naturaleza, y realizar un despojamiento radical de todo título de superioridad. Consiste en hacerse pobre, en el sentido de quitar todo lo que se interpone entre el otro y yo. Ahí se esconden los inter-eses. Estos no pueden prevalecer, pues son trabas para el encuentro con el otro cara a cara. La pobreza no es ningún ascetismo. Es el modo que nos hace descubrir la fraternidad, juntos sobre el mismo humus, sobre la hermana y madre Tierra. Cuanto más pobre, más hermano del Sol, de la Luna, del pobre, del animal, del agua, de la nube y de las estrellas.

Francisco recorrió humildemente esta senda. No negó los oscuros orígenes de nuestra existencia, el humus (de donde viene homo”) y de esta forma confraternizó con todos los seres, llamándolos con el dulce nombre de hermanos y hermanas, hasta al feroz lobo de Gubbio.

Se trata de tener una nueva presencia en el mundo y en la sociedad, no como quien se cree la cumbre de la creación y está por encima de todos, sino como quien está al pie y junto a los demás seres. Por esta fraternidad universal, el más humilde encuentra su dignidad y su alegría de ser por sentirse acogido y respetado y por tener garantizado su lugar en el conjunto de los seres.

Ésta no es una actitud exagerada ni excesiva. Se trata de un modo de ser que aparta todo lo que es superfluo, todo tipo de cosas que vamos acumulando, que nos hacen rehenes de ellas y crean desigualdades y barreras con respecto a los otros, negándonos a convivir solidariamente con ellos, y nos lleva a contentarnos con lo suficiente y a compartir con los demás.

Francisco, sin embargo, en un momento dado de su vida entra en una crisis profunda, pues veía que su camino de pobreza radical y de fraternidad le estaba siendo arrebatado. Afligido, se retira a una ermita en el bosque durante dos largos años. Es la gran tentación, a la que las biografías dan poca relevancia, pero es esencial para entender su propuesta de vida. Por fin, se despoja de ese instinto de posesión: acepta un camino que no es el suyo, pero que es inevitable. El Espíritu será el señor de su destino. Él mismo ya no se propone nada más. Está a merced de aquello que la vida le va pidiendo, viéndola como voluntad de Dios. Siente en eso la mayor libertad de espíritu posible, que se expresa por una alegría permanente hasta el punto de que le llaman el hermano siempre alegre”. Él no ocupa ya el centro.

Regresa y recupera la jovialidad y la plena alegría de vivir, pero, siguiendo la llamada del Espíritu, como en los primeros tiempos, vuelve a convivir con los leprosos, en profunda comunión fraterna. Jamás abandona la profunda comunión con la hermana y Madre Tierra. Cuando va a morir, pide que lo coloquen desnudo sobre la Tierra para la última caricia y total comunión con ella.

Francisco buscó incansablemente la unidad de la creación mediante la fraternidad universal, unidad que incluye a seres humanos y seres de la naturaleza. Todo comienza con la fraternidad con todas las criaturas, amándolas y respetándolas. Si no cultivamos esta fraternidad con ellas, la fraternidad humana pasa a ser meramente retórica y continuamente violada.

Curiosamente, el famoso antropólogo Claude Lévy Strauss, confrontado con la crisis aterradora de nuestra cultura, sugiere el mismo remedio que san Francisco: «el punto de partida debe ser una humildad principal: respetar todas las formas de vida… preocuparse del ser humano sin preocuparse de las otras formas de vida es, queramos o no, llevar a la humanidad a oprimirse a sí misma, abrirle el camino de la auto-opresión y de la auto-explotación». Frente a las amenazas planetarias afirmó también: «La Tierra surgió sin el ser humano y podrá continuar sin el ser humano».

El confinamiento social nos ha creado condiciones involuntarias para plantearnos esta cuestión fundamental: ¿qué es esencial, la vida o el lucro?, ¿el cuidado de la naturaleza o su explotación ilimitada? ¿Qué Tierra queremos? ¿Y qué Casa Común queremos habitar? ¿Sólo con nosotros, los seres humanos, o con todos los hermanos y hermanas de la gran comunidad de vida, realizando la unidad de la creación?

Francisco vivió en términos personales la fraternidad universal, pero en términos globales, fracasó. Tuvo que hacer concesiones a la orden y al poder. Y lo hizo sin amargura, reconociendo y acogiendo su inevitabilidad. Es la tensión permanente entre el carisma y el poder. El poder es un componente de la esencia del ser humano social. El poder no es una cosa, sino una relación entre personas y cosas. Al mismo tiempo asume la forma de una instancia de dirección social.

¿Es posible una fraternidad universal? Dentro del mundo en que vivimos, bajo el imperio del poder-dominación sobre las personas, las naciones y la naturaleza, aquella está siempre inviabilizada y hasta negada. Por aquí no hay camino. Pero si no puede ser vivida como un estado permanente, puede realizarse como espíritu, como una nueva presencia y un modo ser que intenta comprometer todas las relaciones. Esto solo será posible a condición de que cada persona sea humilde, se sitúe junto al otro y a la altura de naturaleza, supere las desigualdades y vea un hermano y una hermana en cada uno, situados en el mismo humus terrenal donde están nuestros orígenes comunes y sobre el cual convivimos.

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