Alberto se puso la banda

En equilibrio | Por J. Emilio Graglia

Alberto se puso la banda

El oficialismo no es para cualquiera. Porque gobernar es más que gestionar y mucho más que administrar. Los gobernantes deben tomar decisiones que transformen la realidad existente, confrontando y conciliando. Se puede gestionar o administrar el statu quo, pero no la trasformación. Hay ejemplos a diestra y siniestra que lo demuestran.

Fernando de la Rúa no pudo concluir su mandato y Mauricio Macri no pudo renovarlo. En la vereda de enfrente, entre los oficialistas exitosos, están Carlos Menem y Néstor Kirchner, dos presidentes que, aunque entre ellos estuvieran en las antípodas ideológicas del peronismo, conformaron movimientos políticos de 10 y 12 años de duración, respectivamente.

Todos sabemos que Alberto Fernández, para ser Presidente de la Nación, antes fue el candidato de Cristina Fernández de Kirchner. Luego, supo convencer a los gobernadores peronistas no kirchneristas (menos al de Córdoba y al de Salta); pudo sumar al líder del Frente Renovador, Sergio Massa; y ganarse el apoyo de los sindicalistas. No es poco.

Así, Fernández pasó de ser el jefe de campaña de Florencio Randazzo en las elecciones de senadores nacionales por la provincia de Buenos Aires, en 2017, a ganar, en primera vuelta, la titularidad del Poder Ejecutivo, en 2019. En ese tránsito, los protagonistas fueron Cristina y su estratégica decisión de postularlo, y la paupérrima gestión de Macri.

Desde el inicio Fernández tuvo un electorado doble: por una parte, los que lo votaron por ser el candidato de Cristina, un núcleo con el que no se gana, pero sí se pierde cualquier elección; por otra, los votantes que lo eligieron para castigar a Macri. En síntesis, los que apoyaban a Cristina y los que rechazaban a Macri.

A pocos meses de llegar a la Casa Rosada, se vino la pandemia del nuevo coronavirus, y el mundo se puso patas para arriba. Al frente de un Estado en default, con una pobreza de más del 35 por ciento y una inflación superior al 53 por ciento, tomó algunas decisiones apresuradas y, para colmo, cometió demasiados errores no forzados.

Un año después, con la economía reactivándose y la vacunación en aumento, al inaugurar las sesiones ordinarias del Congreso Nacional, Alberto se puso la banda y habló como enseña el manual del buen oficialista para tomar o retomar la iniciativa: 1) asegurar el apoyo de los propios; 2) elegir al adversario; y 3) identificar a los aliados.

Después de un año

Para un buen oficialista, lo primero es asegurar a los propios. Pues bien, el discurso fue celebrado sin reservas por los componentes de la coalición de gobierno. Para empezar, desde el Frente Renovador reivindicaron la desdolarización de las tarifas y la modificación del impuesto a las Ganancias, ambas iniciativas de Sergio Massa.

Por su parte, el cristinismo se sintió contenido por las críticas a la organización y el funcionamiento del Poder Judicial y por las reformas propuestas. Desde el vamos, criticar a la administración de la Justicia ya es un negocio político en sí mismo, considerando que más del 80 por ciento de la opinión pública no confía en sus integrantes.   

A continuación, hizo lo segundo que debe hacer un buen oficialista: elegir a su adversario. De ahí los fortísimos reproches a la gestión de su antecesor, Mauricio Macri, mucho más potentes que los dichos un año atrás. Entre ellos, el anuncio de denunciarlo penalmente por la deuda contraída con el Fondo Monetario Internacional.  

La estrategia política le dio resultados inmediatamente. Desde Patricia Bullrich a Mario Negri -las caras visibles de la oposición-, todos salieron a defender el endeudamiento, tratando de explicarlo racionalmente con argumentos técnicos. Nada mejor para un oficialismo que una oposición a la defensiva.

Pero un buen oficialista no puede limitarse a confrontar. También debe conciliar. De ahí las flores a los gobernadores, especialmente a los radicales y al mismísimo Jefe de Gobierno de Buenos Aires, sus aliados en la pandemia. No llama la atención que estos opositores (oficialistas en sus respectivos territorios), nada dijeron para defender a Macri.

Por último, las referencias al plan para la promoción de la producción y las exportaciones acordado con el Consejo Agroindustrial Argentino (CAA), muy ponderadas por sus integrantes. Fueron tan sonoras estas palabras para con sus nuevos aliados como el ninguneo a la otrora poderosa Mesa de Enlace. Nada peor para un opositor que ser ignorado por el oficialismo.

No hay contradicción entre el llamado a la búsqueda de consensos y las críticas a antecesores y opositores que no gobiernan sus territorios. Consenso no es unanimidad, sino agregación de alianzas estratégicas para impulsar y sostener un proyecto de trasformación. Al resto le queda el disenso, tan necesario en democracia como el consenso.

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