Ecumenismo de sangre

Cuaderno de Bitácora | Por Nelson Specchia

Ecumenismo de sangre

La gira papal por la antigua Mesopotamia ya es parte de los grandes capítulos de la historia. Venimos insistiendo que el jesuita Jorge Bergoglio, después de haber llegado a la cima de la pirámide de la iglesia, se orienta hacia dos objetivos principales: hacia adentro, a la reforma de la estructura eclesial, en un aggiornamento” que, a pesar de su discreción y bajo perfil, sólo puede ser comparado al golpe de timón que Ángelo Giuseppe Roncalli, Juan XXIII, le dio a mediados del siglo XX con la convocatoria al concilio. La segunda idea-fuerza que anima al pontífice argentino mira hacia afuera: quiere meter una cuña en la dirección, metodologías y rumbos de la política mundial. En el armado y consecución de esos dos objetivos se ha granjeado las mayores simpatías, pero también una acérrima resistencia, con un nivel de violencia y de oposición que no se habían visto en la iglesia moderna.

Como una manera de confirmar el acierto de sus opciones, se comprueba que aquellos que lo apoyan en las reformas al interior de la iglesia (renovación teológica, abusos sexuales del clero, transparencia financiera y de inversiones, rol de la mujer, apertura en cuestiones de moral sexual, divorciados, homosexuales), son los mismos que lo aplauden y apoyan en sus intentos por cambiar la orientación de la política internacional (medio ambiente, Amazonas, fraternidad universal, armamentismo, migraciones, refugiados, deuda externa, distribución de recursos, regionalismo, dependencia). Y aquellos que se le oponen, incluso violentamente, por su inmiscuirse en estas agendas globales son también quiénes lo critican por las reformas en el seno de la iglesia. Los campos están cada vez más identificados, y el papa Bergoglio asume el riesgo de caminar por el medio de la grieta.

Esa valentía responsable volvió a mostrarse en Irak, en el viaje que acaba de terminar. Cansado (los 84 años no llegan solos”, se quejó en el avión de vuelta) pero desafiante, dijo que volverá a salir, contra todas las recomendaciones en contra, y que planea dirigirse a Hungría (cuyo gobierno no lo ha invitado) y al Líbano, donde ni Siria ni Israel ni Egipto (tampoco Washington ni Moscú) se alegrarían que vaya.

Así como intentaron que desistiera de este aterrizaje en Bagdad, Mosul, Qaraqosh, en el Kurdistán iraquí y en el antiquísimo valle mesopotámico de Ur, entre el Éufrates y el Tigris, de donde hace cuarenta siglos salió nuestro padre Abraham” y comenzó todo. Al principio intentaron disuadirlo con el aumento de casos de covid-19 en la región; luego, con una seguidilla de ataques de las guerrillas contra cuarteles de la Otan, que aumentaban exponencialmente el riesgo de su seguridad. Pero se mantuvo firme y subió al avión. Ahora, cuando no lograron impedir el viaje y su estratégico encuentro con el ayatollah Ali Sistani, la oposición -tanto la interna como la externa, que como digo arriba es la misma- intentarán relativizar su eficacia y cuestionar sus fundamentos, inclusive los teológicos. Bergoglio lo sabe, y como no hay mejor defensa que un buen ataque, se adelanta y los expone él mismo: muchas veces hay que arriesgar para dar este paso; hay críticas: que el papa no es valiente sino un inconsciente, que está dando pasos contra la doctrina católica, y que está al borde de la herejía. Bueno, son los riesgos. Yo asumo esos riesgos”. Lo dijo en el avión, y como no descuida el enorme lenguaje de los símbolos en la política internacional, lo dijo cuando sobrevolaban el territorio ensangrentado de Siria.    

El razonamiento del papa que ha decidido llamarse Francisco sigue de cerca la espiritualidad de aquel santo de Asís: el mal proviene de la concepción materialista del mundo, que lleva a la distorsión y a la utilización instrumental de Dios. Los fundamentalistas radicales del Estado Islámico persiguieron y asesinaron por igual a musulmanes y a cristianos de todos los credos: de Mosul tuvieron que huir casi medio millón de personas, un cuarto de ese éxodo fue de cristianos, y al recorrer la mezquita y las iglesias destruidas (católica siríaca, ortodoxa siríaca, ortodoxa armenia y católica caldea), un ecumenismo de sangre derramada, el papa determinó que no es lícito matar en nombre de Dios”. Casi las mismas palabras que había utilizado el ayatollah Ali Sistani en sus fatua” para condenar la violencia del extremismo del Estado Islámico. Y no por casualidad.

Bergoglio ha decidido liderar una alianza post moderna entre confesiones y espiritualidades, ofreciéndose humildemente como prenda de acuerdo: está dispuesto a pagar el precio, inclusive a enfrentar un proceso canónico por herejía. Puede fracasar, pero si tiene algunos años más y lo logra, puede que haya encontrado la vía para frenar la violencia y hacer un frente común contra la deriva de sentido del mundo. Hostilidad, extremismo y violencia no nacen de un espíritu religioso: son traiciones. Y nosotros, creyentes, no podemos callar cuando el terrorismo abusa de la fe. Es más: nos corresponde rectificar con claridad el camino equivocado”. En esa está. El rumbo es claro, aunque la meta siga siendo incierta.

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