Ser, sentir, tener

Por Eduardo Ingaramo

Ser, sentir, tener

Común, normal e ideal son tres palabras que muchas veces intercambiamos, pero representan distintas cosas. Se aplican a situaciones muy disímiles y representan lo que percibimos de la realidad (común), lo que deseamos (ideal) y una mezcla de ambas (normal). Esas diferencias y la aceleración de cifras que las representan determinan el vértigo que sentimos y, por tanto, nuestras reacciones.

Aunque no hay un consenso epistemológico, común es aquello que se presenta con más frecuencia, ideal es aquello que deseamos de acuerdo a nuestras creencias y costumbres (valores), y normal es una mezcla de ambos.

Por ello normal suele decirse de aquello que está entre la realidad observada o común y lo que deseamos o ideal.

Cuando alguien habla de un país normal”, está diciendo que no acepta lo que ve, pero tampoco lo que según sus valores sería ideal que ya no sería posible.

En uno de los problemas que más nos ocupan en estos días, la inflación, común sería 3% mensual, ideal 1% (aunque esa cifra sería inaceptable en la mayoría de los países) y normal sería 2%. Por eso la preocupación y reacción cuando llega al 4%. Es que toda aceleración genera vértigo, y el vértigo lleva al miedo, independientemente de la velocidad absoluta que se lleve, y el miedo a la ansiedad, angustia, fobia, paranoia o depresión.

Si vas de cero a 100 Km/h en cuatro segundos sentirás vértigo, pero si vas a 130 Km/h en un camino recto y abierto no lo sentirás. En el primer caso tu adrenalina y epinefrina se libera aumentando el ritmo cardíaco, el estado de alerta y la huida, en un estado de excitación.

La pandemia y su posterior cuarentena fueron una aceleración increíble de los cambios en el mundo, la sociedad y nuestras propias vidas, nos generó vértigo y miedo. Hace 100 años José Ortega y Gasset, nos escribía sobre la aceleración del tiempo histórico –por ese tiempo se introducía la radio- en el que las masas” se reivindicaban a sí mismas. Luego, todas las predicciones, inclusive las de ciencia ficción, que se hicieron sobre el futuro -Un mundo feliz” de Aldus Huxley (1930), 1984” de George Orwell (1950), o el Club de Roma (1972)- erraron por mucho el tiempo en que ocurrirían esos fantásticos cambios, que en la realidad fueron mucho más rápidos.

Hoy las tecnologías son instantáneas y las masas producen información permanentemente y llegan a controlar el valor de las acciones en Wall Street, aún contra los multimillonarios fondos de inversión. Así, la empatía de los conflictos –primavera árabe, indignados españoles, chalecos amarillos franceses- es visible y se extiende globalmente, así como las reacciones conservadoras con represión y pérdidas de libertad individual.

Es obvio que quienes quieran conservar lo que tienen o son, van a tener vértigo, sentir miedo y van a reaccionar de modo intempestivo o violento, mucho más cuando están sobreinformados y miran a corto plazo. Es poco probable que frenemos el cambio de época en este tiempo histórico, pero podemos mirar más lejos, y aunque a los jóvenes se les suele imputar que quieren todo ya, una buena parte de ellos mira lejos –al menos respecto de lo que hacemos las generaciones anteriores que estamos hacia el final de nuestra vida- hacia el mundo que recibirán, su sostenibilidad económica, social y ambiental.

En especial en estos días de pandemia, pero también antes, el marketing, esa poderosa herramienta que modela muchos comportamientos, estuvo abandonando lentamente el deseo como motor del consumo, para imponer el miedo como motor de los comportamientos humanos ante la inevitable crisis sobreviniente. Inclusive, ante el exceso de miedo, que no produce motivaciones al consumo, algunas empresas han comenzado a utilizar la esperanza como moderadora del miedo excesivo, a la espera de la pos pandemia. Pero hay de todo en el marketing, deseo, miedo y esperanza. 

Así, lo común ha dejado de serlo, lo ideal parece inevitablemente irrealizable y lo normal ha perdido sus referencias, por lo que las reacciones son de las más diversas, pero mayoritariamente individuales ante la ruptura de los contratos sociales que nos marcaban lo prohibido, aquello de lo que no se habla y lo que es una locura”, como decía Michel Foucault.

En ese contexto, el miedo y el vértigo es cada vez mayor, por lo que la ansiedad, la angustia, las fobias, la paranoia y la depresión son moneda corriente. Si no logramos que todas las formas de comunicación –política, periodística, publicitaria, artística- avancen en la construcción de un nuevo contrato social, hacia la esperanza como una suerte de ideal reformulado hacia la nueva normalidad, con más equilibrio en el mediano y largo plazo, lo común seguirá sin existir. Y el miedo y sus consecuencias reinarán.

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