Las vidas ajenas

Libro de los pasajes | Por Diego Tatián

Las vidas ajenas

En 1929 Córdoba fue el origen de una pandemia. Al comienzo afectó de manera extraña a vecinos de la ciudad y, desconcertado, el colegio médico consideró que solo se trataba de una gripe”. Contra esa opinión, en soledad, denostado por sus colegas, el doctor Enrique Fausto Barros afirmaba en cambio en un artículo de la Revista de la UNC que Córdoba había sido azotada por una ola rara” transmitida por papagayos” y llamada psitacosis. Allí, cita estudios científicos donde se describen las manifestaciones físicas en los papagayos que portan el mal: permanecen acurrucados, se les erizan las plumas, tienen las alas caídas, los ojos entrecerrados, rehúsan el alimento y son presa de somnolencia. La muerte sobreviene en tres o cuatro días”.

La epidemia había tenido origen en una feria de aves montada al Este de la ciudad: Hace más de dos meses llegan a Córdoba vendedores de pájaros que se instalan -sin contralor sanitario- en un local numerado 41 de la Avenida 24 de septiembre. Los animales se encuentran hacinados, sufriendo de frío, y a poco andar fallecen en cantidades enormes, ya en el propio local, ya en el de los compradores”. En pocos días se constataron decenas de personas enfermas que habían adquirido los animales, o solo los habían observado en la feria.

El doctor Barros dice haber atendido a muchos de esos vecinos, y concluía en su texto: ¿No es un fenómeno singular siquiera el enorme tributo pagado por los médicos a la epidemia actual? ¿No es también un fenómeno singular la mayor frecuencia aparente de los casos entre la gente acomodada que entre los proletarios? Pues éstos, señores, tienen problemas más inmediatos que la compra de aves de lujo”.

El mal se extendió en poco tiempo a otras provincias y luego -hasta volverse pandemia- a casi todos los países. El mundo entero fue objeto de la transmisión del virus producido por un morbo aviario que tuvo origen en la calle 24 de septiembre de Córdoba. La crónica agrega que sus estudios sobre la psitacosis le valieron a Enrique Barros haber sido propuesto para el premio Nobel de Medicina.

Puede parecer extraño centrar el relato de uno de los principales protagonistas de la Reforma Universitaria de 1918 en la historia de esta antigua epidemia, pero se trata tal vez de uno de los avatares más conspicuos de la cultura reformista. Enrique Barros había sido presidente del Centro de Estudiantes de Medicina cuando se produjeron las revueltas estudiantiles de junio y septiembre de 1918, por las que Córdoba se hizo conocida en el mundo entero. No bien concluida la agitación, hacia fines de 1918, estudiantes católicos partidarios del depuesto rector Nores atacaron a Barros en el Hospital de Clínicas con una barra de hierro, ocasionándole heridas en la cabeza que lo pusieron al borde de la muerte. Tras el atentado pasó su convalecencia en la casa de su amigo Aldof Döring (uno de los científicos que habían llegado a Córdoba por obra de Sarmiento, quien despertó en él el interés por la ciencia alemana) en Capilla del Monte.

Luego de concluir sus estudios en la UNC, completó su formación en la Universidad de Friburgo, donde permaneció desde 1920 hasta 1924. No era un lugar cualquiera, ni un momento cualquiera. En esa misma Universidad enseñaba Edmund Husserl, y su asistente era (entre 1919 y 1924, casi exactamente los mismos años en los que Barros trabajó en ella) un joven filósofo del que ya hablaba toda Alemania, llamado Martin Heidegger. La imaginación se tienta en lucubrar que el inquieto médico cordobés concurría algunas veces a esas lecciones que fueron decisivas en la filosofía del siglo XX.

Hay quien afirma que trató de convencer a Husserl de impartir clases en Córdoba. Las gestiones que realizó en Alemania para invitar profesores a la UNC sólo prosperaron con el economista Alfons Goldschmidt y con el fisiólogo Georg Friedrich Nicolai (estrecho amigo de Einstein, y acaso mediador en la visita del autor de la teoría de la relatividad a Córdoba en 1925). Antes de dejar Alemania, Barros advirtió el clima de xenofobia que se extendía con intensidad. Volvió a Córdoba en plena contrarreforma alvearista, cuando el panorama se había hecho desolador y de la Reforma no quedaba prácticamente nada.

La trayectoria ideológica de Enrique Barros está marcada por posiciones revolucionarias y clasistas. En 1920, con motivo de una calumnia contra él en La vanguardia”, le escribe a Nicolás Repetto una carta que vale citar por extenso: Perdone que le diga, Dr. Repetto, desde el laboratorio de trabajo donde escondo mi asco por tanta maldad: solo los socialistas como Ud. pueden disfrutar de las prebendas, diputaciones, senadurías, intendencias y concejalías. Yo me confieso socialista revolucionario, y ello me impide servir al Estado burgués, colaborar, como Ud., con la clase burguesa. Todo lo que tengo y lo que soy están al servicio de la Revolución. Y señalo conmovido el ejemplo luminoso de Lenin y Trotsky, igualmente difamados”.

Aunque, luego, las convicciones revolucionarias de Barros se atenuaron y adoptó posiciones más liberales, desarrolló una intensa solidaridad con la Revolución Cubana, acaso motivada por la vieja relación que mantenía con la familia Guevara: había tratado a Ernestito por el asma, y luego trabó amistad con él cuando ya era el Che. Acaso el Dr. Barros consideraba que el alma de la revolución era -como el sentido de la ciencia- el interés por las vidas ajenas.

Durante sus últimos años llevaba en el bolsillo un papel que decía: Yo, Enrique Barros, en pleno uso de mis facultades mentales y sabiéndome aquejado de una dolencia que en cualquier momento puede hacer crisis, prohíbo que en tal caso, ni vivo ni muerto, llegue hasta mí un sacerdote de la religión católica apostólica romana, a la que considero la negación de la doctrina de Cristo”. Esa crisis finalmente tuvo lugar el 25 de marzo de 1961. Ningún sacerdote se hizo presente en el lugar.

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