Hay una preocupación extendida sobre las potencialidades y las fragilidades de la transformación política del Estado, que, anclada en la historia latinoamericana y occidental, conforma un valioso capital político alternativo a la ruptura de la hegemonía del liberalismo que se genera con la gran crisis de 1929. Esta cuestión se actualiza con el portazo que pega el reciente discurso del presidente estadounidense Joe Biden, en el que se pronuncia por el cierre de una historia de neoliberalismo que solo ha arrojado desigualdad en la vida social, agudizando las jerarquías de todo tipo.
La caída de la Bolsa de Nueva York, el día 29 de Octubre de 1929 -conocido como Jueves Negro”- puso a Wall Street en pánico, por la venta masiva de acciones y la estrepitosa caída de inversiones. Se trataba del agotamiento ya indisimulable de una modalidad de acumulación basada en la valorización financiera, que había comenzado a dar señales en los años 20 con el pronunciado deterioro de los precios agrícolas. El New Deal” (nuevo trato”) fue el régimen político económico que respondió con esa significativa denominación a la Gran Depresión que sigue al crack bursátil, así como el Estado de Bienestar lo fue en buena parte de los países occidentales golpeados por sus efectos. Si bien se trata, en ambos casos, de decididas estrategias de intervención del Estado en la regulación de la economía y de las condiciones de vida, existieron diferencias. Éstas consistieron en la fortaleza institucional que adquiere el Estado de Bienestar; en la integralidad e inclusividad de sus prestaciones sociales; y en los acuerdos y relaciones políticas que se pactan (los denominados Acuerdos de Paz”).
Si hacemos foco en Latinoamérica, el Estado de Bienestar resulta de la conflictividad que la crisis del liberalismo conservador venía generando, de las fuerzas de transformación que en su contestación se enhebraban, a la vez que de las posturas del estructuralismo económico que sostenía la Cepal, presidida por el argentino Raúl Prébisch. Sin embargo, la conformación de regímenes de bienestar varió fuertemente en el subcontinente, siendo Uruguay, Costa Rica y Argentina los países en los que esta nueva forma de gobierno penetró con mayor vigor.
Pero lo central del viraje de Biden es su potencial de expansión, más allá de sus fronteras. La posibilidad que la política regulativa e inclusiva constituya la fórmula de salida para un capitalismo occidental que, en su conjunto, ha sido afectado seriamente por el avance del Covid-19. La democracia misma se ve amenazada por el avance de fuerzas políticas de extrema derecha que medran en la crisis, tanto en los EEUU como en Europa y América Latina. Podría así conjeturarse en tal preocupante contexto que esta suerte de reedición del New Deal” roosveltiano, este discurso que tiende puentes con una castigada sociedad civil viene a evitar el riesgo de una profundización aún mayor de la crisis en marcha, que amenaza con hacer del capitalismo una sociedad dualizada, en la que los dispositivos de la coerción institucional y corporativa constituirían la respuesta al esperable crecimiento del conflicto social.
Eludir este horizonte constituye una ciclópea tarea política. La transformación en las condiciones económicas que median entre aquella sociedad industrial de empleo masivo y ésta, que expulsa trabajo a favor de una producción basada en dispositivos analógicos y/o digitales; entre aquella política basada en la creencia en el Estado y los partidos, y un presente que practica al respecto un desencanto activo; entre unas prácticas que interpelan la cultura de la sociedad industrial de bienestar que se basara en las normas y reglas jerárquicamente instituidas. De estos y otros pasajes se desprenden nuevas cuestiones y aspiraciones sociales, que un renovado Estado de Bienestar tendrá que asumir como modalidades ineludibles de articulación con la sociedad civil. En otros términos, la cuestión del bienestar ha sufrido en este medio siglo una (re)significación: su lenguaje, sus prácticas, sus conflictos, los poderes en juego han mutado cualitativamente, impidiendo cualquier retorno mecánico o nostalgioso.
Si alguna tarea queda para las fuerzas políticas que aún reivindican las luchas por una democracia que otorgue vigencia a la justicia social, económica y política, esa tarea ha sido comenzada con la reivindicación del bienestar desde uno de los centros del poder político global: el Congreso de los Estados Unidos.
Más allá del escozor que tal impulso desde ese lugar pueda producirnos, quizás constituya una vía válida al impulso de una transición del capitalismo hacia una sociedad en la que los riesgos subjetivos y colectivos de la existencia sean afrontados con base en la revalorización de los derechos.