El sentido de justicia y el impuesto a las grandes fortunas

Por Lucas Gatica, desde Bilbao

El sentido de justicia y el impuesto a las grandes fortunas

Imagine que va a participar en un experimento. Sabe que tiene un compañero, un desconocido. Usted y la otra persona no se verán ni se conocerán. A usted le dan 100 dólares, y debe decidir cuánto se quedará y cuánto le dará a su desconocido compañero. Si el otro jugador acepta su oferta, ambos pueden quedarse con el dinero repartido. Si la rechaza, ambos se quedan sin nada.

En la gran mayoría de los casos las personas reparten ese dinero en partes iguales. ¿Usted hubiera hecho el mismo reparto? ¿50 dólares para usted y 50 dólares para su compañero desconocido? ¿Se habría quedado con un poco más? ¿Hubiera negociado y tal vez no hubiera perdido todo?

Según la teoría del Homo oeconomicus”, somos una especie que maximiza racionalmente los recursos. Si fuera así, sería esperable que intentáramos quedarnos con un porcentaje mayor al 50%, y ofreceríamos una parte menor al compañero desconocido. También cabría esperar que esta persona desconocida acepte cualquier cantidad diferente a cero, que es la cantidad con la que partía y llegó al experimento. Siguiendo la teoría del Homo oeconomicus”, una proporción de 90/10 podría ser razonablemente satisfactoria para ambos, participante y extraño. Diez dólares son mejor que nada, que es lo que obtendría si rechazase la oferta. ¿O no?

Pues no. La realidad muestra que la mayoría de las personas que participan en este experimento de economía conductual, denominado juego del ultimátum”, se desvían del camino esperado para un homo oeconomicus” y siguen unas pautas aparentemente irracionales”. Lejos de una oferta del 90/10, la amplia mayoría opta por un arreglo más equitativo de 60/40, y son muchos los que optan por una distribución de total igualdad 50/50. Además, los participantes que reciben propuestas desiguales tienden a rechazarlas, por más que con ese rechazo pierdan la oportunidad de llevarse algo y no salir con las manos vacías.

Este experimento señala que una distribución desigual resulta inaceptable para la gran mayoría de las personas. Lo que pone de manifiesto la existencia de un comportamiento incompatible con la concepción del ser humano como maximizador de recursos. Por el contrario, la ciencia advierte que somos personas preocupadas por la igualdad y el bienestar de los demás.

¿A qué edad desarrollamos el sentido de la igualdad y la justicia? Los experimentos muestran que ya a los 2 años, los niños son extremadamente cooperativos entre ellos; y a partir de los 5 años reaccionan con indignación cuando observan un trato o conducta desigual. Lo llamativo es que esos experimentos se han replicado con pequeñas comunidades tradicionales de cazadores-recolectores de varios continentes, y los resultados son similares. Incluso, las resonancias magnéticas, o el estudio del sistema de neuronas espejo, con diferentes participantes como chimpancés o niños menores de 7 años, indican que la evolución del sentido humano de la equidad es el encargado de que se creen las condiciones para la reducción de las inequidades dentro del grupo y para la aparición de la aversión a la desigualdad.

¿Estas aptitudes son innatas o adquiridas? Hace tiempo que la ciencia se ocupa de esta cuestión. Durante décadas los investigadores creían que nuestro sentido de la justicia era una cuestión de educación, pero estudios recientes muestran que podría ser genético. Es decir, el principio de justicia serían un legado evolutivo.

Es verdad que, si pensamos las sociedades anteriores y las vemos con la luz de nuestros días, la nuestra es una sociedad mucho más igualitaria. Sin embargo, la desigualdad de ingresos viene aumentando año tras año. La décima parte más desfavorecida de la sociedad global ha perdido un 10% de ingresos reales, y la décima parte más privilegiada los ha aumentado un 25%.

En los países más desarrollados de Europa, la desigualdad entre salarios no es tan pronunciada como en nuestra región. Esto se debe principalmente a la redistribución que hace el Estado, a través de impuestos y beneficios sociales. Sin embargo, en estos países también la desigualdad va en aumento. Una encuesta de 2013 mostró que casi dos tercios de los alemanes señalaban que había disminuido la justicia social, ampliándose la brecha entre los que más tienen y los que menos tienen. Este país es uno de los más ricos de Europa y está entre los 20 más ricos del mundo y, de todas maneras, la brecha entre ricos y pobres sigue aumentando.

En sociedades con alta desigualdad se ponen en peligro la cohesión y la democracia. Por ejemplo, personas con pocos ingresos tenderán a participar menos en procesos electorales y en la vida social en general.

Según el Credit Suisse Research Institute, en América Latina hay más de 673.000 personas con un patrimonio de alrededor de un millón de dólares. El 38% de los millonarios de la región reside en Brasil, el 26% en México y un 4% en Argentina. Al mismo tiempo, en América Latina, son pocos los países que gravan patrimonio, entre ellos, Argentina. Por ejemplo, el impuesto a los bienes personales fue creado en un contexto de emergencia, en 1991. Se aplica sobre los bienes que poseen los residentes en el país y en el exterior, así como sobre los bienes locales propiedad de no residentes.

Por ello es tan importante un Estado presente y fuerte, que pueda mitigar y regular las desigualdades inherentes que el sistema crea, más aún en un tiempo de crisis sanitaria y económica.

Tributos como el reciente Aporte Extraordinario a las Grandes Fortunas deben sostenerse y defenderse, si deseamos construir un país en el que entren todos y se repartan cada vez más las rentas.

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