El íntimo colonialismo en la garganta

Por Diego Fonti

El íntimo colonialismo en la garganta

Creí que era una noticia falsa. Por eso tuve que ver el tramo donde el Presidente de la Nación retoma la oración, atribuida alguna vez a Carlos Fuentes y usada por Litto Nebbia: los argentinos descendemos de los barcos”. Y lo lamenté. Pero quisiera dejar claro qué es lo que lamenté, y también qué es lo que, pensándolo bien, podemos ganar con todo esto.

La caterva de memes no se hizo esperar. Todos tenemos cruces en redes con grupos machistas, misóginos y racistas, y no carece de interés ver cómo los posteos unían la crítica a la expresión de Alberto Fernández, supuestamente por racista, con otros chistes de un racismo-clasista explícito. Los psicoanalistas deben estar haciéndose un pic-nic con lo que tanto chiste revela en sus emisores.

Además, otros periodistas se escandalizaban por la comparación. Haciendo zapping radial escuché un tema de Nebbia y lo dejé, aunque me sorprendió la radio en que lo ponían. Enseguida entendí. Cortaron el tema y la conductora dice que de ahí salió la afirmación de Fernández, y que por supuesto que los argentinos venimos de los barcos”, pero lo que molestó fue la comparación”.

¿Perdón? ¿Por supuesto qué? ¿Acaso nuestros conciudadanos de las naciones Kolla o Qom -para nombrar solo dos- son parte de un pasado desaparecido? ¿Acaso haremos otra vez la estrategia de negar su presencia, o, a lo sumo, blanquear” sus cuerpos mediante un supuesto mestizaje” omniabarcante? (incluido el de quienes llegaron en barcos… esclavistas).

Nuestro colonialismo, así como nuestro machismo y nuestro racismo, son brutales: lo permean todo, íntimamente, inconscientemente, desde el fondo de nuestra palabra. De allí que posiblemente la frase del presidente sobre el europeísmo, que antecedió a la de las procedencias, sea más preocupante.

Reconocer aportes de una cultura –de toda cultura, incluida la europea– es sabio. Pero eso no se puede confundir con una cabeza, un corazón y una estética colonizada. El reconocimiento de otros no puede prescindir del más inmediato y primer reconocimiento de los nuestros.

Para que algo insulte se requiere una de dos cosas (o ambas a la vez): una afirmación y una intención. El Presidente dijo que no fue su intención. Seguramente. Pero lo interesante del caso es cómo algo puede convertirse –mediante un contexto o una serie de intenciones– en un insulto.

Me permito una breve digresión sobre un maestro en mi vida: cuando mi hijo tenía 9 o 10 años, un compañero le dice en un recreo corrés como una nena”, a lo que él le contestó uy, ¡qué bueno!”. Jaque mate. La expresión del insulto deviene reconocimiento, valoración propia, orgullo. Como enseña el cuarto mandato” Kolla: ama llunku. No seas servil.

A pesar de todo esto, podemos ganar algo importante de lo que pasó, con una doble jugada. Primero, a los escandalizados por las palabras se les puede ejercer la misma vigilancia de sus expresiones, para ver en cuáles de ellas, en los memes y chistes que reproducen, se trasunta el racismo, la misoginia, la aporofobia.

Y segundo, cantar retruco a quienes se escandalizaron. ¿Cuál sería la ignominia de venir de la selva o de los indios, de esos gallardos pueblos que coexistían armónicamente con la naturaleza o tenían extraordinarios avances astronómicos y matemáticos?

En mi caso, una comparación así más bien me llenaría de orgullo.

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