Quito Mariani, una vida de juventud

Por Vitín Baronetto

Quito Mariani, una vida de juventud

Por razones biológicas me toca hacer memoria antigua” del Quito, que acaba de partir al Gran Campamento, como buen boy scout. Otras u otros harán las siguientes. Solo algunos brochazos de los tantos vividos por este cura que reencontró el sentido de su sacerdocio con la renovación conciliar, como tantas veces lo repitió. A ese sacerdocio conciliar le fue fiel, aunque algunos de sus jerarcas lo vieran de otro modo. Fue desde ese lugar, siendo párroco en Río Ceballos, que tuvo que hablar en aquella triste asamblea clerical, cuando la jerarquía eclesiástica cordobesa pretendió sancionar al obispo Enrique Angelelli, por la rebelión del clero diocesano ante el conservadurismo del arzobispo Ramón Castellano. José Guillermo Mariani, que siempre fue brillante y eximio orador, fue elegido para exponer las razones del clero joven. Y sus sólidos argumentos no fueron en vano: no hubo condena, hubo asado y pocos meses después renunció el arzobispo.

El entusiasmo por la renovación le abrió las alas para desarrollar sus capacidades, especialmente su afección a la música, la poesía y el canto, con esa voz diáfana de la juventud que acompañaba con el piano. En Río Ceballos los canalizó en el coro que dirigió, y en lo religioso, con los cambios litúrgicos que introdujo de manera creativa, despertando la atracción y el fervor, lejos de aquellas misas ceremoniosas y anquilosadas. Fue un precursor y referente de innovaciones que en los sectores del tradicionalismo católico despertaron recelos y desconfianzas. Pero no serían los únicos en sus largos años de andar con paso firme y pausado.

Se nos acaba de ir el último de los 20 curas de Córdoba firmantes de la adhesión al Manifiesto de los Obispos del Tercer Mundo, que dio origen al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Luego, a partir de su nuevo lugar en La Cripta de la 14, su proyección y preocupación social tuvo diversas manifestaciones.

Después del Cordobazo, estuvo entre los curas que denunciaron torturas a estudiantes y obreros, vejaciones y malos tratos, intimidación a que acuse a personas determinadas como condición para cesar en los apremios, condenas sumarias de detenidos sin que sus esposas, hijos o defensores legales puedan enterarse de los motivos o de su legitimidad, encarcelamiento a dirigentes obreros y estudiantiles”. Desde su trabajo pastoral siguió con su predilección por los jóvenes. Fundó el grupo scout con criterios nuevos, cuestionados por la entidad federativa, entre otras cosas porque fomentó la integración femenina. Los y las jóvenes se sintieron atraídos por su juventud”, que afloraba en su modo de ser y actuar. Y esa es la juventud que perduró hasta el final de sus 93 años. Juventud en la comprensión de las nuevas realidades, en el protagonismo de transformaciones, en el impulso de iniciativas convocantes y abiertas al ecumenismo y la pluralidad. Esa apertura al mundo”, más allá de los límites estructurales de la institución católica pero siempre en fidelidad a su misión sacerdotal, le ocasionó no pocas veces incomprensiones y hasta procesos canónicos. Pero gracias a su profunda libertad pudo seguir respondiendo a las necesidades de quienes encontraron en él la comprensión, el acompañamiento y la amistad.

Tuvo su experiencia, a fines de los 60, de compartir las vivencias con el grupo de jóvenes en las villas miserias, despertando la inquietud solidaria de otras y otros que dieron su paso a la militancia social y política. En 1976, en las exequias del obispo Angelelli en La Rioja, Quito Mariani fue elegido para despedirlo: Las fuerzas del mal, las fuerzas de la muerte, el poder de las tinieblas es tremendo cuando se desatan en forma de sentimiento de odio o de venganza, en forma de astucias o engaños, en formas de insidias y calumnias, en forma de egoísmos opresores, en formas de armas que siembran la muerte”. Fueron las primeras palabras que denunciaron el crimen. Grabadas por los servicios de inteligencia, en el informe de la Policía Federal llegaron al ministro del Interior, general Harguindeguy. Poco después el cardenal Primatesta fue advertido sobre el riesgo de vida para el padre Mariani, y le pidió que se alejara del país. Se radicó en Brasil por un tiempo, y pudo conocer a Dom Helder Cámara, el obispo rojo”.

En 1982, cuando un grupo de sobrevivientes decidimos editar la revista Tiempo Latinoamericano, contamos con el activo aliento, apoyo y colaboración del Quito, que también se reflejó en sus columnas de opinión. La idea original había sido asignarle la dirección; pero resultaba más fácil eludir la censura eclesiástica si las responsabilidades principales no eran ejercidas por clérigos, susceptibles de ser alcanzados por disposiciones canónicas. Por esa misma época, en reuniones con lo que germinó enseguida como Grupo Sacerdotal Enrique Angelelli”, fuimos impulsando la recuperación de la memoria martirial. En la primera misa de recordación en la basílica Santo Domingo, en 1983, otra vez el orador fue el Quito.

Su compromiso con la verdad, la memoria y la justicia se plasmó en cada marcha junto a los organismos de DDHH y desde su lugar en la Comisión de la Memoria. Su referencia ética elevó la vara de la exigencia social; y su testimonio de vida, sin tapujos”, mostró que las limitaciones o los obstáculos nunca son impedimento para el compromiso de seguir andando junto al pueblo empobrecido y a quienes con él se solidarizan.

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