A 150 años, ¿qué hacer con Lugones?

Por Matías Rodeiro

A 150 años, ¿qué hacer con Lugones?

¿Qué hacer con Leopoldo Lugones, aspirante a monumento marmóreo de la lengua argentina? Su ideal poético apuntó hacia lo majestuoso, hacia las figuraciones del genio heroico y creador que domina y derrama el verbo desde las cimas. Durante su vida (1874-1938), en verso y en prosa, labró obras como La guerra gaucha, Las montañas de oro, Lunario sentimental, Odas seculares, Romancero, El imperio jesuítico, Historia de Sarmiento, Romances del Río Seco, Elogio de Ameghino, su inconclusa apología de Roca, etc. Por un tiempo, también durante su vida, el cordobés alcanzó estatuto de tótem de la cultura nacional: se lo recitaba en las aulas y llegó a ser llevado en andas tras sus conferencias sobre el gaucho. En otro tramo considerable de su vida, querellaron por -y juzgaron sobre- su legado nombres recios, como los de Martínez Estrada, Borges, Astrada, Canal Feijoó, Hernández Arregui, Ramos, Terzaga, Viñas, o el jesuita Castellani.

Como todo monumento, se expuso al escarnio. Los poetas y escritores “martinfierristas” de los años 20 le arrojaban todo tipo de burlas, y hasta epitafios en vida, decretándolo lengua muerta. La parábola de sus militancias políticas: del ala izquierda del socialismo revolucionario –transitando estaciones varias del liberalismo- al fascismo uriburista, no pareciera colaborar para la vindicación de sus causas. “León de alfombra”, le espetaría un desilusionado Deodoro Roca al dar cuenta del tránsito de una supuesta juventud indómita a la efectiva pleitesía con los poderosos dictadores sostenedores de la espada, a los que les legaría su pluma para escribirles los discursos en los infames años 30.

Su parábola vital: tensada en su conciencia entre un laicismo que denunciaba al catolicismo como “dogma de obediencia”, y su conversión luego al catolicismo. En lo íntimo, atravesada por amores inconfesables. Y, en los hechos, suspendida drásticamente por la implacable ingesta de ácido cianúrico. Escorza un perfil que se quiso regio y viril, mientras se disolvía en la decepción y en la ignominia. ¿Ley del Karma? Sus bandazos se proyectaron como maldición en su descendencia: Polo, su hijo, también suicidado, inventó la “picana” para defender dictaduras y torturar a yrigoyenistas, anarquistas y disidentes. Su nieta, Pirí, militante revolucionaria, fue detenida-desaparecida por los ejecutores del terrorismo de Estado durante la última dictadura.

Monumento expuesto al escarnio y también al implacable ácido del olvido que lo disuelve todo. A pesar de que todo en Lugones, para bien o para mal, remita a la patria. Para bien o para mal hoy pudiera considerarse un milagro que en alguna escuela se lea a Lugones. O que algún cenáculo de intelectuales del siglo XXI le dedique su atención como parte de un canon. Incluso que poetas lo juzguen digno de alguna herencia parar reclamar. ¿Qué hacer con Lugones?

Lugones, autodidacta y forjador de una erudición barroca, fue devoto de una “filosofía de la transformación” y creía en la metempsicosis. Doctrina de la transmigración de las almas, presente en antiguas cosmogonías de Oriente y Occidente, a partir de la cual, luego de la muerte y según merecimientos de su vida anterior, las almas habitarán los cuerpos de otros seres vivos. En su “Ensayo de cosmogonía en diez lecciones”, Lugones se animaba a conversar con Einstein y complementaba a la metempsicosis como una “concepción cosmogónica” que consideraba a “todos los fenómenos como naturales”, pero “no totalmente derivados de la materia”. Concepción del cosmos tanto como de la cultura, en las conferencias de 1913 dedicadas a la oligarquía, que compondrían El payador, Lugones demostraría que nuestro gaucho provendría y llevaría en su alma al “linaje de hércules”, origen de la épica y, por tanto, de la Patria.

Pero ¿cómo llegamos hasta aquí? Y lo verdaderamente importante, ¿en qué podría haber transmigrado el alma atribulada de Lugones? El trágico y solemne derrotero lugoniano se convirtió en pájaros: César Vargas y Leandro Calle, en recuerdo de los 150 años de su nacimiento, seleccionaron y editaron un conjunto de poesías, El libro de los paisajes (1917), enteramente consagradas por Lugones a los pájaros. Gesto piadoso –o justicia poética- los compiladores, atentos a los lamentos del urutaú, rescatan a esos poemas para enfrentarlos con la severidad de la vida, la lengua y la obra de Lugones. Pero también, en tiempos en los que la “casa común” se contempla desastrada por negacionismos varios (como los del ecocidio imperante), para ofrendarlos a una nueva siembra irrigada por la inspiración del movimiento de la ecopoesía. Al reciclarlos, Vargas y Calle también transfiguran las hímnicas odas del vate de la Patria en versos sencillos, en lecturas plausibles para infancias o para leer con las infancias. Para invitarles a conocer los nombres de su fauna avícola autóctona (chingolo, pirincho, llora-sangre, urraca, pito-juan, curruca, cachila, boyero, aracucú). Para aprender de la vida a través de breves fábulas que reparan en la moral de las aves, y religan naturaleza y humanidad.

Calle y Vargas, en este “Alas” lugoniano rehacen, con las palabras, aves; y con las aves, palabras. Aves, patrias y palabras, en vías de extinción, apenas sostenidas por la pluma y el canto de Lugones. Y como Fénix, o, mejor, como el colibrí de las leyendas mayas o tupí-guaraníes, son liberadas para nuevas lecturas, nuevos versos, nuevos vuelos, nuevos cantos; hacia el misterio de trinos por-venir.

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