De las pocas veces que viajé a Buenos Aires, este año tuve la oportunidad y el deseo (siempre postergado) de conocer el espacio de memoria de la AMIA, impulsado por la relectura de la novela “Furia de invierno”, de Perla Suez. Quien esté familiarizado con Perla o con sus obras reconoce su vertiginosa cadencia narrativa, que distingue su estilo literario, su particular forma de escribir, relatar y de narrar. También es consciente de la marcada influencia del componente cinematográfico presente en su escritura, junto con su habilidad para cautivar al lector desde el principio. La literatura de Suez es eminentemente visual, ya que le permite plasmar imágenes que de otra forma serían difíciles de materializar.
“Furia de invierno”, una novela negra, narra la historia de Luque, un joven argentino que huye del país, en 1979, por motivos personales, familiares y económicos que lo obligan a tomar la determinación de emigrar a Paraguay en búsqueda de otras oportunidades. En 1983, ya radicado en Ciudad del Este, luego de haber tomado malas decisiones y no por cuestiones de azar, se topa con Rita, mujer que, como él bien sabe, “administraba el contrabando pesado de la ciudad”. En el transcurso de los once años que vivió en el país vecino, el personaje trabajó para ella en alguna oportunidad puntual, hasta 1994, en que le ofrece un encargo especial que debe realizar en Argentina.
Las instrucciones para Luque fueron claras y detalladas: a las 9:30 de la mañana del día pactado debía estacionarse, en Buenos Aires, en la calle Uriburu y dirigirse al bar El Trofeo. Un joven, de aproximadamente 25 años, lo abordaría, y una vez que le entregase las llaves de la Trafic, podría retirarse. Al ingresar al bar, Luque ocupó una mesa cercana a la ventana, aguardando. El sujeto llegó en moto, se quitó el casco y, tras buscar en el interior del local, se sentó frente a Luque para obtener las llaves, Luque intentó ser cordial ofreciéndole café, pero ante el rechazo las deslizó sobre la mesa. Intempestivamente “las luces del bar empezaron a parpadear. Las voces se borraron, los escaparates se desvanecieron y de golpe parecía que ese niño que había sido estaba nuevamente encerrado en aquel cuarto. Afuera el viento agitaba las ramas desnudas de los árboles como si estuvieran nerviosos. En ese momento un estruendo infernal y perfecto estalló en la AMIA haciendo trizas el bar El Trofeo y toda la manzana. Una lluvia roja y espesa como la sangre inundó las calles y la ciudad fragmentada se volvió aún más incierta y hostil. Eran las 9:53 de la mañana y el frío calaba los huesos”.
El horror, oculto como una bestia en esas páginas, aguardó hasta que salimos del estado de shock para atacarnos de lleno. El atentado a la AMIA fue tan impactante que supera cualquier invención. Sin embargo, Perla Suez sabe moverse con solvencia en la narrativa y lograr armar un párrafo perfecto, como el que acabo de citar, para establecer una conexión única entre la ficción y la cruda realidad. Perla, tal como dijeron al entregarle uno de sus merecidos premios, es “dueña de un magnífico aliento poético”, que nos recuerda una y otra vez que ni los responsables ni los perpetradores del genocidio tienen la última palabra.
La obra se presenta como una posibilidad para seguir reflexionando sobre esto, e invita al lector a empatizar con las víctimas. Se trata de pensar en aquello que Adorno subrayaba, sobre la importancia de educar a las generaciones jóvenes recordando el pasado para evitar la repetición de la historia, con el objetivo de impedir que acontecimientos como Auschwitz -o el de AMIA, pensando en esta ocasión- vuelvan a ocurrir.
La infancia y la adolescencia representan un valioso potencial de memoria y esperanza para construir un futuro diferente, ofreciendo la oportunidad de crear una nueva realidad en honor a aquellos que ya no están.
30 años no pasan en vano, al seguir pensando acciones de visibilidad para revocar el reclamo de una justicia que aún no tiene remanso alguno. La semana pasada, el 18 de julio conmemoramos un nuevo aniversario del mayor atentado terrorista en la historia nacional, ocurrido en la Asociación Mutual Israelita Argentina en 1994, situada en la calle Pasteur 633, de la Ciudad de Buenos Aires. El lema que acompañó el reclamo de justicia este año es: “El terrorismo sigue, la impunidad también”. En ese trágico suceso perdieron la vida 85 personas, y más de 300 resultaron heridas. Las preguntas sobre quién asumirá la responsabilidad por estas muertes persisten.
Frente al silencio y la impunidad de los causantes, la denuncia continúa siendo crucial para mantener la atención sobre el caso. Aún se reclama la resolución de la causa y la eliminación de cualquier obstáculo que impida investigar este acto inhumano perpetrado contra la comunidad judía fuera de Israel, y contra todo el pueblo argentino.