Amor y mercado

Por Eduardo Ingaramo

Amor y mercado

Muchas veces parecen incompatibles. Algunos piensan que el trabajo ya no dignifica, y la explotación laboral (o la auto explotación de trabajadores independientes), emprendedores individuales y pequeños empresarios, son formas de esclavitud moderna del sistema capitalista que impiden la felicidad y el amor. Por eso trabajamos durante la semana, para obtener los recursos que nos permitan disfrutar de los días de descanso.

Las propuestas de disminución de las horas o días laborales o el sostenimiento del teletrabajo que permite compatibilizar los tiempos laborales, familiares o de descanso, corroboran la tensión entre el amor, la felicidad y el trabajo. Pero existen dispersas en las redes propuestas que pueden hacerlas compatibles.

No existe felicidad sin hacer lo que nos gusta, al menos en los casos que hoy constituyen la mayoría de la población. Cuando hacemos lo que nos gusta no sentimos que estamos haciendo un gran esfuerzo, es más: no nos importa el tiempo que utilizamos en ello. Si lo integramos a lo que sabemos y podemos hacer, la tarea nos produce pasión.

Pero eso que sabemos y podemos hacer es consecuencia de la capacitación que adquiramos, y de las relaciones ganar-ganar colaborativas o asociativas que establezcamos con otros que tienen capacidades que nosotros no tenemos, y así nos permitimos aumentar nuestra eficiencia y eficacia colectiva de la tarea.

Aumentar la eficiencia es una condición necesaria para utilizar la menor cantidad de recursos y esfuerzos, de modo que podamos capitalizar la diferencia en búsqueda de mayor eficacia, aumentando lo que somos capaces de lograr. Hacerlo colaborativa o asociativamente permite ambas cosas, a la vez que crea un ambiente agradable.

Esa condición necesaria –eficiencia y eficacia- que nos impone el sistema capitalista no es sostenible por mucho tiempo, si no produce y aumenta lo que nos pagan por ello, por lo que debemos profesionalizar nuestra tarea, haciéndola permanente, metódica e intensa, de modo que lo que nos gusta, y lo que sabemos y podemos hacer sea sostenible, tanto en lo afectivo como en lo económico que el mercado nos exige.

Sin embargo, eso está lejos de alcanzar la felicidad y el amor, aunque lo acerca. Para acercarnos un poco más debemos pensar aquello que el mundo necesita, a través del “amor al otro”, indefinido, que además nos permite ayudar a que el contexto que nos rodea sea amigable, favorable a lo que hacemos, y así no existan conflictos, al menos con nuestro entorno inmediato.

Las vocaciones son entonces el enlace entre lo profesional, eficiente, eficaz y sostenible en lo económico-afectivo y un mundo mejor.

Para cerrar el círculo, es necesario vincular lo que el mundo necesita con la felicidad y el amor, que no es ni más ni menos que hacer lo que nos gusta, con quien nos gusta, generando un círculo virtuoso que se reproduzca a sí mismo.

Así, la misión no es una visión altruista independiente de nuestros intereses personales, sino que los incluye, aunque con los límites de los derechos de los demás y el disfrute de todos.

Así planteado, teóricamente, la idea es clara, pero choca con nuestras propias percepciones previas, en donde el mérito personal parece ser más valorado que el éxito colectivo, que las condiciones previas que nos favorecen o desfavorecen, priorizando el individualismo. Es que el mercado capitalista nos necesita aislados, competitivos, ansiosos y angustiados. Y procuramos compensarlo con un consumo irreflexivo e irresponsable, a través de los fetiches que adquirimos, que nos prometen una felicidad que nunca llega.

No es extraño, entonces, que los trabajadores con vocación (docentes, trabajadores de salud, seguridad) sean glorificados cuando nos prestan servicios, pero son juzgados negativamente cuando se sindicalizan luchando por sus derechos. Tampoco que todas las Entidades de la Economía Social y Solidaria – EESS (cooperativas, mutuales, asociaciones civiles o fundaciones) son limitadas o perseguidas por los gobiernos de todas las ideologías políticas dominantes, que temen de su eficiencia, eficacia y competitividad, y que reclaman un lugar en el mercado y los temas públicos. Todo ello sin esconder que algunos dirigentes individualistas y personalistas aprovechen estas figuras jurídicas para beneficiarse a sí mismos, gestionando el capital común sin transparencia, los que así se convierten en casos propiciatorios de los fusilamientos mediáticos de las empresas concentradas y de funcionarios del Estado que responden a esos intereses o los propios, cooptándolas, sometiéndolas a sus designios.

No obstante, una filosofía deseable sería aquella que, virtuosamente, una lo que nos gusta hacer, la eficiencia, la eficacia, la sostenibilidad, el amor y la felicidad, puede movilizar a muchos jóvenes y no tan jóvenes que sufren la incertidumbre y angustia sobre su futuro, y puede romper el cerco mediático a las organizaciones colectivas sostenibles, profesionalizadas y democráticas, pero también vocacionales y comprometidas con su comunidad.

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