Las ciencias son diversas y están lejos de constituir un universo único. Las políticas científicas son la mayor muestra de soberanía, cuando los enfrentamientos tecnológicos asumen escala global y definen el futuro de países y bloques económicos.
Las ciencias exactas suelen ser mecanicistas y pretenden tener un universo cierto, pero sus avances en cuestiones astronómicas y en la física cuántica lo contradicen, al punto que ya no existen certezas sobre el origen del universo, el comportamiento de la materia y sus componentes cuánticos, y ahora rigen modelos probabilísticos que procuran comprender el caos observado.
Las ciencias biológicas se mueven también en un universo probabilístico, en donde se conocen las alternativas, pero sus afirmaciones sobre las relaciones causa-efecto no son determinísticas, sino, apenas, estadísticas. Las ciencias sociales, por su parte, se mueven en un universo incierto.
Los universos indeterminados son aquellos en los que se desconocen las relaciones causa-efecto y se presentan como convicciones no probadas científicamente, por lo que el sistema científico las considera “pseudociencias”, aunque suele abrir las puertas a reconocer que algunas afirmaciones pueden ser comprobadas empíricamente.
Los avances científicos ponen en duda lo que hace pocas décadas parecía indiscutible: lo cierto se convierte en incierto, o indeterminado, y lo indeterminado se convierte en incierto, o probabilístico. Es que las observaciones en los márgenes de las ciencias (como las astronomía profunda del observatorio James Webb, de EEUU; o las del universo subatómico-cuántico del Colisionador de Hadrones, de la Unión Europea) ponen en crisis lo establecido, en la medida que sus resultados no son compatibles con aquellas afirmaciones sobre el origen del universo o de la materia visible.
También el reconocimiento de testimonios y hechos aislados (pero verificables) que afirman creencias sobre constelaciones familiares o medicinas alternativas, que revelan casos inexplicables por las ciencias formales, más allá de que son campos fértiles para la charlatanería, la espiritualidad y afirmaciones pseudo teológicas. Por ello, abandonada la inmutabilidad del campo científico, en todos los universos se busca en sus fronteras, en un momento histórico en el que, como nunca antes, el conocimiento científico se está multiplicando cada pocos años.
Así, las ciencias no pueden ser consideradas aisladas unas de otras: constituyen un todo indivisible que sólo puede ser desarrollado por estudios y desarrollos interdisciplinarios.
En ese ambiente, la inversión científica de base teórica, de comprobaciones empíricas o de desarrollo tecnológico es imprescindibles para que nuestro país sea parte de esa comunidad que continuamente produce efectos en nuestras vidas, ya sea participando en su gestión, o comprando productos importados de los que somos simples usuarios.
Los países que han optado por esta última alternativa han destruido su sistema científico y están fuera de cualquier innovación, convirtiéndose en simples observadores o usuarios pasivos. En nuestro país, el Estado ha invertido para mantenerse dentro del sistema científico internacional, aun cuando el sector privado, dominado por el corto plazo, no ha invertido demasiado en el tema (salvo cuando existen desarrollos tecnológicos protegidos por patentes que auguran importantes beneficios).
La diferencia entre ser usuario, desarrollador bajo patentes extranjeras, o protagonistas del proceso científico, es enorme a la hora de agregar valor a la producción de forma eficiente y eficaz, que se mide en la capacidad y velocidad de respuesta a los cambios tecnológicos y sociales, en la generación de divisas, y en mayores salarios, esos que admiramos en los países más desarrollados que, por supuesto, invierten mucho más que nosotros).
Los avances en la eficiencia en la extracción de Shale Oíl o Shale Gas en Vaca Muerta; la producción de elementos requeridos en la producción de energía en centrales nucleares; su reparación y actualización tecnológica; la provisión de información obtenida por medios satelitales; la producción de vacunas; de organismos genéticamente modificados en la producción de alimentos; las formas de organización social que permiten el aprovechamiento de las nuevas y viejas tecnologías y su difusión masiva (aún en pequeños productores-usuarios), son consecuencias de esa inversión.
Es entonces incomprensible el desfinanciamiento de desarrollos avanzados en reactores nucleares de potencia (proyecto CAREM de la CNEA), reactores en la producción de radioisótopos de uso médico (CNEA e INVAP, ya vendido a Australia), o el desarrollo satelital de ARSAT e INVAP, salvo que se pretenda destruirlos y/o privatizar los inminentes resultados económicos que producen. También los desarrollos genéticos en cultivos y salud humana, o la extensión tecnológica hacia pequeños productores de la economía familiar, que producen efectos inmediatos y mediatos en nuestra vida.
Puede ser necesaria una discusión sobre el tema, para decidir las prioridades de la inversión pública en la investigación, desarrollo y extensión científica, pero de ninguna manera la discusión puede ser si el Estado invertirá o no en ellas, abandonando el importante capital obtenido por nuestro país durante décadas, a pesar de las discontinuidades.
El problema mayor del proceso actual en el Conicet y en las universidades, y de licuación de los presupuestos estatales en investigación, es que las decisiones pueden tener efectos irreversibles de descapitalización, que contradicen aún las teorías anarcocapitalistas basadas en aumentar el ahorro e inversión, o en las políticas explícitas de los principales países desarrollados a los que queremos parecernos. Mucho más si ha sido evidente que el plan nuclear ha sido desfinanciado por gobiernos anteriores que establecieron relaciones “carnales” o amigables con EEUU, que es nuestro competidor, y es manifiesto el interés de Elon Musk por dominar el mercado de servicios satelitales, por lo que también es competidor. Igual ocurre con temas genéticos que desarrollan vacunas, o nuevas semillas más resistentes o productivas. Eso también es corrupción de los intereses nacionales.