Angelelli, vuelve un cordobés olvidado

Por Luis Miguel Baronetto

Angelelli, vuelve un cordobés olvidado

Enrique Ángel Angelelli nació en Córdoba el 17 de julio de 1923. Y vivió en nuestra ciudad hasta que asumió como obispo de La Rioja, en agosto de 1968. Cuarenta y cinco años compartió la vida cordobesa, salvo los tres de estudios en Roma, donde fue ordenado sacerdote en 1949. Regresó en 1951 y, como vicario de Alto Alberdi, fue capellán del Hospital Clínicas.

Para reinstalar su presencia en esta Córdoba, de la que heredó la tonada, el humor y la pasión futbolera por Instituto, la Gloria de Alta Córdoba, propusimos la señalización del Hospital Clínicas. Se hará con la municipalidad y las autoridades universitarias del Hospital, el jueves 4 de agosto, a las 16:00, en el acceso histórico del Clínicas. Colocaremos también una placa recordatoria en la capilla que está en su interior.

Angelelli (ya entonces “el Pelado”) vuelve a sus primeros pasos de sacerdote en Córdoba. Su larga trayectoria se inserta en la historia cordobesa: se destacó como Asesor de la juventud obrera, recorriendo los barrios en su moto Puma, 2da. serie, que llamó “Providencia” (porque sólo arrancaba con la ayuda de Dios).

Desde 1953, en la capilla de Cristo Obrero, promovió la solidaridad con los más pobres, que ocupaban los galpones de la abandonada Barraca de Soria (confluencia de La Cañada y Río Suquía). En el conflicto de la iglesia con Perón, en 1955, siguió las directivas eclesiásticas de oposición al gobierno popular hasta su derrocamiento; pero, cuando se desató la furia gorila, con persecuciones a los trabajadores y a sus dirigentes, no dudó en abrir las puertas del Hogar Sacerdotal para acompañar a los familiares. Y comenzó una autocrítica que se profundizó en los encuentros de Asesores de la JOC (Juventud Obrera Católica). Allí expuso: “Ante la clase obrera hemos aparecido como extranjeros… nos hemos presentado ante ella como una iglesia burguesa”. Esa triste experiencia sirvió para un intenso debate de renovación, que cuajó en el Concilio Vaticano II.

Su múltiple acción pastoral con los trabajadores, los estudiantes y en barrios de la ciudad le valieron a la hora de ser elegido obispo auxiliar de Córdoba, en 1961. Mostró un nuevo modo de acompañamiento episcopal a los conflictos gremiales. En 1963 denunció “la desocupación, carestía de vida, bajos salarios, escaso rendimiento del poder adquisitivo, alto déficit de vivienda, hospitales abarrotados, niños enfermos y desnutridos, carencia de una asistencia médica social, vigorosa y congruente”.

Participó del Concilio, en Roma; y al promover la renovación con la mayoría del clero cordobés sufrió el fuerte embate del tradicionalismo católico, padeciendo difamaciones para marginarlo.

A los periodistas les predicó en su día, el 7 de junio de 1964: “Es evidente que todo intento de auténtica renovación lleva el precio del sufrimiento, la incomprensión y a veces hasta la calumnia”. Al ser designado obispo de La Rioja, el diario Córdoba señaló: “En la actualidad es considerado una de las figuras de real gravitación en los medios obreros y gremiales”. Y contó: “la serie de demostraciones de simpatía y afecto, en despedidas y agasajos, sobre todo de organizaciones sindicales y sectores progresistas”.

A La Rioja no fue un obispo desconocido. Durante los ocho años riojanos Angelelli plasmó una pastoral participativa, en la que se integraron diversos actores sociales y fueron protagonistas los más empobrecidos, especialmente de las zonas rurales, en jornadas pastorales, cooperativas, sindicatos de peones rurales, mineros, hacheros y empleadas domésticas. En la ciudad, fomentando la organización vecinal, cooperativas de consumo e integración de la juventud en tareas de solidaridad barrial.

Pero no fue un “hacedor” unipersonal. Lo más peligroso (y perseguido) fueron las acciones comunitarias encarnadas en pobres y jóvenes. Su lema, que este año hemos propuesto para la reflexión: “Los pobres y la juventud son los profetas que nos señalan los grandes horizontes”, no fueron palabras al viento. Con su participación señalaron horizontes que todavía la sociedad argentina y cordobesa necesita descubrir y alcanzar.

El sentido de la conmemoración del obispo Angelelli, como la de otras víctimas del terrorismo de Estado, no es para quedarse en aquel pasado. Vale si asumimos las responsabilidades de hoy ante las difíciles realidades padecidas por las mayorías populares, a causa de quienes acaparan las riquezas que debieran compartirse, porque son fruto del trabajo de todas y todos, no siempre reconocido por los poderes establecidos.

Recuperar la memoria de este cordobés olvidado, que trascendió las fronteras locales y nacionales, puede aportar a las luchas de los movimientos sociales por solidaridad y justicia; también alentados desde una religiosidad que se expresa de distintas maneras. No faltarán dificultades, como las que aquí tuvo Enrique Angelelli.

En esta Córdoba contradictoria, el obispo fue negado: el catolicismo conservador no toleró su impulso a los nuevos aires conciliares, y se atrincheró en las instituciones religiosas, de las que se benefició.

Por muchos años la jerarquía negó su crimen y su martirio. Pero la justicia de la democracia condenó a los asesinos. Y el papa Francisco lo proclamó mártir y beato.

Angelelli, a los 45 años se fue a La Rioja; y a 46 de su crimen vuelve a Córdoba resucitando. Entrará de nuevo en las iglesias, en los barrios, en las organizaciones que crecen inspiradas en su pastoral de compromiso con los empobrecidos; y en la villa que lleva su nombre, gracias a su fiel discípulo, el Cura Vasco.

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