Dejando de lado los casos patológicos ¿pueden las buenas personas convertirse en malas?, ¿y viceversa?, ¿lo son siempre, en todo rol y lugar? ¿o no? Preguntas que darían para muchos y acalorados debates en base a la casuística que cada uno conoce. Pero que algunos estudios y experimentos científicos podrían limitarlo a ¿Cómo, cuándo y por qué?
Quizás muchos de nosotros, en algún momento o recientemente hemos fantaseado con causarle daño a alguien o al menos no nos disgusta la idea. Por supuesto que eso no nos convierte en malas personas, pero nos debería hacer pensar si podríamos hacerlo, dadas ciertas condiciones.
Los frenos inhibitorios, filosóficos, psicológicos, sociales o el temor a las consecuencias, nos impiden hacerlo aún mucho antes de siquiera intentarlo. La bronca por actitudes corruptas, abusos, maltratos, injusticias y otras agresiones muy probablemente nos lleva a pensar en insultar, dar una trompada, romper algo o alguna otra forma de devolver el daño recibido, pero normalmente eso no ocurre.
¿Pero cuáles son las condiciones requeridas para que esos frenos no sean suficientes?
Algunos estudios han demostrado que dadas ciertas condiciones, personas normales, sin antecedentes y mentalmente sanas pueden convertirse en malas personas en la medida que nuestro comportamiento sea influido de modo imperceptible produciendo actitudes malvadas, rencorosas, vengativas o inclusive el sádicas.
¿Existe forma de identificarlas y evitar los comportamientos malvados? o más aún ¿podemos motivar lo contrario y promover la bondad?
Las condiciones que nos pueden llevar a actuar en forma malvada son básicamente tres:
1) La presión y disciplina extrema del grupo que nos lleva a buscar su conformidad;
2) Encontrar un enemigo común que nos convierta en tribales, nosotros vs. ellos;
3) Que el mal se disfrace de justicia, necesidad o de un bien mayor.
Un sistema de disciplina estricta, sin disidencias, con castigos a quienes “desobedecen” y premios a quienes delatan a sus compañeros “desleales” convierten al grupo en un ambiente tóxico, en el que el “éxito” de unos se convierte en el fracaso o la expulsión de otros y así la presión del grupo genera comportamientos malvados.
El experimento que comprobó esto intentaba explicar porque el 90% de los alemanes que no eran miembros del partido nazi, no los frenó de cometer atrocidades.
El “enemigo común” se sabe, en todos los ámbitos –políticos, religiosos, deportivos, etc.- elimina las diferencias internas y nos une “contra el otro”, generando cohesión y homogeneidad.
Esto lo saben bien los políticologos, los asesores de campañas y los que conducen las redes sociales, donde rigen las alternativas dicotómicas y excluyentes –me gusta, no me gusta, team tal o cual, etc.-
Allí, en las redes sociales en su anonimato y virtualidad, solo es necesario identificar un “enemigo” y llevar a los miembros del grupo a atacarlo sin considerar si la información es verdad, si realmente es un enemigo o simplemente es alguien que disiente en algún aspecto.
La justificación moral del mal por un bien mayor que consideramos justicia, necesidad o un objetivo superior que frecuentemente asumen características religiosas, es quizás la más dañina de todas las condiciones para producir comportamientos malvados, que sin notarlo se justifican a sí mismas.
También las ideologías, como simplificaciones de la realidad en las que se cree o no se cree acríticamente, suelen ser también una fuente de legitimación de comportamientos malvados de personas que en otros ámbitos y contextos no tienen esas actitudes.
Tomar la justicia por mano propia golpeando o matando un delincuente, parece estar legitimado, pero también justificar un robo por un estado de necesidad, o robarle o agredir a una persona o institución a la que se odia.
En ese contexto de disciplina extrema, luchar contra un “enemigo” común y legitimación se desarrolló la represión de la dictadura cívico-militar genocida, que pudo perseguir, detener, juzgar y condenar a los miembros de los grupos guerrilleros que también se auto legitimaban por un “bien mayor”. Pero prefirieron secuestrarlos, torturarlos, quitarles sus hijos, fusilarlos o tirarlos al mar desde un avión.
Por supuesto, sin las consecuencias funestas de aquella experiencia, el gobierno actual y sus lacayos digitales también se encamina hacia la búsqueda de “disciplina” interna so pena de expulsión, encontrar enemigos descalificándolos o deshumanizándolos, y una legitimación moral que justifique sus ataques y la crueldad de algunas de sus acciones y medidas con los más débiles, en búsqueda de un bien mayor.
Si estas son las 3 condiciones que generan maldad ¿Por qué el mundo no es violento en todos lados? ¿Por qué no todos nosotros actuamos con maldad o producimos daño? ¿Cuáles son las cosas que no solo lo evitan, sino que producen comportamientos bondadosos?
Durante siglos la humanidad normalizó comportamientos que hoy nos parecen aberrantes y a pesar de algunos retrocesos puntuales, hoy el mundo con muchos más habitantes, ha mejorado en términos relativos en todos lados, aunque nos parezca poco.
Estudios y pruebas empíricas demuestran que “la conformidad a la norma” y las costumbres bondadosas, también son contagiosas. La simple caridad o filantropía demuestra en algunas organizaciones que anualmente hacen recaudaciones de fondos, que mencionar los montos recibidos si son altos, produce que los siguientes donen cifras mayores, o cuando damos propinas y se impone un porcentaje alto de lo consumido, también lo hacemos, aun cuando acostumbramos a dar menos.
Si estamos rodeados de personas que hacen el bien, es más probable que nosotros también lo hagamos y provoquemos que otros que nos ven hacerlo, también lo hagan en lo que se denomina “una cadena de favores” en donde el beneficiado es alguien desconocido del que solo esperamos lo repita con otros igualmente desconocidos.
En los ámbitos colectivos, en experimentos y en la realidad, se ha demostrado que es posible que en ambientes tóxicos –de disciplina extrema enemigos comunes y legitimación de la violencia- la ruptura de una sola persona resistiendo al odio o la maldad ha podido revertir ese círculo vicioso.
Es el caso de Nelson Mandela, que habiendo sido líder de grupos violentos de la mayoría negra en Sudáfrica se volvió un adalid de la no violencia tras 27 años en la cárcel, donde pudo comprobar la humanidad de sus carceleros y construyó así un país sin apartheid, sin odio y sin violencia en donde junto a algunos líderes blancos, renunciaron a su superioridad, rompieron la disciplina de sus grupos, dejaron de mirarse como enemigos y de legitimar la violencia mutua.
La verdadera fortaleza está en reconocer nuestras propias tendencias oscuras y aprender a controlarlas con tres condiciones:
1) Mantener y defender nuestro pensamiento crítico y proactivo, o sea dejar la disciplina del grupo de lado y expresar las diferencias desde que son pequeñas, actuando en construir lo común y no dejar que te manipulen;
2) Cuestionar tus certezas, evitando el fanatismo de creer ser portador de “la verdad y la razón” y permitirte encontrar algo bueno en quienes se te oponen, reformulando tus propias posturas;
3) Ejercitar la empatía activa, incluso con aquellos que no te caen bien pues tienen tantos derechos como vos y merecen ser tratados con respeto, aun cuando ellos no lo hagan. Tal vez ni te lo reconozcan, pero otros que solo observan, lo notarán.
No se trata de amar a todos, sino de respetar los derechos de todos, aun cuando sus ideas sean opuestas a las nuestras.
Primo Levy, víctima de los nazis dijo “los monstruos existen, pero son demasiado pocos como para convertirse en un peligro, los verdaderamente peligrosos son las personas ordinarias”, que son o somos muchos más.