Cabellos al viento

Por Silvia N. Barei

Cabellos al viento

Parece fácil a cualquier mujer ponerse en el lugar de las mujeres musulmanas, entender su luchas, su resistencia, su reclamo de derechos, pero, en realidad, no es fácil ponerse en su piel y en su vida cotidiana, porque miramos desde los códigos culturales de Occidente. Por eso, tanto escandalizarnos como solidariarnos no alcanza. Lo que sí advertimos es que está soplando un viento que apura cambios y abre cabezas.

Por una de esas casualidades que no lo son tanto -como siempre digo cuando me suceden algunas cosas inesperadas- hace unos años estaba en Francia con mi hermana, un 8 de marzo, cuando un grupo nutrido de mujeres de cultura musulmana irrumpió en la marcha feminista con el velo -hijab o shayla- en la cabeza. En contra de la idea occidental, reivindicaban su derecho a usar una prenda que las feministas francesas entendían como símbolo religioso y de opresión, y ellas como identidad cultural.

Eran tiempos en que se habían prohibido los símbolos religiosos en las escuelas públicas, fuese del credo que fuese, y ello había desatado -hasta el día de hoy- protestas de la más variada índole. “No toquen mi hijab» sigue siendo la consigna de estas mujeres, porque entienden que “en Francia, elegir y practicar una religión es una libertad fundamental, y nuestro derecho. Estas prohibiciones van completamente en contra de nuestras libertades. Nosotras, ciudadanas de Francia que usamos hiyab, exigimos nuestras libertades, que son nuestros derechos”, dice Akin. Ella y sus amigas participan en el movimiento #PasToucheAMonHijab, hacen circular información y envían cartas a los miembros del Parlamento para expresar su oposición a la prohibición del velo, y para buscar su apoyo.

Desde aquella experiencia, observo atentamente qué pasa con las musulmanas, preguntándome si, en realidad, tengo códigos culturales para interpretar correctamente desde mi “occidentalismo” (como diría Edward Said) empático, curioso y tal vez prejuicioso. También me asombra la (involuntaria) distancia cultural entre las musulmanas de Medio Oriente y de Occidente, y la ambigüedad en disputa de un símbolo que es opresión para unas e identidad para otras.

Porque en estos días vuelve a interpelarnos el asesinato de Jina Mahsa Amini, joven kurda detenida por la “Policía de la moral” en Teherán. Se hace evidente entonces, que una cosa es defender el hijab como símbolo cultural en algún país europeo, y otra, sacárselo en público y quemarlo jugándose la vida, al grito de “Jin, Jiyan, Azadii”. “Mujer, vida, libertad”.

Hace 50 años, las feministas estadounidenses y nórdicas quemaban pilas de corpiños, ruleros, fajas, muñecas, revistas de pornografía, zapatos de tacos altos, artículos de limpieza, lápices de labios, en la pira que armaban en las esquinas y en las plazas públicas para deshacerse de estos “objetos de opresión”. Les llamaban “los basureros de la libertad”.

Una de esas mujeres dice actualmente: “hoy en día arrojaría a la basura los símbolos representativos de todas las principales religiones, porque son todas patriarcales”.

La vida, la vestimenta, el cuerpo de las mujeres siguen siendo hechos políticos cuando desafían las diferencias, la discriminación y la desigualdad entre los géneros.

Hemos visto en la tele a Hadith Najafi cortarse el cabello frente a las cámaras, y supimos una semana después que fue asesinada de seis disparos en las calles de Karaj. Pero su imagen y la de cientos de mujeres quitándose el velo, los cabellos al viento, han recorrido el mundo.

Escribe, justamente, Elena Bossi: “Que las voces viajen/ hasta los desiertos/ donde mis hermanas/ tejen con su aliento./ Ellas, las que no/ fueron a tu escuela/ saben del esfuerzo/ por gritar al viento./ No las dejes solas…”

El cabello suelto, los gestos, los gritos, las pancartas, las pintadas, ponen en evidencia un reclamo fuera de la custodia de los hombres, de los impedimentos para hablar, estudiar o trabajar, de los códigos de conducta que regulan la vida de todas y cada tanto se cargan la vida de alguna. Como las de Mahsa Amini o Hadith Najafi, y otras cuyo número (muertas, desaparecidas o detenidas) no puede precisarse.

Frente a un régimen teocrático y patriarcal las mujeres han quemado velos como sostén de la lucha de las afganas, las kurdistanas, las paquistanies, las azeries y muchas más, en países donde la sharia (ley islámica) rige desde la vestimenta hasta la vida íntima de la gente, imponiendo un régimen de disciplinamiento y opresión.

Los gitanos, pueblo que sabe de discriminación y persecuciones, proponen esta adivinanza: “Tengo una hermana que corre sin piernas y silba sin boca. ¿Quién es?”.

La respuesta es: “el viento”, que en romaní es un sustantivo femenino y que alude a esa que te ayuda, que te está cerca, que te empuja a ponerte en marcha, incluso a rebelarte en pos de la libertad de muchas.

Esas muchas (también las mujeres indígenas, negras, latinas subalternizadas) que dicen: no me obligues, no me corrijas, no me persigas, no me vigiles, no me descalifiques, no me humilles, no me maltrates, no me discrimines, no me controles, no me espíes, no me ocultes, no me excluyas, no me acuses, no me pegues, no me explotes, no me insultes, no me pagues menos, no me quemes ni me mates. No.

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