Sr. Director:
Como otras veces (en realidad, más bien como siempre), la ex vicerrectora de nuestra universidad pública (UNC), Silvia Barei, nos aporta en su artículo del pasado miércoles 5 de octubre, y haciendo gala de su pluma elegante, su mirada sensata, empática, lúcida y hasta poética acerca del horroroso asesinato de Jina Mahsa Amini, a manos de la vergonzosa “Policía de la Moral”, que continuó con la represión violenta y otras muertes tan injustificadas como las que dieron origen al conflicto.
El texto comentado tiene también el valor de mantener la vigencia de noticias que pasarían al arcón de los hechos relegados por la avalancha de muchos otros acontecimientos o, incluso, lo que sería mucho más grave, por espurias razones de ocultamiento, todo lo cual casi permite “naturalizar” asuntos gravísimos, como el atentado a nuestra vicepresidenta; por el contrario, al mantenerlos en la agenda y siempre repudiarlos se contribuye a evitar su criminal repetición.
“Cabellos al Viento”, como titula su escrito la doctora Barei, incursiona en una fuerte crítica al patriarcado inicuo y anacrónico, que increíblemente perdura en ciertos ambientes señalando falsas y hasta ridículas diferencias entre los sexos, aunque siempre orientadas a menoscabar a la mujer con el obvio objetivo de arrogarse como sus guardianes y correctores y, así, ejercer un poder a todas luces improcedente. Tales ideas podrían generar ciertas preguntas incómodas: ¿Cuántas Mozart habrá perdido la Humanidad por relegar sin razón los talentos femeninos? ¿Cuántas Einstein quedaron olvidadas en los entresijos de la Historia por parecidas razones? ¿Y si nos hubiéramos privado también a causa de desatinos parecidos, de algunas Galileos, Cervantes, Hipócrates o Pasteur? No podemos permitirnos el lujo irracional de seguir desperdiciando variopintas destrezas, genios ocultos, secretas capacidades…
A esta altura del conocimiento biológico, las odiosas distinciones señaladas son de similar reprobación a las que consideran que hay ciudadanos de primera o de segunda, ignorando que los Homo Sapiens, mujeres y varones, con colores de piel diferente, altura y peso variados, calvos, altas o gordos, analfabetos o físicas nucleares, vagabundos, astrónomos, reinas y plebeyos, esquimales, danesas o africanos, disponemos de la misma herencia codificada.
Entre tantas ventajas del conocimiento, aparece ésta que interpela prejuicios insostenibles a la luz de los muchos y bienvenidos progresos científico-técnicos. Seguramente, en la medida que esos y otros saberes se multipliquen y difundan, mujeres y hombres seremos capaces de acabar con infundadas y arbitrarias preeminencias instaladas y así interpretar mejor la vida en esta minúscula roca azul girando en el espacio.
Jorge Pronsato