“Te acordás hermano, qué tiempos aquellos”, cantaba Carlos Gardel en Tiempos Viejos. Y la verdad es lo que muchos cincuentones y más veteranos aún decimos frecuentemente sobre esto que se conoce como “Ciberdelito o Ciberestafas”. Ocurre que tantos cambios tecnológicos en tan pocos años no son un bocado fácil de digerir. Los más jóvenes, nacidos en la era de las computadoras y de internet, asimilan con facilidad todo lo novedoso sobre el ‘homebanking’, el uso y cuidado de las tarjetas, las transferencias y demás operaciones bancarias virtuales; pero no ocurre lo mismo con quienes venimos de la época del retiro del dinero en los cajeros humanos de los bancos, y a firmar papeles en las ventanillas o ante empleados confiables a quienes conocíamos como si fueran de la familia.
En Córdoba, en la Fiscalía del Cibercrimen a cargo de Franco Pilnik admiten que hay estafas para «hacer dulce” que cometen profesionales pero también improvisados, y que a pesar de las investigaciones y condenas la situación tiende a agravarse porque, si bien hay progresos para mejorar la seguridad de las aplicaciones y las operaciones, también los hay para las estafas. Dicho de otro modo, lo de “hecha la ley, hecha la trampa” conserva total vigencia. Por ejemplo, ante la implementación de los pagos “apoyando las tarjetas o contactless”, ahora los estafadores descubrieron el modo de robar sin que las víctimas den ningún dato e incluso sin que adviertan ninguna maniobra rara de alguien que se les haya acercado y les haya puesto cerca de la billetera algún aparatito para cometer la estafa.
Recuerdo cuando hace algunos pocos años nada más, escuchábamos hablar por primera vez de “phishing”, y nos advertían sobre delincuentes que “pescaban” contraseñas y datos personales de personas desprevenidas que respondían correos electrónicos y mensajes truchos. Lo que vino después fueron infinidad de casos de estafados y bancos que reaccionaban con pereza y con escasa generosidad a la hora de resarcir a las víctimas y para invertir en mayor seguridad. Además, y por si acaso creyeran que lo que ya hicieron es suficiente, deberían saber que no alcanza con “correr de atrás” y que deberán hacer lo posible por adelantarse a los ciberladrones. De todos modos, todas las precauciones suman y es común que actualmente las entidades bancarias envíen confirmaciones por transferencias de dinero o consejos que textualmente dicen: “No abras correos electrónicos con remitentes desconocidos”, “No sigas enlaces si no estás 100% seguro”, “No descargues ni ejecutes archivos adjuntos de procedencia dudosa” y fundamentalmente “No dejes tus datos (CBU, tokens y DNI) en páginas que te lo soliciten”.
Hace algunas semana, alertábamos en El Ojo de Horus (Cuando te llaman por dinero…¡¡¡cortá!!!), sobre otra modalidad vinculada con la aplicación ‘Team Viewer’, en otra modalidad cibernética del “Cuento del Tío”, y con la recomendación de directamente no responder y cortar a quienes buscan meterse en nuestras cuentas o nos piden información personal. O sea, el consejo es “no les sigas la corriente y pateá la pelota afuera”.
Según las últimas denuncias recibidas en la fiscalía de Pilnik, está creciendo la cantidad de estafas en las que le piden a la eventual víctima que dejen sus teléfonos “arriba de la heladera o debajo del televisor” con la excusa de algún descuento para la boleta de la luz, o Netflix o de algún impuesto. Para lograr esos descuentos piden datos o hacen descargar una aplicación para manejo remoto. Luego, y mientras las víctimas (por lo general adultos mayores) ponen el celular sobre la heladera, literalmente les vacían las cuentas.
La verdad es que los más jóvenes están casi inmunes a estos delitos, pero no sucede lo mismo con sus padres y abuelos. Además, muchas veces el “factor sorpresa” confunde y las advertencias no aparecen en la memoria. Por eso, los consejos a ellos tienen que ser concretos y claros, porque hasta muchos portales de internet son una trampa, y una búsqueda en Google fácilmente te puede llevar a una página falsa pagada por estafadores. También hay que prestar atención al compartir videollamadas con desconocidos.
En resumen, estamos frente a un flagelo creciente, difícil de contrarrestar pero con una certeza defensiva que no falla: si no se revelan claves o códigos personales, ya sea por pedido o por descarga de aplicaciones, los malechores no podrán hacer casi nada. Hoy más que nunca, en este peligroso mundo del cibercrimen, bien podemos valernos del viejo dicho “la confianza mata al hombre”.