Cinco siglos igual: el caso de los llamados Niños de Llullaillaco

Por Fernando Pepe

Cinco siglos igual: el caso de los llamados Niños de Llullaillaco

La declaración de sitio sagrado de los pueblos originarios al Volcán Llullaillaco, resuelta por el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas – INAI reabrió el debate sobre la restitución de los tres cuerpos hallados en 1999, conocidos como Los Niños del Llullaillaco, exhibidos en el museo salteño de Arqueología.

Desde el inicio del genocidio español sobre nuestros pueblos ya se debatía sobre la lamentablemente pero aún actual problemática que se nos plantea hoy en el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas, el INAI, con la renovación del pedido de restitución de los llamados «Niños del Llullaillaco», quienes son exhibidos en el Museo Arqueológico de Alta Montaña, en la capital de Salta, desde el año 2004.

Los llamados “niños” son, en realidad, dos niñas y un solo niño, lo cual da cuenta de la tremenda fuerza del patriarcado, que ha patrimonializado sus cuerpos e invisibilizado su género.

Escribimos problemática, de alta complejidad, porque no hay consenso en qué es lo correcto, lo legal, lo ético, en cuanto al pedido de los pueblos originarios. Y pareciera, al decir de algunos medios que titularon «Fin del debate», que tampoco se quiere debatir sobre este «asunto indígena».

En el ya lejano 1562, el «protector universal de todos los indios», Fray Bartolomé de la Casas, apelaba principalmente al derecho privado para demostrar que los tesoros de las tumbas indígenas pertenecían a los difuntos propietarios, y debían ser restituidos a sus descendientes, a los que se debía buscar y a las comunidades indígenas de pertenencia.

En 1564 escribe Bartolomé de las Casas en su tratado «Las doce dudas», como conclusión de la octava de las dudas: «Débense restituir, en provecho de los indios de aquel lugar o provincia adonde se hallan, las tales huacas y sepulturas; finalmente en aquello que más provecho recibieren los indios».

Independientemente del planteamiento jurídico, De las Casas veía también un crimen moral en la violación de las sepulturas y la exhumación de cadáveres, logrando con sus planteos que, en el Concilio del año 1567, a menos de un año de su muerte, se prohibiera a los curas: «desenterrar cadáveres indígenas, cristianos o infieles».

Pero el frenesí de los españoles por los tesoros ocultos en las sepulturas y huacas sagradas era ya un deporte, arte y ciencia, muy bien documentados por los cronistas del Perú, quienes relatan como los tesoros encontrados en ellas eran saqueados de forma sistemática, guiados por tratados con instrucciones precisas para «poder descubrir todas las huacas del Pirú».

Si le sumamos que, durante el genocidio, la destrucción de las religiones andinas implicó numerosas campañas de extirpación de ídolos durante siglos, con tres grandes campañas entre los años 1600 y 1700, que unían la dominación religiosa con la expoliación de las riquezas de las huacas sagradas, comprobamos que el altar sagrado más alto del mundo, situado en la cima del volcán Llullaillaco, se salvó durante más de 500 años de los huaqueros de toda laya.

Hasta que, en 1999, llegó la National Geographic.

En su «Apologética», Fray Bartolomé de las Casas escribió: «Ninguna injuria se les podría cometer ni más sintiesen, que tocarles a sus difuntos y violarles sus sepulturas. Y de esta materia dicen nuestros religiosos que habría muchas cosas que decir, si el tiempo diera lugar».

Hoy nosotros les decimos a quienes quieren clausurar un debate de más de 500 años: esta historia continuará.

 

Antropólogo, especialista en restituciones del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas.

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