Las últimas semanas desnudan el fracaso diplomático en el conflicto ruso-ucraniano. Entre tantos reveses, persiste uno que, de no resolverse en los próximos días, presentará graves consecuencias sociales, económicas y políticas. Sigue sin renovarse el acuerdo otorgado por Rusia a la salida del cereal ucraniano (en especial, trigo) mediante un corredor en el Mar Negro, que destrabó en julio de 2022 más de 20 millones de toneladas (en total salieron en estos doce meses unos 30 millones) destinados a 45 países de tres continentes: Europa (probablemente Italia fue el país más afectado), el llamado “cuerno africano” (que involucra a numerosos Estados) y el extremo Oriente (con Afganistán inmerso en crisis alimentaria). Se permitía la circulación de los buques entre las líneas de la armada rusa, con una inspección efectuada por ésta para asegurar que no transporten armas.
Este acuerdo, sujeto a plazos breves, presenta como garantes a Turquía y la ONU, venciendo el 17 de julio su último término acordado. El portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, señaló que si bien Rusia cumplió con su parte del acuerdo (no atacar a los barcos que transporten la carga del cereal) no se cumplieron respecto a Moscú las obligaciones a cargo de la contraparte (para facilitar su logística y cadenas de pagos por exportaciones). Sin novedad en su cuarta renovación (a cargo principalmente de Turquía, en negociación conducida personalmente por el presidente Rayip Erdogan), la actual situación afectará la relación entre oferta y demanda de productos alimenticios y los precios volverán a complicarse.
La ONU señaló que el corredor permitió reducir los valores de muchos productos, medidos globalmente, en un 20%, aunque la Oficina de Estadística de la UNC habla de aumentos en estos rubros de un 10,8 promedio en el año. Analizadas ambas variables, ¿cuánto se hubieran incrementado los precios sin un acuerdo entre 2022/2023? ¿cuánto crecerán si la negociación se posterga indefinidamente?
La dificultad logística para sustituir en lo inmediato al cereal ucraniano (que está volviendo a agolparse en los graneros), con producciones provenientes de otras latitudes, ha llevado al jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, a señalar al bloqueo como “una actitud inhumana que va a causar una enorme crisis alimentaria en todo el mundo”. Se están estudiando por Bruselas, diversas alternativas para establecer corredores de emergencia y ayudas humanitaria a África (es una bomba que puede explotar demasiado cerca), mientras Moscú dilata la visita de Putin a Erdogan (anunciada hace semanas) y ofrece a países del continente africano el envío gratuito de miles de toneladas de grano.
“Apagar los focos de la guerra”
Se comercializan en el mundo unos 780 a 800 millones de toneladas/año, siendo China (17% del total) e India (12,5%). EE.UU. y Rusia compiten por el tercer lugar (entre el 8 y el 9%) y Ucrania integra el “top ten” con un 3,1%. Es imposible reemplazar semejante volumen en el corto o mediano plazo sin generar una grave crisis en los destinos de las exportaciones ucranianas.
Pero ¿el esfuerzo europeo es suficiente? ¿hay algo más que chequera y presión? Del asunto se ocupó el papa Francisco en su reciente visita a Portugal, donde desarrolló una importante agenda durante varios días, con pronunciamientos hacia el interior eclesial (sosteniendo una nueva reunión con víctimas de abusos sexuales cometidos en la iglesia portuguesa) y asumiendo concreta postura pública en torno a la necesidad de adoptar definiciones urgentes para abordar el cambio climático y la crisis social global con un enfoque integral: “Necesitamos escuchar el sufrimiento del planeta junto al de los pobres; necesitamos poner el drama de la desertificación en paralelo al de los refugiados, el tema de las migraciones junto al del descenso de la natalidad”, afirmó.
También tuvo categóricas definiciones en torno a la guerra ruso-ucraniana señalando: “Estamos navegando en circunstancias críticas, tempestuosas, y percibimos la falta de rumbos valientes hacia la paz. Mirando con cariño sincero a Europa en el espíritu de diálogo que nos caracteriza, nos saldría espontáneo preguntarle: ¿Hacia dónde navegas si no ofreces procesos de paz, caminos creativos para poner fin a la guerra en Ucrania y a tantos conflictos que ensangrientan el mundo?”.
El Francisco que defiende una “ecología integral”, mientras pide apagar focos de la guerra para encender los de la paz, lleva un prístino y contundente mensaje a quienes han abogado por un recrudecimiento del belicismo sosteniendo la incierta “contraofensiva” ucraniana con letal armamento (incluidas las “bombas racimo”) y procurando el ingreso con fórceps en la OTAN de países sin tradición en ese esquema. Parece más fácil poner la firma en decretos que autorizan partidas para la destrucción, que usar las neuronas para impedir el desastre, las hambrunas, el padecimiento.
El titular de la grey católica (aproximadamente el 18% de la población mundial) ha sido preciso en sus reclamos. Siendo además jefe de Estado del Vaticano, enclavado en el suelo europeo, ha pedido a los líderes de aquel continente que piensen en “la grandeza del conjunto y yendo más allá de las necesidades de lo inmediato”, para así incluir a “los pueblos y sus gentes con cultura propia, sin perseguir teorías ideológicas y colonizaciones”.
Mientras la intransigencia alcanza su punto más alto, Francisco pide ideas y señala un límite a los belicistas. El mundo, que merece algo más que limosnas o amenazas, espera.