El desembarco del equilibrista

Por Javier H. Giletta

El desembarco del equilibrista

Cuentan que Hernán Villacampa, un amigo de la infancia, le recuerda siempre que un día la maestra les preguntó que querían ser de grandes, y él contestó sin dudar: “Presidente”. Tenía 7 años y era muy pícaro, rápido de reflejos y de respuesta. Ya de chiquito desbordaba en ambiciones y soñaba con alcanzar la Presidencia. Quizás lo logre, quizás no. Pero le sobra audacia y dará pelea hasta el final.

Su nombre es Sergio Tomás Massa y nació el 28 de abril de 1972 en San Martín, provincia de Buenos Aires. Aficionado al fútbol, simpatizó primero por Chacarita y luego por San Lorenzo hasta que se volvió fanático de Tigre. Cursó sus estudios primarios y secundarios en el Colegio Agustiniano, de la localidad de San Andrés, donde tejió amistades que aún conserva, como la de su secretario privado Ezequiel Melaraña. Luego estudió Derecho en la Universidad de Belgrano, graduándose de Abogado recién en 2013.

Siempre apresurado por escalar en la pirámide del poder, se inició tempranamente en la carrera política, militando en la Unión del Centro Democrático (Ucede), el partido ultra-liberal fundado por Álvaro Alzogaray en los ochenta, llegando a presidir la juventud de aquella agrupación política en la provincia de Buenos Aires.

Se sumó a las filas del Justicialismo promediando la década del noventa, consumado el acuerdo entre la Ucede y Carlos Menem. A principios de 1996 conoció a la entonces diputada menemista Marcela Durrieu, madre de su actual esposa Malena Galmarini (con quien tuvo dos hijos, Milagros y Tomás), y ahí comenzó su militancia en el PJ, alcanzando reconocimiento público en 2002 al asumir la conducción de la Anses, por recomendación de su suegro, Fernando “Pato” Galmarini, que era asesor del presidente provisional Eduardo Duhalde.

Previamente, en 1999 había sido electo diputado provincial por el PJ, con tan sólo 27 años de edad, convirtiéndose así en el legislador más joven de aquel distrito. “Me tomé la vida muy rápido”, confesaba en una entrevista, refiriéndose a sus inicios en la política.

Cuando en mayo de 2003, Néstor Kirchner alcanzó la Presidencia de la Nación le pidió a Sergio Massa que permaneciera al frente de la Anses, y si bien dos años después fue electo diputado nacional, no asumió su banca para continuar en la dirección del organismo previsional. Su gestión se destacó por haber logrado 10 aumentos consecutivos en las jubilaciones mínimas, y también por haber reorganizado y modernizado el sistema de seguridad social vigente.

En 2007 fue elegido como intendente de Tigre, un municipio de la zona norte del conurbano bonaerense que históricamente era esquivo al Peronismo. Allí se había radicado con su familia a partir de 2001. Se alejó de ese cargo al año siguiente para asumir como jefe de Gabinete de Cristina Fernández de Kirchner, tras la renuncia de Alberto Fernández, quien venía ocupando la jefatura de Gabinete desde el año 2003.

“Voy a acompañar a una presidente que sueña con construir un país mejor”, anunció Massa el 23 de julio de 2008, un día antes de asumir sus funciones en la Casa Rosada. Y después de un año de gestión, en la que le tocó defender nada más ni nada menos que la estatización de las AFJP y de Aerolíneas Argentinas, el 7 de julio de 2009 presentó su renuncia sin dar mayores explicaciones, una vez consumada la derrota del kirchnerismo en las elecciones legislativas en las que él había sido un candidato testimonial.

Con su licencia a punto de expirar, el 24 de julio regresó a la intendencia de Tigre, siendo reelecto como jefe comunal en 2011 con el 73% de los sufragios. Por entonces, utilizaba aún el sello del Frente para la Victoria. De su gestión como intendente se recuerdan las grandes obras de infraestructura (cloacas, agua potable y planes de urbanización), así como la creación del Centro de Monitoreo Municipal, que se convirtió en modelo para otros municipios vecinos.

Dos años más tarde, ya alejado del kirchnerismo y encabezando el Frente Renovador que él mismo había fundado, Massa se presentó como candidato a diputado nacional por Buenos Aires, resultando vencedor con el 44% de los votos, superando con holgura al candidato del Frente para la Victoria y actual jefe de Gabinete bonaerense Martín Insaurralde.

Y en las elecciones presidenciales de 2015, se postuló como candidato por el Frente Renovador (secundado por el cordobés José Manuel de la Sota, con quien había construido una sólida sociedad política), obteniendo el tercer lugar con el 21% de los sufragios, detrás de Mauricio Macri y Daniel Scioli. En aquella campaña proselitista, el tigrense dejó registrada sus declaraciones más fuertes y confrontativas con el kirchnerismo. Así, en un masivo acto desarrollado en el estadio de Vélez, en mayo de ese año, apuntó directamente sus cañones contra Cristina Fernández al afirmar: “Voy a ser presidente porque me da asco la corrupción. Los voy a meter presos, yo no les tengo miedo”. Y en octubre, al cerrar la campaña, llamó a votarlo para “terminar con el kirchnerismo en Argentina”.

En lo que podría ser considerado como un paso en falso en su carrera política, en 2017 conformó el “Frente 1País”, junto a Margarita Stolbizer y otros dirigentes progresistas, para aspirar a ser senador de la Nación, banca a la que sin embargo no lograría acceder, por cuanto en aquellas elecciones se impusieron Esteban Bullrich (Juntos por el Cambio) y Cristina Fernández (Unidad Ciudadana).

Empero, lejos de terminar con el kirchnerismo, en 2019 un alicaído Massa decidió sumarse al Frente de Todos para acompañar a quien había reemplazado en 2008 como jefe de Gabinete y a quien había criticado ásperamente en la campaña electoral de 2015. Dentro del armado de este nuevo esquema de poder, el titular del Frente Renovador encabezaría la lista de diputados nacionales por la provincia de Buenos Aires, para convertirse luego en Presidente de la Cámara baja, cargo que desempeñó desde diciembre de 2019 hasta el día 2 de agosto de 2022. “Todos tenemos que aprender de nuestros errores y entender que con nuestros errores, con nuestros fracasos, con nuestras peleas, pierde la gente”, decía Massa antes de las elecciones, tratando de justificar su decisión de apoyar la fórmula Fernández-Fernández.

Precisamente, esas idas y vueltas, y los reiterados cambios de camiseta (no sólo de clubes sino de espacios políticos), le valieron el mote de “traidor” y han esmerilado su imagen ante la población. Esto explica, en gran parte, que hoy tenga una imagen negativa rayana al 70%, según todas las encuestas.

En la alianza de gobierno, Massa cumple el rol de mediador entre Alberto y Cristina, es el puente que intermedia e intenta conciliar visiones y posturas muchas veces contrapuestas. Semanas atrás “el equilibrista” (tal cual lo llama Jorge “el turco” Asís) dejó el Parlamente para desembarcar en el Gabinete nacional y hacerse cargo de ese hierro caliente que es el Ministerio de Economía, ahora devenido en un superministerio de Economía, Desarrollo Productivo y Agricultura.

Este desembarco podría haberse concretado inmediatamente después de la renuncia de Martín Guzmán, cuando la “alternativa Massa” ya estaba en consideración del Presidente, pero tras días de cavilaciones el mandatario nacional se inclinó por Silvina Batakis, que aceptó sin mayores exigencias. Lamentablemente, aquella designación no alcanzó para frenar la corrida contra el peso y entonces el mes de julio se hizo largo, demasiado largo y tortuoso, y cada minuto de inercia potenció la incertidumbre y el malestar.

El evidente desgaste que sufrió la figura presidencial en las últimas semanas, a causa de la creciente inflación y los vaivenes del dólar, culminó con esta nueva convocatoria, en donde la capacidad de decisión en materia económica tiene una indudable proyección política. Por lo demás, su arribo al Poder Ejecutivo implica la necesaria reconfiguración de la alianza oficialista. Massa es un político, no es un técnico. Es un abogado (aunque nunca ejerció esta profesión), no un economista. Pero la dirección de la economía también le otorgará una mayor injerencia en política, y si logra hacer una gestión digna o exitosa, ello será una formidable plataforma para el eventual lanzamiento de su candidatura en 2023.

Y esto lo seduce. Por eso aceptó semejante desafío en un momento tan crítico. Massa confía en su capacidad y en los equipos que ha logrado conformar. Confía en sus contactos, tan fluidos en el sector empresarial como el financiero, del país y del exterior. Se siente seguro o al menos lo aparenta, y ese no es un dato menor. Siente que a los 50 años le llegó la oportunidad que tanto ansiaba. Y sabe que no puede equivocarse, que no tiene margen para el error, que el país está otra vez al borde del abismo y él representa la “bala de plata” que le queda a este Gobierno.

Al fin y al cabo, del acierto de sus decisiones depende, no sólo la suerte de la economía argentina en los próximos meses, sino que su sueño presidencial (aquel que arropa desde que era un niño con apenas 7 años) algún día se torne real.

Salir de la versión móvil