Un verbo que siempre ha gustado mucho en política es enarbolar. Hace referencia a situar un estandarte, o una bandera, encima de un edificio como si fuera un árbol que se ve de lejos. A manera de ejemplo, los edificios públicos tienen la obligación de enarbolar la bandera nacional y, ya en el campo de lo simbólico, cuando enarbolamos una idea la ponemos por encima de nuestra cabeza para que se vea desde lejos. Esta semana, por ejemplo, miles de personas en cientos de ciudades elevaron la bandera de la diversidad, así como la del respeto a la libertad para elegir cómo vivir.
Otro concepto actual en la discusión política es la alucinación. Se trata de apariciones deslumbrantes que parecen ciertas, pero no lo son. Alguien alucina cuando cree que cosas creadas por su mente son verdaderas y, por otro lado, es una alucinación pensar que las personas cometen delitos por su orientación de género. También es alucinante que dirigentes de ciertos espacios políticos crean que pueden capitalizar una manifestación social genuina. Ciertamente el intento de apropiación de una reivindicación ciudadana puede transformar la belleza de lo colorido en turbiedad. Y aunque quede feo escribirlo debemos decir que algunos sectores políticos nos dan resaca.
La Revista Anfibia nos recordaba en estos días una cita de Umberto Eco que señalaba a lo políticamente incorrecto como un proceso de estigmatización del otro, una incivilidad. En esa línea de pensamiento, llama la atención la persecución del conflicto como práctica dirigencial. Se trata de un arte tan contradictorio como contemporáneo y es absolutamente opuesto al tradicional ejercicio de la diplomacia que caracterizó las relaciones internacionales hasta nuestros días. Por si alguien se perdió esa materia, los diplomáticos eran expertos en incrementar las relaciones entre los pueblos, conformar lazos de cooperación y propiciar el entendimiento. Estos trabajadores, en síntesis, han sido los grandes artesanos del diálogo, ciudadanos de la interculturalidad con la misión de entender al otro.
Pero ahora debemos andar con cuidado porque las armas también se enarbolan, muchas veces apadrinadas por ideas, -una vez más- muchas veces alucinadas. “Aunque vos no te metas en política, la política se va a meter con vos” sentenció el controversial Christopher Hitchens.
Ingenieros del caos
Este clima cultural atravesado por la violencia discursiva va más allá del gobierno de La Libertad Avanza y, previamente, las autoridades kirchneristas. El ejercicio del odio chorrea por el planeta incluyendo el corazón de la democracia europea, el personalista discurso del putinismo, el gobierno bolivariano, y encuentra su mayor exponente en el republicanismo norteamericano actual. Estamos frente a una expansión incivilizadora que envenena la conversación global y amenaza los avances compartidos en este siglo.
Un embate contracientífico de cualquier problema, con predilección de la descalificación por las investigaciones ambientales, viene acompañado de la propalación irresponsable de falsedades. Son conceptos verdaderamente virales, en el sentido que contagian y enferman, pero sobre todo no son sólo bravuconadas, sino slogans diseñados por unos ingenieros del caos para atraer interés e incrementar su caudal de difusión.
Un ejemplo de la agonía de la diplomacia es el reciente discurso de Donald Trump en su residencia de Mar-a-Lago, Florida. Allí compartió sus alucinaciones y enarboló ideas como armas: insinuó que estaba dispuesto a usar la fuerza para controlar el Canal de Panamá (gestionado soberanamente por ese país desde hace décadas), o exigir la venta de Groenlandia (cuyo pueblo es autónomo desde 1979, después de más de mil años de dependencia nórdica, con gestión actual mancomunada con Dinamarca). No conforme con estas afirmaciones, inesperadas para las personas que habitan esas naciones, en esa misma conferencia comentó que el Golfo de México (bautizado originalmente como Seno Mexicano y conocido como Golfo de México desde hace 200 años) iba a ser redenominado “Golfo de América”.
Giuliano da Empoli es un autor italiano que permanentemente reflexiona sobre el autoritarismo y su dimensión discursiva. Ciertamente, la idea de “ingenieros del caos” le pertenece y define a un conjunto de especialistas de distintos ámbitos del conocimiento, desde matemáticos de la Big Data hasta analistas de marketing político, cuya misión es una meticulosa gestión del pánico y el carnaval populista. La anarquía informativa está diseñada, y es la tarea de estos científicos del desmadre.
Su último libro, una novela tan premonitoria como recomendable llamada El mago del Kremlin propone “…la ira es un factor estructural. Según los periodos, aumenta o disminuye, pero nunca desaparece. Es una de las corrientes de fondo que rigen la sociedad. La cuestión, por lo tanto, no es tratar de combatirla, sino administrarla. Para que no se desborde y lo destruya todo a su paso hay que tener previstos constantemente canales de evacuación. Situaciones en las que la rabia pueda fluir con libertad sin poner en peligro el sistema.”
Estas artimañas y aquellas violencias planificadas suelen venir justificadas con supuestas ventajas estratégicas para un futuro mejor en materia económica, pero por el contrario, conducen al malestar social, la deshumanización y la pobreza vincular. Aunque pocos lo quieran retuitear, la paz, el respeto, y el deseo de entendimiento son la verdadera riqueza de los pueblos.-