El gober no tiene quien le escriba

Por Pedro D. Allende

El gober no tiene quien le escriba

“Hacía cada cosa como si fuera un acto trascendental. Los huesos de sus manos estaban forrados por un pellejo lúcido y tenso, manchado de carate como la piel del cuello. Antes de ponerse los botines de charol raspó el barro incrustado en la costura. Su esposa lo vio en ese instante, vestido como el día de su matrimonio. Sólo entonces advirtió cuánto había envejecido su esposo”.

En el París de posguerra que acordaba la Comunidad Europea mientras alumbraba la V República, promediando la década de 1950, un colombiano varado en el barrio latino apuraba quizá sin saberlo, una pieza literaria cumbre. Corta -por contundente- demorará sin embargo mucho tiempo en trascender.

Dan vida al relato un coronel, su esposa, un gallo, el correo, una pensión. Nudos gordianos de una trama que se traga de un sorbo la viva historia sudamericana del siglo XX: guerra civil, desgarros, hastío, desamparo, aislamiento.

Tuvo que cruzar el charco don Gabo, experimentar crudos temperamentos, entrecerrar los ojos, y desde allí dejarse llevar. García Márquez señalará a esta obra como su preferida, aunque reconociendo que todos los lectores llegaron a ella luego de “Cien años de soledad”, publicada una década después. Una suerte de spin off antedatado, dada la ligazón de algunos personajes entre ambas obras.

No es un pueblo costero, pero es Sudamérica, en su pulpa mediterránea. No es un coronel, pero si un liceísta curtido en mil batallas, algunas de las cuales son capítulos de la historia trascendente de esta Provincia. No lo acompaña una mujer enferma; sino una esposa que -como aquella- le demanda esfuerzos, conductas. Una mujer celosa del gallo que, atado a la pata de la cama, entrena el coronel con la convicción que a veces, impone la extrema necesidad.

Pesa en la trama, la ausencia de los que faltan, y ahoga la expectativa de certezas. Angustia la pendencia de confirmación de un acto administrativo, o del destino (qué más da). La pensión, la salida, el puente de plata: asegurar, a los setenta y cinco años, la supervivencia.

Entonces, los fantasmas, los aviesos, las pujas. Las carencias: el maíz se reemplaza por habichuelas. Las dudas: ¿Nos quedamos con el gallo? Las voces que se entremezclan, las tensiones. En tanto, la circunspecta visita del coronel al despacho de correos, cada viernes, y la lancha sin confirmar el mensaje esperado por tanto tiempo.
En esta Córdoba de inicios de año, el gobernador no tiene quien le escriba. En su entorno ocurren permanentes revuelos que poco revuelan. Algunas decisiones por aquí, algunos tijeretazos por allá, alguna obra que se anuncia por redes, recomendados que disfrutan el verano mientras otros mascullan su quizá transitorio desplazamiento, hasta que el humor vuelva a cambiar y se realice el enésimo movimiento que nada cambia.

Mientras tanto, decenas de miles de cordobeses no tienen energía eléctrica por varios días (calores, vientos, fallas del sistema), otros tantos carecen de la provisión mínima de agua potable por semanas (en las Sierras Chicas, ni para lavarse la cara o tirar la cadena) y muchos más se contagian el Covid diariamente, de manera descontrolada, y no sólo en fiestas. ¿Seguimos? No hace falta.

Aunque el gober sigue esperando el correo, interesado en aquella pensión que lo lleve a otro plano. Con dificultades para establecer de qué lado está, y en esto ya no talla su latido peronista. Su reticencia a la participación en cuerpo presente, a pura intransigencia, frente a convocatorias institucionales en las que se debate el futuro de la República, pareciéndose en su actitud cada vez más a la desplegada los dirigentes de Juntos por el Cambio y las grandes empresas de comunicación opositoras, son un signo de esta destemplada coyuntura.

De nada servirá digitar en modificaciones de organigrama la ida y la vuelta de dirigentes que, está probado en las urnas, resultan irrelevantes frente a la consideración popular. De nada servirá fastidiar a los cuadros que, por mostrar una moderada autonomía, parecen molestan hasta la irritación, como el caso de Martín Gill en Villa María. El presente es complicado, aún para jurisdicciones como Córdoba, donde la recaudación no remonta lo suficiente, los equipos de gestión en varias áreas sensibles -comandados por Grahovac en Educación, López en Servicios Públicos, Massei en Desarrollo Social o Cardozo en Salud- están agotados o sobrepasados, las internas proliferan en los más diversos sentidos, las ideas están en huelga permanente y donde muchos empiezan a escrutar el horizonte, con sigilo, buscando un plan B.

Porque somos pocos y nos conocemos mucho, dirá algún dirigente conocido en voz baja; y en definitiva nadie quiere, como decidió el coronel de García Márquez frente a la pregunta de su esposa en la celebrada escena final de su obra, comer mierda si el gallo, finalmente, no gana la partida.

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