El “Honorable” Consejo Superior de la UNC (va siendo hora de que irritantes adjetivos se quiten del glosario institucional), aprobó el cronograma para elegir representantes estudiantiles y, también, el premio mayor: rector/a y vicerrector/a, participando todos los claustros, alumnos, docentes, docentes y graduados (pudiendo éstos votar por correo postal).
El reglamento electoral vigente prevé que la votación se realice dentro de la tercera semana de mayo del año correspondiente; pero la realización del Censo Nacional -el 18-, la celebración del 25 -fecha patria inamovible- y la necesidad de desdoblar la elección en varios días por razones sanitarias, como en 2021, generó un trabajoso acuerdo de oficialistas y opositores para fijar la fecha definitiva: desde el 31 de mayo hasta el 2 de junio.
Las universidades públicas conforman un microclima político que, aún permeado en más o en menos por avatares externos, termina poseyendo una identidad ajena a cualquier circunstancia. Una lógica “uterina”, sólo entendida por sus actores. No cualquiera puede ser candidato: debe ejercer la docencia de manera regular, requisito que oficia como cedazo incluso para figuras del quehacer académico que por lustros ven cercenadas sus chances de acceder al concurso que permita, además de un progreso en el escalafón, la chance de figurar en una boleta.
Además, no todos tienen tiempo suficiente, pues para crecer políticamente, más que producir investigaciones o dictar buenas clases, cada vez es más importante dedicarse full time a la desgastante rosca universitaria. Finalmente, las gradualmente restringidas posibilidades de reelección abren oportunidades a perfectos desconocidos que, para los animadores de la política universitaria, fungen como recurso a fin de mantener su influencia cuando las normas no les permiten ocupar el mejor sillón. Sin embargo, esto impactó como boomerang. Se han forzado concursos relámpago para entronizar a “decanables” destinados a cumplir con el turno y adiós; pero el/la recién llegado/a, encontrará razones poderosas para quedarse todo lo que se pueda, incluso a costa de quienes les abrieron las puertas. Muchas facultades pagaron platos rotos por tanto equívoco.
En tiempos de elección indirecta, se podía llegar a la fecha de la asamblea decisiva sin confirmar los candidatos, que según el curso de los acontecimientos eventualmente mutaban, aún en plena sesión. Hoy, las universidades públicas cordobesas tienen elección directa (ponderada por claustro), lo que supone exigencias y cronogramas: padrones, avales, listas, debates, prohibición de publicar actos de gobierno, veda, etapas de un proceso electoral que, en el caso de la UNC, potencialmente moviliza a más de 200.000. ¡Doscientas mil personas!
Los partidos políticos están atentos. La UCR es tradicionalmente fuerte en la Casa de Trejo; el Frente de Todos presenta figuras importantes brotadas de esos claustros; el peronismo local (léase Schiaretti y Llaryora) ha sabido tejer ramificaciones hacia adentro de importantes Facultades. A nadie le es indiferente el resultado.
Los contendientes
En el radicalismo, dos decanos con proyección, Jhon Boretto (Ciencias Económicas) y Marcelo Conrero (Ciencias Agropecuarias) finalizaron su segundo mandato en 2021. Debían repensarse para crecer, desde funciones transitorias en el Rectorado. Ambos surgieron en Franja Morada -Boretto presidió la FUC y es el principal referente del grupo- y poseen relaciones entrañables con dirigentes del radicalismo. Ansiaban suceder al rector Hugo Juri, a quien ambos convocaron en 2016, venciendo el ex ministro de Educación de la Nación por escasos cuatro votos y en la cuarta ronda de votaciones -última elección indirecta para la UNC- al entonces rector kirchnerista, Francisco Tamarit.
Juri realizó un gobierno transformador y deja una agenda. Pero definir su sucesión en el grupo que lo sostiene es un dolor de cabeza. Fueron necesarias muchas reuniones entre capitostes oficialistas para definir el primer lugar de la boleta. Conrero se empacó en mantener su aspiración “a todo o nada”, sin contar con avales suficientes. A Boretto se lo considera “un hombre del sistema”, mejor instalado, y será el candidato. En algún momento terció el decano de Ciencias Médicas, Rogelio Pizzi: se considera que aún no es su momento, aunque el peso de su Facultad -de la que Juri fue decano- es significativo.
Boretto deberá completar su binomio, y la expectativa es mantener el eje con Derecho, donde el actual Vicerrector y patriarca de aquella Facultad, Pedro Yanzi Ferreira, trabaja por ungir un sucesor o sucesora de sí mismo. Suenan Marcela Aspell (su esposa y ex decana); el actual decano, Guillermo Barrera Buteler (pálido delfín que con lista única cosechó en 2021, para su reelección, un significativo rechazo del 30% de votos en blanco); o la hoy consiliaria (muy valorada) Alicia Morales Lamberti. En tanto, otra patriada de facultades periféricas procura que una mujer decana, Mariela Marchisio (Arquitectura) complete la fórmula, pero la dupla así integrada es más radical que oficialista; en el grupo también talla la poderosa Facultad de Ciencias Exactas -hoy dos ex decanos controlan la Secretaría General y el Laboratorio de Hemoderivados-; sin olvidar que un ex mandamás arquitectónico de oscilante relación con la actual decana, hoy timonea, aspirando a seguir, la obra pública universitaria. Queda acomodar el resto del tablero -todos pretenden espacios- y resolver cómo contener a Conrero.
En cualquier caso, la fórmula ungida debe ir a una elección y ganarla, tarea no menor. Cerca de Juri y Yanzi, pilares del espacio, se susurra cierta decepción ante la dificultad que presentan algunos actores oficialistas para advertirlo.
En la vereda del frente, todo es posible. Desde procurar (si el oficialismo se astilla) competitividad con lo mejor de su parque jurásico K, Scotto o Tamarit, dado el aciago presente electoral de sus presuntos sucesores, los ex decanos/as Tatian (Filosofía), Chiabrando (Químicas) e Iriondo (Famaf); hasta ofrecer candidaturas de ocasión para perder con dignidad, o no presentar lista. Y en ambos supuestos tender un puente, sobre todo si en el segundo piso del Pabellón Argentina atiende “el Jhon” como lo llaman sus antiguos socios, quienes contaron con los eficaces servicios del contador en la estratégica Secretaría General de la UNC cuando el rectorado de Scotto.
Eran otros tiempos, pero en el microclima universitario, todo es posible.