Basta recorrer los estantes de filosofía de cualquier librería -ese rubro en retirada- para notar un fenómeno curioso: el resurgimiento de los estoicos. Epícteto, Marco Aurelio o Séneca vuelven a escena, no tanto como guías del pensamiento, sino como manuales de autoayuda para cuerpos exigidos, cuentas de Instagram y emprendimientos personales. Lo que alguna vez fue una ética de la aceptación del destino, hoy muta en un credo de superación individual con bíceps, criptos y Rolex.
No se trata solo del éxito editorial de libros clásicos como el inagotable Meditaciones de Marco Aurelio -una suerte de bitácora interior- o las ediciones de bolsillo de El arte de mantener la calma de Séneca, que se ofrecen en mostradores, al lado de señaladores con imán o postales. Lo notable es cómo la escuela estoica ha sido reformulada -y en muchos casos, vaciada- hasta convertirse en una versión «fit» y aspiracional de autoayuda para influencers y emprendedores.
Allí es cuando el algoritmo de Instagram o TikTok entra en acción y nos inunda de videos. Los protagonistas son “traders” musculosos que enseñan su estilo de vida: viajes, relojes, autos y (mucho) gimnasio. Una exhibición de riqueza deseada que funciona como anzuelo para vender cursos de trading (que otros aprenderán a vender, en una cadena que se retroalimenta sin fin).
Lo que parece chistoso o digno de un meme, sin embargo, puede derivar en algo más profundo: una forma de angustia. El caso de Amadeo Lladós -español residente en Miami, profeta del éxito y quizá de la hipertrofia- es paradigmático. Sus videos exhortan a sus seguidores a levantarse a las cinco de la mañana, entrenar duro, trabajar más y jamás quejarse. En su mundo no hay lugar para la queja, la duda ni el error. El Rolex que muestra no le da la hora: le recuerda que “siempre son las 100k”.
Lladós combina, a su modo, retazos del estoicismo, el pragmatismo del self-made man estadounidense y una reversión de ciertos capítulos cristianos en clave motivacional. Su éxito no reside tanto en sus frases -aforismos de bar, en general- sino en el tono: un acento neutro-caribeño, una seguridad inquebrantable y una autoridad que no exige responsabilidad. Eso basta para generar miles de imitadores, fanáticos que apuestan gustosamente el poco dinero que tienen a su promesa de salvación individual.
La ética estoica, en su formulación original, se basaba en la autosuficiencia y la aceptación del destino. Epícteto, por ejemplo, advertía que “no nos afecta lo que nos sucede, sino lo que pensamos sobre lo que nos sucede”. Frente a la incertidumbre, el sabio estoico se refugia en la serenidad, no en los resultados. Esa lógica incluía cierto reposo interior. En cambio, el pseudo-estoicismo de Lladós y sus émulos transfiere esa búsqueda interna a la exigencia corporal. Ya no se trata de pensar, sino de rendir físicamente y entrar por ahí.
Esa mutación no es casual. No podemos controlar la inflación, las guerras o las pandemias; pero sí podemos levantarnos al alba y hacer cien burpees. Lo colectivo, lo incierto, lo político, quedan afuera. Como ha escrito Byung-Chul Han: “Ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose”. La visión marxista de la explotación laboral ya no necesita de un empleador egoísta: basta con un influencer que nos diga que el único límite es nuestra voluntad.
Lo mismo ocurre con fenómenos como el coaching ontológico, que desplaza las preguntas religiosas o filosóficas por técnicas de autogestión emocional. Allí donde antes había confesión colectiva, ahora hay plan de acción individual. “Si tú cambias, todo cambia” es el nuevo mantra. No hay pecado ni redención, sino mindset (mentalidad, actitud positiva). El bien o el mal dejan de ser actos; son emociones. Lo negativo debe ser cancelado o mejor vaciado; el hueco se rellena con entusiasmo y motivación.
Vivimos en una rueda sin promesa de solución, más allá de lo inmediato. La salvación por lo tanto es urgente, como promete Lladós. Eso explica la nueva lógica política, todo es volátil, para ahora, los apoyos de hoy ya no estarán mañana, ya que todo éxito es individual.
Esta exaltación de las capacidades individuales desplaza no solo los condicionamientos sociales, sino también cualquier horizonte de trascendencia. Las grandes preguntas: ¿quiénes somos?, ¿qué sentido tiene el dolor?, ¿qué es vivir bien? quedan fuera del algoritmo. Por ahora, ni la religión ni las ideologías modernas logran competir con el carisma brutal de estos nuevos gurúes de la eficiencia.
Hace poco, un competidor de Lladós reunió a sus discípulos para hacer burpees frente a un Burger King. Era un gesto de “rebeldía” contra “el sistema que te quiere pobre y con panza, bro”. Cambiar el mundo es cambiarse a uno mismo, se entusiasman. El problema es que el mundo, mientras tanto, sigue girando igual. Y proponer un imaginario alternativo, más justo y más deseable que el ofrecido por los traders y coaches, parece por ahora una misión imposible.
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