Grietas o capital social

Por Eduardo Ingaramo

Grietas o capital social

Dos teorías, que podrían ser fácilmente verificadas como leyes universales, explican ambos comportamientos –y sus consecuencias- en cualquier grupo social. Nada de lo que dicen puede parecer extraño. Por lo que procuraré que tomemos conciencia de ellas y asumamos lo que nos toca como individuos responsables.

La primera de ellas es la “Teoría General de Sistemas Sociales”, desarrollada por Nicklas Luhmann (1927-1998), un sociólogo alemán que señala “todos los sistemas sociales son auto-centrados y autopoiéticos”. Auto-centrados, porque se miran a sí mismos, se regodean en sus éxitos, y se separan, diferenciándose gradualmente de otros grupos sociales, excluyendo y a veces discriminando.

Autopoiéticos (o sea, que se reproducen a sí mismos) separándose gradualmente en subgrupos, porque no logran conciliar diferencias que los unan, hasta llegar a los individuos aislados, inclusive con contradicciones propias que nos ponen de crisis.

Esta teoría, evidentemente muy pesimista sobre el destino de la sociedad, se observa claramente en todos los grupos sociales, desde las familias, hasta grupos más complejos, en especial cuando se trata de personas (las de capital, cuando se rompen son menos visibles, pues se trata de vender acciones).

La segunda es la “Teoría del Capital Social” (Bourdieu, Coleman, Putnam, etc.) que explica los comportamientos y sus consecuencias, que se verifican cuando se acumulan un conjunto de recursos disponibles –afectivos, de pertenencia, intereses, logísticos, organizativos- para los individuos, derivados de su participación en redes sociales.

Ella nos dice que un individuo aislado puede ser un francotirador –como vemos en redes sociales o en las matanzas de EEUU- pero a la vez es el más vulnerable, porque nadie va a defender sus derechos. También nos dice que un individuo integrado en grupos sociales tiene un freno a actitudes individualistas, pero a su vez es el más protegido en sus derechos por las organizaciones en las que participa.

Las conozcamos o no, nuestras decisiones están continuamente optando por alguno de ambos caminos.
Aunque conocerlas –en definitiva, son fruto de muchas observaciones hechas por años- sólo nos dice que ambas cosas ocurren hace mucho tiempo y en todos lados. Además, nos hacen conscientes que sigamos la ola o rememos contra ella, estamos tomando decisiones que nos afectan, afectan a quienes nos rodean y al mundo, que luego muchas veces analizamos críticamente desde fuera, como si no fuéramos parte de él y sus problemas. Eso es la característica central de la posmodernidad, según Bauman.

Por ello, si en nuestras decisiones individuales optamos por diferenciarnos, excluir a otros a los que afectamos o nos afectan, omitir temas conflictivos sin buscar coincidencias, sólo tolerándolas en el mejor de los casos y sin disfrutar de la diversidad y acciones colectivas, estaremos optando por someternos al pesimismo de la Teoría de los Sistemas Sociales, en donde las mayorías fracasan.

Por el contrario, si buscamos capitalizarnos socialmente incluyendo a otros, buscamos coincidencias donde hay diferencias, disfrutamos de la diversidad y acciones colectivas, el éxito no está garantizado, si no se logra confianza mutua, normas efectivas –o sea, que se cumplan- y adhesión a los principios de cooperación, asumimos los valores la Teoría del Capital social, y con ella tenemos el desafío que esas condiciones se cumplan estrictamente para tener éxito colectivo y en el largo plazo.

Y allí el voluntarismo (o sea la creencia, mágica, casi religiosa o utópica, respecto de cómo lograrlo) choca con una realidad cada vez más individualista.

Promovida por las redes sociales, que con sus algoritmos basados en lo más visto y sesgos de confirmación, que nos muestran a cada uno cosas similares a las que pensamos y hacemos, nos someten a elecciones que contradicen esas creencias.

Por ello, no alcanza con creer en lo colectivo o ser caritativo, solidario o tolerante, si a través de esas tres condiciones no se logra construirlo y acumularlo. Y eso se logra sólo con convicción, persistiendo diariamente con nuestras decisiones individuales, pero también en decisiones colectivas que eviten que los grupos de los que participamos se cierren en sí mismos y terminen reproduciéndose en subgrupos si se pierde la confianza: las normas no son efectivas o no provocan cooperación.

Personalmente, prefiero reformular las predicciones de ambas teorías, que conviven y no son necesariamente excluyentes, señalando, por la positiva, que las organizaciones sociales:

– Crecen cuando incluyen generando confianza, normas efectivas y adhesión a los principios de cooperación.

– Se estancan cuando dejan de incluir y cristalizan su forma y valores.

– Retroceden, cuando algunos encuentran fuera, lo que el grupo ya no les provee; y

– Explotan, cuando las diferencias internas rompen acuerdos preestablecidos.

Y eso es lo que estamos viendo en todas ellas, sean familias, asociaciones vecinales, profesionales, de trabajadores, religiosas, políticas, empresariales, de países: muchas construyendo grietas y otras construyendo capital social, lo que definirá nuestro futuro y el de las próximas generaciones a todas las escalas posibles.

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