Cada vez que sucede una elección, observamos con mayor frecuencia que “las encuestas publicadas erraron, y algunas veces por mucho. Sin embargo, casi todos los periodistas, y por tanto buena parte de sus audiencias, reiteran su supuesta “objetividad”. Hoy, previo a las elecciones, decenas de encuestas pugnan por convencernos que tal o cual candidato puede ganar o perder. Y sus análisis se hacen como si ellas nos dieran certezas.
Es bueno decir que todas las encuestas publicadas, generalmente las menos serias y por tanto menos costosas, son “mensajes performativos”, o sea que lo que dicen generan cambios en los comportamientos y por tanto no son ni serias, ni desinteresadas cuando se publican.
Las más serias y costosas, jamás son publicadas o se publican parcializadas o con información errónea o muy parcial, para producir efectos en el comportamiento que son deseados por quienes las pagan.
Para que una encuesta sea seria debería reportar al menos: 1) La población encuestada –características, zona geográfica y fechas-, 2) Medio de relevamiento utilizado, 3) Método de muestreo, 4) Cantidad de encuestas y 5) Forma de selección de los elementos muestrales; algo que nadie publica, por lo que los datos pueden ser interpretados libremente aun cuando se sabe que ello es incorrecto, equívoco o directamente mentiroso.
Pero los mayores problemas de una encuesta no son “muestrales” –las publicaciones hablan de +/- X% que es una medición teórica, para sugerir que son exactas- sino “no muestrales” como las “no respuestas” y las respuestas mentirosas por falta de confianza con los encuestadores.
Las “no respuestas”
Por ello, en nuestros días también es muy importante que se reporte “la tasa de no respuesta”, que es aquella en la que los individuos contactados, se niegan a responder o no se encuentran donde se buscan –casas, calles, centros comerciales o redes sociales-. Pero eso no se publica nunca y sólo se hacen a veces referencias generales en los pasillos y quinchos de políticos y periodistas.
Los trascendidos indican que hoy alrededor del 40% de los intentos fracasan en iniciar la encuesta y alrededor del 10% más no se termina. Las cifras de no respuesta consideradas aceptables por la bibliografía, eran del 10% hace unos años y ahora son del 20%, con lo cual se pueden aplicar técnicas de substitución, reemplazo, estimación estadística o ponderación. Pero que en nuestro caso con tasas tan altas no son aplicables sin enormes riesgos de sesgo –sobreestimación o subestimación- de algunos sectores de la población.
La explicación es simple, si quienes no responden tienen características, ideas, intereses o ideologías comunes, ese sector estará sub representado en la muestra mientras que los demás estarán sobre representados. Mucho más si las encuestas se hacen por redes sociales donde algunos sectores de la población no participan.
La falta de confianza en los encuestadores
Esta es aún más difícil de solucionar, porque se trata no solo de alguien que no responde, sino que contesta lo contrario a lo que piensa o hará, por lo que el problema es doble y sólo puede ser menguado con complicadas formas de validación caso por caso que identifique las inconsistencias de sus respuestas, en cuyo caso se elimina.
En algunos casos ambos problemas se minimizaron, por ejemplo, en las elecciones de 2019, cuando un grupo de encuestadoras se asociaron para el FdT y construyeron un Panel, que es muy método muy laborioso y costoso que tuvo un éxito poco publicitado, frente a las decenas de encuestas que auguraban una diferencia mínima y un éxito de JxC en segunda vuelta, que nunca ocurrió.
Un panel es una muestra estable por largo tiempo, seleccionada con mucho esmero, que establece una relación de confianza entre encuestado y encuestador en donde se motiva con un contacto personalizado, sorteos entre los participantes –nunca un pago-, fácil respuesta a los cuestionarios y seguimiento en especial de quienes no responden.
Es claro que la selección y reclutamiento voluntario de los encuestados debe ser precisa, persuasiva y revisadas permanentemente, para que no se dé el mismo problema de los demás métodos.
Como profesor, durante más de treinta años, de investigación de mercados, puedo sugerir a los periodistas de ambos lados de la grieta y sus audiencias que “tomen con mucha desconfianza los resultados que se publican”, mucho más aquellos que estiman los votos de Milei –se habla que los ciudadanos de 18 a 25 años que son el 20% de los padrones y constituyen la mayoría de sus posibles votantes, no responden en un 80%- que estarían sobre estimados.
Aunque no debieran minimizar el problema “Milei”, porque estos “mensajes performativos” tienen dos efectos posibles. El efecto miedo a lo desconocido, que iría en contra de sus posibilidades; y el efecto “voto a ganador”, que lo beneficiaría.