El portaaviones insignia de la marina estadounidense, el buque “USS George Washington”, de paso por el mar argentino y chileno, es un arma destinada a que los países periféricos sigan siéndolo. Para los sudamericanos, la idea de una guerra mundial –una en la que nuestros países puedan estar involucrados– puede sonar a ciencia ficción. Por no haber participado de manera directa en ninguna de los grandes enfrentamientos bélicos del siglo XX, Sudamérica es una región en donde aquella posibilidad está mucho menos presente de lo que puede estar en Europa o EEUU. Eso es una buena noticia. Pero viene con un riesgo: dar por supuesto que, aún en el caso de una guerra, los países sudamericanos no se verían afectados de manera directa.
Hace más de una década, desde que la secretaria de Estado Hilary Clinton anunció el giro estratégico denominado “pivote en Asia-Pacífico”, EEUU comenzó los preparativos para un enfrentamiento militar con China. Esa tercera guerra mundial no es un mero evento futuro: ya comenzó, sólo que avanza de a capítulos. Hay abiertos dos frentes principales, por un lado, la guerra de la OTAN contra Rusia en Ucrania y, por el otro, Israel contra Hamás, pero atacando además objetivos en Líbano, Siria, Irak, Yemen e Irán. A medida que nos acerquemos al punto de definición del conflicto hegemónico, los riesgos y la tendencia de que las disputas se resuelvan en el terreno militar irán aumentando. En este escenario, América latina está bien lejos de tener garantizada su exclusión de la tendencia.
Hay que subrayar la importancia que, en esa geopolítica, tienen los denominados “choke points”, o puntos de estrangulamiento marítimo. Esos lugares incrementarán su valor geoestratégico, ya que antes de los misiles, se buscará dificultar el abastecimiento de materias primas, incrementar el costo logístico, y obligar a desvíos que encarezcan el flete. En definitiva, afectar la competitividad de la economía-objetivo y ralentizar su desarrollo económico. En las condiciones actuales, el “choke point” más importante es el estrecho de Malaca, ubicado entre Malasia, Indonesia y Singapur, puerta de entrada a China. Lo sigue el estrecho de Ormuz, entre Irán y Omán, paso del petróleo del Golfo Pérsico. Otros “choke points” son el estrecho de Bab el Mandeb, ubicado entre Yibuti y Yemen (el ingreso al Mar Rojo que, en su otro extremo llega al Canal de Suez); el Bósforo y los Dardanelos –la salida del Mar Negro–; el Estrecho Danés –la salida del Báltico–; el estrecho de Gibraltar y el Cabo de Buena Esperanza. En el continente americano el punto de estrangulamiento por excelencia es el Canal de Panamá, que une los océanos Atlántico y Pacífico. Pero hay un segundo pasaje.
La funcionaria estadounidense de mayor rango que trajina su agenda en América latina es la generala Laura Richardson, Jefa del Comando Sur, uno de los 6 comandos con criterio geográfico en los que EEUU divide el mundo. En su visita a la Argentina, en abril, se dirigió a Tierra del Fuego. Lo mismo había hecho un año antes, durante una visita a Chile, cuando sobrevoló en helicóptero el Estrecho de Magallanes. ¿Por qué un alto mando militar estadounidense muestra tanto interés en la punta de América más alejada de EEUU, un territorio de clima frío y escasamente poblado? El Estrecho de Magallanes es el segundo paso directo que conecta el Atlántico con el Pacífico. Y para la guerra con China que lleva más de una década preparando constituye otro de los puntos de “choke point” que debe controlar.
Entre Tierra del Fuego y las islas ubicadas más al sur se encuentra el Canal de Beagle. Aún más al sur, entre esas islas y la Antártida, se encuentra el Mar de Hoces o paso de Drake. Todas son rutas de difícil navegación debido a condiciones climáticas y geográficas, muy poco utilizadas comercialmente. La importancia de estos lugares radica en dos motivos: el primero, ante un eventual cierre del Canal de Panamá sería la única forma de pasar de manera directa desde el Atlántico hacia el Pacífico. El segundo es que aún con Panamá operando, barcos muy grandes, como los portaaviones de la clase Nimitz (a la que pertenecen 10 de los 11 actualmente operativos que tiene EEUU) no pasan por el canal.
En una confrontación entre EEUU y China que escale hasta convertirse en un enfrentamiento bélico directo, controlar Panamá es clave para dificultar a China el abastecimiento de materias primas provenientes de Centroamérica y el norte de Sudamérica. A la hora de pensar qué podrían hacer los chinos, probablemente descartaríamos que vayan a tener la capacidad ofensiva para capturar y controlar Panamá, pero no podríamos desechar que tengan capacidad para dañar el canal e impedir el tráfico. De esa manera, China podría impedir que la flota militar de EEUU que se encuentra en el Atlántico pueda pasar al Pacífico; al mismo tiempo crearía un descalabro de toda la línea de abastecimiento y desarticularía franjas de la logística interna de EEUU.
En la construcción de escenarios surge la importancia del Estrecho de Magallanes. Y por eso es precisamente ahora, y no en cualquier otro momento, que este punto incrementa su relevancia. Porque ahora es cuando EEUU se prepara para evitar por medios militares que la economía china lo sobrepase.
El portaaviones de propulsión nuclear “USS George Washington” realizó ejercicios conjuntos en aguas argentinas; luego partió hacia el sur y atravesó el Estrecho de Magallanes antes de empezar a remontar el continente hacia Valparaíso; luego la Base Naval de Yokosuka, en Japón, sede de la 7ma Flota –la mayor–, que se encarga de mantener vigilado el Pacífico y que jugará un rol de vanguardia ante una eventual escalada. Los portaaviones son considerados el eslabón clave en el despliegue militar estadounidense, y este sería la nave insignia de una posible guerra con China. El portaaviones que ha navegado los mares argentino y chileno es un arma apuntada a la cabeza de China. Pero también a la nuestra.