1 de octubre de 1991: The Stanford Daily reporta en su portada una protesta de estudiantes contra Carlos Salinas de Gortari, el presidente de México que ha disertado en esa universidad para promover el neoliberalismo, del que es uno de los principales y más aplaudidos exponentes. El artículo está acompañado por una fotografía en blanco y negro de los manifestantes. Al centro destaca una joven mexicana de rostro adusto, cabello sujeto por una vincha y camisa de manga corta. La joven se llama Claudia Sheinbaum Pardo; es una física de 29 años, egresada de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que realiza una estancia académica en Stanford. En su equipaje transfronterizo lleva un intenso activismo político que combina su reciente papel protagónico en una histórica huelga universitaria y la militancia a favor de los derechos humanos y la democratización del país. Tres décadas más tarde, la científica postea en sus redes sociales la amarillenta portada del Stanford Daily para recordar que toda su vida luchó en contra del neoliberalismo. Que siempre fue una dirigente de izquierda. Que la congruencia es uno de sus valores políticos.
“Soy hija del 68”, suele decir Sheinbaum. En México no hace falta explicar mucho para entender las implicaciones políticas de esta definición. El año 1968 remite de inmediato a la primera gran huelga universitaria que culminó en la masacre de Tlatelolco y en los cientos de estudiantes indefensos, heridos, detenidos y ejecutados ese 2 de octubre. Es el momento en que el poder del PRI, el Partido Revolucionario Institucional, comenzó a horadarse. La dolorosa represión, que marcó para siempre la memoria social mexicana, fue el germen de una nueva clase política que militó un largo y trabajoso proceso de democratización. Veinte años después, el ala izquierda de un partido que podía albergar ideologías disímiles se rebeló y abandonó al PRI. Cuauhtémoc Cárdenas fundó el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y lideró a los disidentes, entre los que se encontraba el aún joven Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
En 1988, la candidatura presidencial de Cárdenas puso por primera vez en jaque el poder del PRI. Aunque finalmente Salinas de Gortari fue declarado ganador, las elecciones arrastraron la eterna sombra de fraude y el sistema de partido único se resquebrajó. Luego vendría la esperada y tardía alternancia del año 2000, de mano de la derecha del Partido Acción Nacional (PAN), representada por Vicente Fox y su sucesor, Felipe Calderón. Mientras, el gobierno de la Ciudad de México también operaba cambios, en tanto pasaba a ser liderado por Cárdenas primero (1997-1999) y por López Obrador después (2000-2005). Finalmente, se produciría el regreso del PRI de la mano de Enrique Peña Nieto y las tres campañas presidenciales de López Obrador, un político que pareció no perder nunca la paciencia. Ahora es el turno de Sheinbaum, que lo acompaña fielmente desde hace 24 años.
La presidenta electa es hija del químico Carlos Sheinbaum Yoselevitz, descendiente de una familia judía lituana que migró a México a principios del siglo pasado, y de la bióloga Annie Pardo. Ambos son egresados de la UNAM y fueron activistas en la resistencia estudiantil de ese 1968 que hoy ella tanto reivindica. La ciencia y el compromiso político de izquierda habitaron la casa natal de Sheinbaum. Por eso no sorprendió que la mujer nacida en 1962 decidiera estudiar la carrera de Física, ni que de muy jovencita apoyara a Rosario Ibarra de Piedra, la madre de un joven desaparecido durante la guerra sucia de México de los años 70 que se convirtió en una legendaria dirigente de derechos humanos y, en 1982, en la primera mujer candidata a la Presidencia.
Durante años alternó su trabajo como investigadora de la UNAM con la vida familiar al lado de su esposo Carlos Ímaz (otro de los líderes estudiantiles de 1986, y también fundador del PRD) y sus dos hijos. Pero ese año AMLO ganó la Ciudad de México y la invitó a asumir como su secretaria de Medio Ambiente. Aunque apenas se habían visto en algunas reuniones políticas, Sheinbaum aceptó el desafío. El primer cargo público de la científica implicó el inicio de una relación marcada por la lealtad a AMLO y por la confianza plena de éste hacia Sheinbaum. Desde entonces, nunca más se separaron.
La relación política entre ambos se fortaleció en 2006, durante la primera campaña presidencial de AMLO, en la que Sheinbaum ejerció como vocera. AMLO se consolidó como el principal líder opositor, siempre con Sheinbaum al lado. En 2012, el político protagonizó su segunda campaña presidencial y la presentó como su futura secretaria de Medio Ambiente. Fue otra aventura trunca.
Mientras el PRI regresaba al poder con Peña Nieto, AMLO rompía con el PRD, que estaba sumido en escándalos de corrupción y atravesado por disputas internas, y se enfrascaba en la consolidación del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), el nuevo partido de la izquierda mexicana. Otra vez, Sheinbaum ejerció de fiel aliada. Y en 2018, en una ceremonia que coronó décadas de luchas de la izquierda mexicana, AMLO juró como presidente. Cinco días después, Sheinbaum lo hizo como jefa de Gobierno de la ciudad capital. Morena comenzó a gobernar el país y la Ciudad de México, se convirtió en el partido más poderoso, y los históricos PRI, PAN y PRD quedaron hechos trizas y, ni siquiera aliándose lograron recomponerse. En el momento en que Sheinbaum asumió su nuevo cargo, se convirtió en precandidata a la Presidencia para 2024. Y desde el primer día trabajó con ese objetivo.
AMLO halaga de manera permanente a Sheinbaum. Lo hace desde el púlpito político en el que supo convertir sus diarias y extensas conferencias de prensa: “las mañaneras”. El rol del presidente fue fundamental para que Sheinbaum venciera a los cinco contrincantes que la enfrentaron dentro de la coalición.
El apoyo categórico de López Obrador es la principal fortaleza de Sheinbaum y lo que le ha permitido liderar la competencia electoral. Pero es, también, su talón de Aquiles, por las dudas –impregnadas en muchos casos de un tufillo machista– que desata su dependencia del líder político más importante que el país ha tenido en las últimas décadas.
Con Claudia elegida, ¿AMLO cumplirá con su compromiso de retirarse de la vida pública una vez que termine su mandato? Algo que genera escepticismo, proviniendo de un líder con cinco décadas de militancia, que está habituado a hacer política tanto como a respirar. ¿Podrá independizarse Sheinbaum de su mentor? ¿O AMLO seguirá gobernando en las sombras? ¿Qué hará Sheinbaum con los militares, a quienes el presidente, en plena contradicción con sus promesas previas, les otorgó tanto poder durante este gobierno? ¿Cómo la recibirá un poder castrense, machista por excelencia? ¿Qué hará con los cárteles, con los narcotraficantes, con la violencia interminable, con la crisis humanitaria en el país de los más de 100.000 desaparecidos? Ahora comenzaremos a tener algunas de las respuestas.