La íntima relación entre guerra y cambio climático

Por Isabella Arria y Álvaro Verzi

La íntima relación entre guerra y cambio climático

Un informe del Instituto Trasnacional señala que la relación entre guerra y clima es evidente: entre 2001 y 2018, EEUU emitió un estimado de 1.267 billones de toneladas de gases de efecto invernadero, es decir, 40% de los que han sido atribuidos a la guerra al terror tras los atentados terroristas del 11 de setiembre en Nueva York y a las intervenciones militares en Afganistán e Irak.

EEUU tiene unas 800 bases militares alrededor del planeta, y la coordinación de ese vasto sistema, tanto en tiempos de paz y máxime en los de guerra, acarrea enorme utilización de combustibles fósiles para el transporte aéreo, terrestre y marítimo de tropas y equipo militar.

Los militares siguen desarrollando nuevas armas que son todavía más contaminantes, o jets de combate, como los F35, de muy alto consumo de gasolinas y turbosinas: 24 para la República Checa, 35 para Alemania, 36 para Suiza y 375 adicionales para EEUU.

La guerra en Ucrania ha sobrecargado el gasto militar: la Comisión Europea anticipa un incremento del gasto de defensa en sus estados miembros de cerca de 200.000 millones de dólares, mientras EEUU ha llegado al récord de 847.000 millones de dólares para 2023, y Canadá ha anunciado un incremento extra de 8.000 millones en gasto militar por los próximos cinco años.

Los objetivos climáticos han sido rápidamente tirados por la ventana y los máximos ganadores de estos conflictos son la industria de armamentos y la de los combustibles fósiles, mientras el mundo se incendia. Y peor aún, muchos grupos en pro de justicia climática dejan de lado su agenda ambientalista para endosar la guerra y las ilegales sanciones económicas que son actos de guerra que pueden desatar una guerra nuclear.

En la dimensión climática, el boicot al gas y al petróleo ruso ha derivado en crecimiento de las embarcaciones de gas natural licuado a Europa por las compañías de EEUU que han devastado el medio ambiente con la revolución del “fracking”.

Las economías capitalistas maduras, que han producido el volumen acumulado de carbono y otros gases peligrosos en la atmósfera durante los últimos 100 años, son las que menos están haciendo para resolver la crisis climática. Alrededor de un tercio del stock actual de gases de efecto invernadero ha sido creado por Europa y un cuarto por EEUU.

China e India son los primeros y terceros emisores en la actualidad. Pero en términos de emisiones por habitante, están entre el 40 y el 140, y medidos en términos de su stock per cápita, suponen una décima parte del nivel de Europa. Irónicamente, los principales contribuyentes al stock de emisiones de carbono se benefician del calentamiento global, ya que estas economías capitalistas maduras se encuentran en climas fríos.

Los países del Norte global (Europa, EEUU, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Israel y Japón) son responsables del 92% del total de emisiones que están provocando el colapso climático. Mientras tanto, el Sur Global -Asia, África y América Latina- son responsables de solo el 8% del ‘exceso de emisiones’. Pero los impactos del cambio climático recaen de manera desproporcionada en los países del Sur global, que sufren la gran mayoría de los daños y la mortalidad inducidos por el cambio climático.

Los patrones climáticos están cambiando. El aumento de la frecuencia e intensidad de los eventos extremos es una realidad y, por desgracia, los que más las sufren son algunas de las regiones más vulnerables del planeta, como África. Y cuando estos eventos extremos afectan a la población africana, el resultado son millones de desplazados en busca de comida, agua o alguna otra necesidad, y eso fomenta el conflicto.

El cambio climático es un amplificador y un multiplicador de crisis, advirtió el Secretario General de la ONU. “Cuando el cambio climático seca los ríos, reduce las cosechas, destruye la infraestructura crítica y desplaza a las comunidades, exacerba los riesgos de inestabilidad y conflicto”, afirmó Antonio Guterres durante una reunión convocada para discutir la relación entre clima e inseguridad mundial.

Guterres puso como ejemplo a Afganistán, donde el 40% de la fuerza laboral se dedica a la agricultura, y la reducción de las cosechas empuja a las personas a la pobreza y la inseguridad alimentaria, dejándolas susceptibles de ser reclutadas por bandas criminales y grupos armados. También citó a África occidental, donde más de 50 millones de personas dependen de la cría de ganado para sobrevivir. Allí, los cambios en los patrones de pastoreo han contribuido al aumento de la violencia y los conflictos. Tras advertir que los altos niveles de desigualdad, aumentada al cambio climático, pueden debilitar la cohesión social y dar lugar a discriminación, chivos expiatorios, tensiones y disturbios, aumentando el riesgo de conflicto.

Ante los graves problemas de todo tipo que causó la tormenta invernal “Elliot” en EEUU, Canadá y el norte de México, cabe recordar las palabras del ex presidente estadounidense Donald Trump a fines de enero de 2019, cuando los expertos pronosticaron temperaturas de hasta 40 grados bajo cero en la región del medio oeste del país: “¿Dónde demonios está el calentamiento global?”

En el medio oeste estadounidense, las temperaturas con el efecto del viento están alcanzando menos 60 grados Farenheit, el mayor frío jamás registrado. La gente no puede estar fuera ni siquiera unos minutos. “¿Qué demonios está pasando con el calentamiento global? Por favor, vuelve pronto, ¡te necesitamos!”, escribió Trump.

Ya en diciembre de 2017, Trump había dicho que a EEUU le sentaría muy bien un poco de calentamiento global para combatir las bajas temperaturas que se esperaban para ese fin de año. “Quizás podríamos utilizar un poco de ese viejo calentamiento global que nuestro país, pero no otros, iba a pagar billones de dólares para combatir”. Esos billones estaban vinculados a los acuerdos establecidos por la comunidad internacional incluso en la Cumbre de París de 2015. Por orden de Trump, su país se retiró de dichos acuerdos, alegando que EEUU no era el único culpable del supuesto calentamiento, y por tanto no debía pagar por lo que otros hacían mal.

En el Washington Post, en noviembre de 2018, Trump aseguró que “uno de los problemas de mucha gente como yo mismo, es que tenemos niveles muy altos de inteligencia, pero no somos necesariamente tan creyentes, señaló Trump, contradiciendo por segunda vez un informe de su propio gobierno que estimaba que las consecuencias del cambio climático podrían costarle a EEUU cientos de miles de millones. Esos miles de millones le están costando al país luego de que “Elliot” sembró muerte, desquició la extracción de gas y petróleo, produjo incalculables daños en las actividades agropecuarias (avicultura, ganadería, porcicultura, siembras), al igual que en el transporte aéreo y terrestre de personas y mercancías.

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