La luz de las estrellas binarias

Por Roy Rodríguez

La luz de las estrellas binarias

Como si un gran agujero negro se apoderara de todo su ser, el hombre dejó las trincheras. El diagnóstico parecía ambiguo. Sin embargo, tenía la certeza de que una parte del universo se estaba tragando su vida. Al otro lado del mundo, Albert Einstein lo añoró. Nadie, hasta ese momento, había formulado soluciones prácticas con tanta exactitud para su Teoría de la Relatividad.

“Si, como especulábamos, el Sol desapareciera por arte de magia, el espacio-tiempo se distorsionaría y esta perturbación (una onda gravitatoria) comenzaría a propagarse a su alrededor, llegando a alcanzar la tierra unos ocho minutos después”.

La masa curva el espacio tiempo es parte del mensaje que subyace en las ecuaciones de Einstein; y la curvatura del espacio tiempo marca las correspondientes trayectorias a seguir por los objetos que contiene, es la contrapartida para completar la interpretación de esas fórmulas.

Quien escribe es José Rojo Montijano, profesor del Instituto Politécnico San Pablo, de la Universidad CEU de Madrid, España. A su artículo lo publicó en 2017 la Revista de Pensamiento Matemático. Se titulaba: “Schwarzschild y la trama de nuestro universo: 100 años de perspectiva”.

Karl Schwarzschild nació en Frankfurt, Alemania, un 9 de octubre de 1873. A los 16 años publicó su primer trabajo sobre astronomía. Versaba sobre el comportamiento de las estrellas binarias. Como binarias se conocen a dos estrellas que giran alrededor de un centro de gravedad común. Es que las estrellas solitarias, como el sol, son apenas la tercera parte del universo. Las binarias, en muchos casos, por su cercanía intercambian material. Y esta interacción suele derivar incluso en una gran explosión, conformando, entre otras posibilidades, un agujero negro.

Como si se tratara de dos estrellas binarias, en 1914, mientras Albert Einstein daba los últimos retoques a su revolucionaria teoría, Karl Schwarzschild decidía participar como voluntario de la primera gran guerra del siglo XX.

A pesar de tener casi 40 años, Schwarzschild se internó en las trincheras. A esa altura ya era profesor en universidades alemanas, y había publicado trabajos sobre la estructura no euclidiana del espacio. Curvos, hiperbólicos, eran el espacio y el tiempo, decía.

La guerra lo llevó a Bélgica, a Francia y a Prusia. Estuvo a cargo de una estación meteorológica y, más tarde, dedicó su tiempo a calcular la trayectoria de los misiles. Mientras tanto pudo leer la teoría de Einstein, y en base a ella realizó cálculos sobre la extraña trayectoria de la órbita de Mercurio.

El 22 de diciembre de 1915 Einstein recibió un sobre raído. El nombre del remitente estaba recubierto por una mancha de sangre. Su nombre: Karl Schwarzschild. Adentro, un papel con restos de barro decía: «Como puede ver, la guerra tiene una buena disposición hacia mí, lo que me permite, a pesar de los feroces disparos a una distancia decididamente terrestre, dar este paseo por su tierra de las ideas». Seguían ecuaciones que confirmaban matemáticamente la teoría de la relatividad. Existe, desde entonces, una “Métrica de Schwarzschild”.

“He leído su artículo con el mayor interés. No esperaba que se pudiera formular la solución exacta del problema de una manera tan sencilla”, contestó un asombrado Einstein.

Los trabajos de Schwarzschild fueron pioneros en el estudio de los agujeros negros. Pensó que, si la masa central de una estrella podía concentrarse en un área pequeña, como si agotara su combustible, llegaría el momento en que colapsaría por su propia atracción gravitacional. Entonces, el espacio-tiempo no solo se doblaría, sino que se rompería por completo, y el colapso continuaría a medida que la gravedad dominara: la densidad aumentaría hasta que el espacio se volvería infinitamente curvo. Lo que seguiría sería un agujero ineludible, que permanecería aislado para siempre del universo.

Se trata de una región del espacio-tiempo en la que éste se desploma sobre sí mismo, implosionando con una velocidad superior a la de la luz, arrastrando “todo” este proceso. Ésta es la verdadera razón que debemos a Schwarzschild: de que la luz no pueda escaparse de la región acotada por el horizonte, en su interior el espacio se comprime más rápido que cualquier objeto, incluso que su propia luz, explica Rojo Montijano.

“No sé cómo nombrarlo o definirlo, pero tiene una fuerza incontenible y oscurece todos mis pensamientos. Es un vacío sin forma ni dimensión, una sombra que no puedo ver, pero que puedo sentir con toda mi alma”, escribió Schwarzschild en 1916. Lo compartía con su esposa, desde el frente de batalla. Le habían diagnosticado pénfigo vulgar, una enfermedad autoinmune, entonces incurable. Las llagas se apoderaron de la superficie de su piel.

Schwarzschild murió en Göttingen, unos meses más tarde. Los misiles siguieron confirmando sus trayectorias monstruosas. La guerra continuaría. Albert Einstein lo despidió como si se tratara de su estrella binaria: “Luchó contra los problemas de los que otros huían. Le encantaba descubrir las relaciones entre múltiples aspectos de la naturaleza. Pero lo que impulsó su búsqueda fue la alegría, el placer que siente un artista, el vértigo del visionario, capaz de discernir los hilos que tejen el futuro”.

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